jueves, 5 de junio de 2014

BIBLIOGRAFÍA: La guerra de las salamandras - Karel Čapek (1936)


 
                ¿Qué tiene que suceder para que el ser humano reconozca la existencia del otro como ser también humano?

                ¿Qué le hace descubrir en el otro una conciencia como la suya y, por ello, actuar en función de esa igualdad?

                O, invirtiendo la pregunta: ¿Hasta dónde puede el ser humano llevar la negación de la condición humana allí donde ésta se hace evidente?

                Čapek sólo responde, en realidad, a esta última pregunta: hasta que el reconocimiento se impone por la fuerza.

                Según la pesimista visión del escritor checo, el ser humano está especialmente dotado para anteponer su interés a su empatía o, dicho de otro modo, para utilizar su empatía sólo cuando ésta ofrece la ventaja de hacer aumentar el poder.

                Si esto es así, debemos pensar que nosotros mismos, orgullosos habitantes del s XXI, estamos negando la condición humana a todo aquél colectivo que no haya encontrado el poder para imponérnosla. Se nos abre, por lo tanto, un inmenso trabajo de identificación y comprensión de lo humano en aquellos espacios, precisamente, en que ningún interés particular nos hace ir a buscarlo.

                La mujer es, tal vez, el paradigma de esos colectivos, presente en toda nuestra historia como evidentemente igual y, a pesar de ello, carente de ese reconocimiento, aún hoy, salvo cuando su poder o el interés del hombre ha logrado imponerlos.

                Pero conformarnos con “mujer” como otredad a identificar es negligir la oportunidad, precisamente, de incorporar la más inclusiva categoría de “otro”. La clase genera a ese otro, sobre todo la superclase producida por las fronteras económicas. Hoy día, África está habitada por “salamandras” cuya muerte sistemática trataremos un día con la hipócrita indignación con la que nosotros tratamos la esclavitud americana del XIX. En los ancianos que potencialmente contenemos, es decir, en nuestro mismo futuro, en nosotros, fragmentados por el tiempo, somos capaces de establecer esa misma otredad. E incluso el género masculino es simplificado como el otro opresor de un modo que permite su deshumanización instrumental.

                El ser humano lo es, y el no reconocerlo como tal constituye una confusión de identidad, es decir, un recurso humorístico clásico que La Guerra de las Salamandras utiliza con una inteligencia deslumbrante, ofreciéndonos, en cada carcajada, la oportunidad de recordar, no lo que somos, sino en lo que nos convertimos al no reconocer lo que son los demás.

                Lo más frecuente es desaprovechar esta prodigiosa oportunidad.