jueves, 28 de agosto de 2014

CONTRALOVE FILMS PRESENTA: fidelidad verdadera

           
              FOUR LOVERS

             Como si se tratara de una partida de ajedrez, las primeras jugadas de la historia no nos descubren nada nuevo. Dos parejas y el pequeño lío que brota de un deseo sexual demasiado a flor de piel como para no interpretar que tras el funcionamiento satisfactorio de la convivencia se había acumulado cierto hastío sexual.

                Nos encontramos, así, ante una de esas historias que nos van a contar que sí, que el hastío existe, que la vida conyugal no es tan plena como se nos había prometido (o como nosotros, porque se nos acusará, demasiado inmaduros, la fantaseábamos gratuitamente). Pero que corregir un modelo ancestral por satisfacer pequeñas curiosidades sensuales es pecar de soberbia, y las furias lo hacen pagar caro.

 
                Y vamos viendo las siguientes jugadas, que nos recuerdan esa misma partida, desarrollada con buen gusto audiovisual, pero que nos conduce a un lugar que anticipamos. Al principio todo funciona tan bien que nos imaginamos ya muy cerca de que los personajes queden estigmatizados y tengan que empezar a luchar por recuperar su perdido paraíso de fidelidad.

                Esperamos, además, que el mal de las relaciones contranatura se personifique en alguno de los contendientes. Conocemos el mal y necesitamos al villano.

 
                El metraje avanza, y observamos con terror que la implicación entre los cuatro crece y crece hasta un punto que hace la vuelta atrás cada vez más inverosímil. ¿Por qué se siguen comprometiendo afectivamente? ¿Por qué siguen felices e inconscientes en esta situación insostenible, cuando ya deberían estar luchando por recuperar una felicidad tradicional mucho más estable? ¿Será posible que nos estén preparando un final infeliz?

                Por fin, los problemas cogen cuerpo. Por fin, alguien cae en el inevitable error de comparar; por fin alguien siembra inseguridad y permite que prendan los celos. Las tensiones se hacen explícitas, las viejas reglas de la infidelidad controlada se sustituyen y las nuevas, precipitadas, no muestran eficacia suficiente. Llega la hora de la separación. Y entonces aparece la variable desconocida; la novedad que justifica la historia; la jugada que gana, al amor, esta partida: el aprecio por el afecto construido.

                La comedia romántica contemporánea responde a la crisis del amor mediante la mostración de las veleidades alternativas como traumáticas y desestabilizadoras. El contacto sexosentimental fuera de la pareja es un falso amor que contamina al verdadero amor. Se desea, de acuerdo, pero no merece la pena. Es necesario volver a la virtud de nuestros padres: el sabio conservadurismo; la moderación endulzada con una gota de sorna; la contención paciente como camino hacia una vejez estructurada; la amabilidad entumecida; la inconsciencia.

                Para ello recurre sistemáticamente a la trampa del villano, que Four Lovers (arriesgada adaptación, de mensaje más explícito y más adecuado para la taquilla, del título original “Happy Few”, conservando el idioma inglés), en una jugada maestra y evidente de realismo, evita. Las consecuencias de este pundonor realista disuelven la nube de la fantasía amorosa retrotrayendo el relato hasta nuestra mismísima cotidianeidad. Milagros del arte cuando elige bien su fin, de pronto nos encontramos ante nuestro propio mundo. Y, en él, las relaciones generan vínculos cuyo desprecio implicaría psicopatía. Tenemos relaciones sexosentimentales con personas cuya proximidad construye nuestra relación con el mundo. El mito del “amante equivocado” (no confundir con el del “amante cazador”) que polariza la calificación moral de las parejas potenciales para ayudar a la determinación de cuál es la adecuada, es un mito psicopático que actúa mediante la eliminación de afectos fundamentados en la realidad.
 

                Ése es el terrible peligro, la mortal contaminación, con la que el amor nos amenaza si nos dejamos llevar por nuestra frustración de emparejados, por nuestro deseo de entablar otras relaciones: los afectos son reales, y sólo un psicópata puede ignorarlos. No hay vuelta atrás, porque todos los movimientos de elección son una herida. Dejemos a quien dejemos, siempre estaremos manchando nuestra relación con la destrucción de otra, que quedará, no sólo como falta contra ella, sino, por supuesto, como melancolía contra nuestra propia felicidad.

                Four Lovers es ajustada, profunda en el retrato de los problemas a los que nuestra cultura amorosa de la incompatibilidad conduce a quienes deciden tirarse a la piscina. Los problemas que vemos son los problemas que nos encontraríamos nosotros. Pero su genialidad es, precisamente, no exagerarlos: Mostrar sin remordimiento las luces que, de tal modo perseveran entre las sombras que, por un momento, nos da la sensación de que, ellos no, pero nosotros, espectadores, empezamos a ver el camino.

                Ellos han descubierto que, por mucho que se alejen, ya no se pueden separar. Para nosotros queda descubrir que ni siquiera es necesario hacerlo.

viernes, 22 de agosto de 2014

10 cosas que los hombres podemos hacer para evitar violaciones


Como sabemos, las recomendaciones para evitar violaciones realizadas por el Ministerio del Interior han provocado, no sólo una lluvia de protestas, sino un decálogo alternativo.

Si en el primero todos los consejos iban dirigidos a la mujer, llegando a cotas de paternalismo y delegación de responsabilidad que se acercaban peligrosamente a la inculpación de la víctima o, por lo menos, a su degradación como ciudadana, en el segundo se hacía (se traducía, en realidad, de la versión inglesa, pero con este fin) una inversión paródica que tampoco ha generado indiferencia. El tratamiento del género masculino en su conjunto como potencial violador, mediante el que se ridiculizan, con la lógica exageración, los errores del decálogo original, han sido descontextualizados y tratados en demasiadas ocasiones como si fueran recomendaciones reales, no dirigidas a sensibilizar sobre los equivocados medios institucionales utilizados para evitar las violaciones, sino para evitarlas ellas mismas. Algunas, como El Décimo: No violarás, se han convertido en inquietantes eslóganes a los que varios medios de redes sociales se han acogido como incisiva herramienta de lucha contra la agresión sexual.

El resultado de este uso de la crítica a las medidas del Ministerio es, en mi opinión, similar al de las medidas mismas, dado que incide de nuevo en un lugar poco influyente en el objetivo perseguido, dejando, además, la impresión de que nada más se puede pedir o hacer.

Lo cierto es que pocas violaciones se evitarán por más que este segundo decálogo se reproduzca hasta el infinito. De hecho, dudo de la eficacia de cualquier conjunto de normas cortoplacistas en una sociedad profundamente patriarcal y neoliberal, donde las fuerzas que conducen a la agresión sexual están extendidas y arraigadas hasta la más minúscula de nuestras conductas íntimas. Nuestra sociedad no puede sino producir un alto número de agresiones sexuales, como una sociedad con gran índice de desigualdad no puede sino producir violencia. Dichas agresiones no son una anomalía de nuestra cultura, sino su síntoma más extremo.

Por eso, cualquier actitud que se centre en corregirlas directamente corre el peligro de ser inútil, superficial y, por todo ello, irresponsable.

Me niego a pensar que lo único que puedo hacer para contribuir a la reducción del número de violaciones en mi sociedad es no violar. Muy al contrario, y sin restar un ápice de importancia a la responsabilidad de las instituciones, creo que puedo, que podemos, tomar medidas inmediatas en una dirección radical. Ni sus resultados serán a corto plazo, ni su adopción podrá resultar cómoda ni autocomplaciente: si queremos que la raíz cambie debemos actuar sobre actitudes sustanciales y confiar en que el nuevo paradigma produzca nuevos resultados.

Tomando el testigo del decálogo crítico me dirijo, de nuevo, a los hombres, mediante un decálogo más, el tercero, que invito a discutir, mejorar y, por supuesto, poner en práctica.


miércoles, 20 de agosto de 2014

entonces, ¿cómo criamos a lxs hijxs?


La pregunta del título es el mejor argumento contra la agamia y, a la vez, el mejor argumento en su favor.
De todo aquello que el rechazo al “gamos” deja en suspenso, sin seguridad de realización inmediata, es una crianza solvente de lxs hijxs lo único que no puede permitirse una pausa reflexiva. La agamia es imposible sin un rudimento de solución alternativa, para la cual necesita también un vía alternativa infraestructural de la que ahora se carece.

 
Pero, al mismo tiempo, este obstáculo, que se encuentra una vez alcanzado el núcleo de lo irrenunciable, pone de manifiesto la verdadera naturaleza de la pareja. Se desvela así, o se recupera, la conciencia pre-amorosa que hace entender al gamos como la herramienta para la producción de descendencia. Este vínculo es éticamente intolerable. Una vez reconocido el carácter de medio de la pareja, una vez desmitificada como fin que proporciona la felicidad, se derrumba toda su capacidad de captación.

En la agamia no serán las figuras pretendidamente naturales del padre y la madre, ni modelo alguno inspirado en las anteriores, quienes realicen el trabajo reproductivo enajenado por el amor. Se hace necesario un análisis sin prejuicios naturalistas sobre las necesidades afectivas y tutoriales mínimas del/la hijx. Dichas necesidades mínimas serán consideradas sus derechos, y el nacimiento de un/a niñx deberá sólo producirse bajo el cumplimiento de estos derechos.

El factor humano de estos derechos, es decir, la figura o figuras que deben encargarse de su crianza, serán individuos que hayan asumido esta responsabilidad con todas sus consecuencias. Para que dicha asunción resulte más atractiva y menos susceptible de condicionar excesivamente una o varias vidas, se investigarán las posibilidades que, sin perjuicio para la/el niñx, ofrece la crianza de ser flexible en cuanto a la identidad de sus responsables. Así, la tarea de la crianza, que sólo puede ser asumida como un compromiso a largo plazo con una enorme implicación, constituirá un plazo mucho menor y requerirá de una implicación mucho menor que la maternidad tradicional. Sin embargo, lxs hijxs recibirán una atención igual o incluso más ajustada a sus necesidades que en ésta.

 
La agamia, por lo tanto, no sólo desanuda lo sexual de lo sentimental de las relaciones sexosentimentales, convirtiendo al sexo en erotismo y al complejo “sentimental” en el desarrollo de todos los aspectos de las relaciones, sino que, además, desvincula dichas relaciones de la crianza, emancipando ambas y permitiendo con ello que ambas se realicen en las mejores condiciones de vocación, responsabilidad y libertad. Las relaciones de crianza son, prioritariamente, relaciones entre adultxs y niñxs, y sólo secundariamente, y por esta causa, relaciones entre adultxs, sin detrimento de las relaciones que dichxs adultxs puedan realizar.

Queda así obsoleta la consanguinidad como lazo afectivo natural que conduce espontáneamente al cuidado mutuo, y que constituye, en realidad, una norma de responsabilidad. La familia, si es que se puede seguir utilizando este término, será contractual allí donde dicho carácter contractual sea requerido por el carácter del lazo de responsabilidad que une a los individuos, y de generación espontánea allí donde la responsabilidad que implica la relación puede dejarse en manos de la disposición de individuos libres.

La renuncia al amor, por lo demás, tiene como consecuencia, en la relación con lxs hijxs o personas criadas, la sustitución del amor parental por una afectividad consciente y responsablemente adaptada a las necesidades de lxs hijxs.

Salta a la vista que el problema inverso de los cuidados de adultxs dependientes, ancianxs o enfermxs, debe resolverse según esta misma lógica, en perfecta sintonía con el pensamiento económico feminista que incorpora el trabajo de los cuidados a la economía computable, junto con el horizonte de un trabajo que se descomputa en su conjunto y que se incorpora a la vida feliz mediante su desenajenación, es decir, mediante su evolución en actividad con fin en sí misma y no en ser intercambiada por un salario.


Pero se debe añadir que es la mitificación de la reproducción como actividad que confiere sentido a la vida lo que prestigia la crianza de niñxs por sobre los cuidados a adultxs, convirtiendo lo primero en un privilegio y lo segundo en una carga. La agamia equipara el valor de ambas cosas, pues las dos son actos de socialización. Serán las características específicas de las personas intervinientes las que dotarán a uno u otro de mayor o menor eficacia.
 
A pesar de que se ofrece este esquema alternativo, la agamia queda, estrictamente hablando, fuera del problema de la reproducción salvo, lógicamente, en lo que la reproducción tiene de “relación”, ya que la agamia es el reconocimiento de la “relación” por eliminación del tipo particular de relación llamada pareja y basada en el amor. La reproducción no es, por lo tanto, un problema que la agamia deba resolver para legitimarse, sino más bien un problema al que se debe dar respuesta “desde la agamia”, si se pretende presentarla como un modelo posible.