martes, 12 de noviembre de 2013

el manifiesto de los 343, o la abyección del "canallismo"


                Escribo este texto para constatar mi desconcierto.

                Siempre resulta chocante encontrar a colectivos conservadores adoptar actitudes reivindicativas propias de la izquierda. Las manifestaciones contra el aborto, o las celebraciones de los triunfos electorales del pp son comportamientos copiados e impostados que despiertan espontáneamente aprensión. Al ver a la clase alta comportarse como si fueran la chusma a la que desprecian, es decir, nosotros, intuimos una aberración oculta que puede adoptar muchas formas en nuestra fantasía: Tal vez se trate de una derecha paria, que hace méritos frente a la derecha noble aviniéndose a actuar como su proletariado propio, aunque el verdadero proletariado, el que tiene conciencia de serlo, les resulte demoníaco. Tal vez sea la derecha noble misma, aceptando cambiar la cara durante unas horas por responsabilidad de clase, para desquitarse después frente a un menú de 150 euros. Tal vez ellos mismos se han convencido de que esto es bueno, aunque haya sido siempre malo, y sienten por dentro un desagarro torturante que convierte su gesto de alegría en una mueca cerúlea.

Yo qué sé. El caso es que no hay cosa más grotesca que un manifiesto de derechas. Los 343 “sinvergüenzas” que firman el texto por el que se pide al estado francés que no sancione a los usuarios de la prostitución se convierten en 343 payasos que parecen haber sido empujados a escena por sus superiores de una patada en el culo. “Haceos los indignados”, da la impresión de que les hubieran ordenado, a pesar de sus súplicas por evitar la personificación de la patochada. Y ellos, obedientes, se enfundan el traje raído, ensayan una mirada indefensa, y se ponen al frente de una imaginaria masa social que no pudiera por más tiempo soportar el acoso de las instituciones y que, muda hasta hoy, decide por fin lanzarse a la calle a luchar por su dignidad.

Los últimos tiempos han puesto a prueba nuestra capacidad para respetar opiniones discrepantes, y la mía se ha acabado ante determinados excesos. Por supuesto, el hecho se califica por sí solo. Que esta panda de desequilibrados parafrasee el manifiesto a favor del derecho al aborto que en 1971 firmaron 343 francesas entre las que se encontraban Simone de Beauvoir, Marguerite Duras o Monique Wittig deja ya claro hasta qué punto se están tomando en serio a sí mismos. Se diría, por lo alto de sus miras, que son, en realidad, conscientes de su insignificancia, de su condición de karaoke de borrachos. Pero es que ante el dato, que yo no puedo contrastar, de que el 90% de la prostitución se desarrolla en condiciones de esclavitud, la prosa vacía del manifiesto, reivindicando el derecho de cada uno a utilizar su cuerpo como desee, invita al insulto arrollador y a la humillación pormenorizada; a la descripción cristalina, pública y en detalle de lo que implica, desde el punto de vista, moral firmar esa cosa.

Pero mi estupor no es consecuencia de haber tenido noticia de la anécdota estrafalaria del día. En realidad, ha llegado cuando he intentado encontrar eco a mis impresiones en los comentarios que la acompañaban, y he descubierto que el raro era yo. El argumento predominante es ése de la libertad, y las referencias a la esclavitud se hacen como constatación de que, sí, la esclavitud existe, pero la prostitución voluntaria también, y que no hay que confundir una cosa con la otra, a riesgo de mermar el desarrollo social. “¡Salvemos la prostitución humanista!” parecía ser el eslogan subyacente.

Le habrá pasado a cualquiera. En esos momentos te preguntas si has comprobado qué medio estás leyendo, porque claro, en internet, de vínculo en vínculo, enseguida olvidas dónde vas a caer. Le doy velozmente a la ruedita para que me muestre el encabezado y ¡no hay error!: Diario Público. Es decir, o hay una campaña de troles, que parece una posibilidad remota pero a considerar, o así piensa la izquierda. He volado a facebook para ver si la edición aquí había corrido mejor suerte, y qué va. “Cada uno que haga lo que quiera”, “A los que hay que perseguir es a los tratantes de personas”, “Es imposible abolir la prostitución” “¿Y qué pasa con la prostitución masculina?”

Me saca de quicio la agresividad feminista (expresándose con rigor habría que decir “la agresividad de ciertos feministas o de cierto feminismo, que alimentan, irresponsablemente, el odio entre géneros con la consecuencia de acentuar sus diferencias”, pero la realidad es que el receptor normalmente no distingue, y sólo ve que quienes más enarbolan la bandera del feminismo son quienes más le insultan a él por cosas que, a veces, ni siquiera ha escuchado jamás ni ha tenido la oportunidad de plantearse). Pero, ante situaciones como ésta, comprendo que la sensibilidad debe de estar a flor de piel, y la paciencia lejos ya de su última gota.

En fin, puestos ya los 343 capirotes, serenemos los ánimos y hablemos los demás, hijos todos de dios.

Es evidente, y siempre viene bien asentarse sobre lo evidente, por evidente que resulte, que el tema de la prostitución es complejo. La perspectiva feminista nos ayuda a comprender su orientación de género y nos ahorra mucho esfuerzo a la hora de buscar, ordenar y aburrir con datos. La existencia de la prostitución es una manifestación más, aunque no una cualquiera, del sistema opresivo patriarcal. Es su sexualidad extra del hombre, concedida básicamente por dos razones; la primera, porque el hombre, como institución, manda y hace lo que le da la santa gana, de modo que si quiere sexo debe disponer de él a granel, y si eso implica que la mujer (como institución) no lo tenga, pues se inventa la puta, que me permite dejar a mi mujer en casa e irme a follar yo mientras ella me cría a los hijos con la ropa cosida a la piel. La segunda razón es que la represión sexual necesaria para constreñir la vida sexual en vida reproductiva, a la que se añade la necesaria para convertir al individuo en consumidor compulsivo de la sociedad de mercado, genera tal ansiedad sexual que no hay liberación sexual que haga carrera de ella. Vamos que, sin prostitución, no sólo el hombre como género opresor rechazaría el matrimonio por demasiado igualitario, sino que como género sexualmente compulsivo desarrollaría un comportamiento sexualmente aún más patológico, si es que eso cabe, que es discutible.

El hombre crea este mercado movido por las consecuencias que tendría el no crearlo. Las consecuencias, sin embargo, de su creación, le importan lo justo. Hoy por hoy, repito, esas consecuencias son, o dicen que son, un 90% prostitutas en situación de esclavitud. Francamente, si el dato es una gran mentira pergeñada por una logia feminazi me importa lo que la imagen pública de un firmante del manifiesto. Si es el 60%, o el 40, o el 16, cualquier otra consideración palidece, incluso la que le sigue inmediatamente en importancia, que es la función de la prostitución como salida laboral para colectivos marginales.

Existe un problema de extremada gravedad y urgencia: el mercado del sexo tiene lugar en condiciones de esclavitud en dimensiones que le son sustanciales: el mercado del sexo es, por lo tanto, sustancialmente esclavista. Esta frase debe grabarse a fuego en nuestra sociedad, para que todos actuemos en consecuencia, incluso ese colectivo psicótico llamado “clase alta”.
 

Buscando responder de algún modo a este problema, en Francia se va a proceder por las bravas prohibiendo su consumo bajo multas de hasta 1500 euros. A mí me da igual si esto es oportunismo político o la gran aportación de Hollande a la historia de la socialdemocracia. Lo que debemos plantearnos es si la medida es una buena idea.

Está claro que si el “servicio” que estoy pagando, pongamos por 50€, me hace correr el riesgo de una multa de 1500, es decir, de un encarecimiento del 3000%, me va a disuadir con mucha más eficacia que si dicho “servicio” me cuesta 10.000€ y me arriesgo, por lo tanto, a pagar un 15% más (algo así como si tuviera que hacer factura y, por lo tanto, pagar el IVA). También salta a la vista que quien recibe 50€ por realizar dicho “trabajo”, descontado la leonina parte, sea cual sea, que de dicha cantidad sustraiga el ”empresario”, se encuentra en mucho mayor riesgo de exclusión social y esclavismo que quien recibe 10.000€ de los que “sólo” acaba viendo, pongamos por caso, 2.000.

Es decir, que esta medida va a hacer que la prostitución deje de ser un privilegio escalonado para convertirse en un privilegio completo. En Francia, si la aplicación es eficaz, ya no habrá usuarios que consuman prostitución en función de su poder adquisitivo, sino usuarios que no la consuman y unos pocos que sigan consumiéndola del mismo modo que siempre lo han hecho. Vamos, que se abundará en la discriminación clasista (medida, por lo tanto, netamente de derechas). La otra consecuencia es que una reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución, pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas).

A falta de la posibilidad real e inmediata de multar en función del nivel adquisitivo (pero de verdad, no con oscilaciones simbólicas), y a falta de la posibilidad real e inmediata de controlar el esclavismo en la prostitución, he aquí una chapuza para salir del paso. En las circunstancias actuales, es difícil argumentar contra la necesidad de, al menos, una chapuza. Las costrosas razones aducidas por sus detractores son la prueba. Bienvenida sea. Bienvenidísima. Pero que no sirva para olvidar todo lo que deja sin hacer.

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Mi perplejidad reciente se ha completado con el descubrimiento de este hermoso artículo de Arturo Pérez-Reverte, antiguo él, pero, por misterios de la viralidad, revitalizado en mis redes sociales.


Convengo en que la mejor medida contra la completa mierda es ignorarla. Pero a veces merece la pena rescatar una muestra sólo para tener bien localizado el culo que la produjo, no vaya a ser que luego abarrotemos las librerías y las salas de cine heridos de desinformación; no vaya a ser que tengan repercusión y prestigio las voces menos adecuadas (y Pérez-Reverte obedece mucho al estereotipo de “intelectual independiente y outsider” que de todo opina, con nadie se casa y en todas partes acaba haciéndose soportar).
                Para qué comentarlo. Yo lo dejo aquí. Sólo decir que, leyéndolo, me vienen a la cabeza los 343 papanatas, y me los imagino a todos con su cara.

2 comentarios:

Celia Rodríguez dijo...

El que todavía considere, a estas alturas del partido, que la prostitución no es esclavista, es que es un ingenuo, además de un ignorante e imbécil. Pero lo peor es creer que se debe anteponer la libertad (personal? la mía de querer hacer lo que me dé la gana y cuando me de la gana?) ante todo.

En cuanto al señor Reverte, sólo se reafirma en cada palabrita que escribe. Refleja un canon de belleza que también esclaviza a su forma: tenemos que ser esas súper-mujeres, dóciles en el comportamiento (pero con personalidad, no bobaliconas), leonas en la cama (pero manteniendo la dignidad, sin parecer putillas) y hábiles en la cocina, sin que, por supuesto, nos huela después el pelo a grasa, ni las manos a ajo. Todo esto con la casa limpia, el trabajo hecho y los estudios realizados. Váyase a la mierda, señor Reverte.

Tyfus dijo...

Diecisiete párrafos para que toda su argumentación se resuma en 3 lineas " La otra consecuencia es que una reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución, pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas)."
la única razón para escribir tanto a favor de una medida ¿es una premisa falsa?
Penalizar a una persona por llegar a un acuerdo comercial en el que ambas partes están de acuerdo porque se den otros delitos en ese ámbito es de lelos, lo que hay que hacer es perseguir los delitos, no crear unos nuevos. La medida sólo añadirá un componente extra de marginalidad a un colectivo, haciendolo más susceptible a la entrada y control de las mafias, pero supongo que es más fácil hacer como que hacemos algo que reconocer que lo qeu teníamos que hacer no se está haciendo.
Curioso que tanto artículo como primer comentario hagan tanto énfasis en las heces para alguien que opina diferente...