domingo, 13 de octubre de 2013

propuesta erótica. I. DESIGNIFICACIÓN. (xii) designificar el sexo de la posesión (la renuncia al morbo) (5)

            Que el sexo nos guste a priori, casi a pesar de cuál sea la forma en que se realice, es un síntoma de que lo que nos gusta no es el sexo mismo, sino su realización, su cumplimiento, su "anotación".

           El sexo es el placer de los placeres porque nuestra cultura hace que conserve la prohibición adolescente. En aquél tiempo queríamos descubrir el sexo, hacernos partícipes de él, y mucho menos disfrutar con él. Hoy, en nuestras más deseadas experiencias, sigue siendo así.

           Pero ya no tiene sentido.


Pero el morbo está fundido con el placer sensual, no sólo hasta el punto de sustituirlo como motivación primaria antes de la relación, sino de perdurar como conciencia de placer durante la relación, y de realización personal después de la misma.

Gracias a su condición de expectativa de satisfacción de un deseo que engloba a la relación completa y la acepta prácticamente en cualquiera de sus formas, supera al resto de las motivaciones y se convierte en su razón de ser. El morbo es el aura del sexo, aquel placer que, invariablemente, tendrá el sexo satisfactorio (es decir, aquél capaz de generar morbo mediante la significación de una posesión).

El morbo no espera nada de la relación sexual, salvo que ésta encuentre que la posesión es aún mayor que la esperada. Pero no cabrá frustración morbosa salvo cuando el valor de la pareja se descubra fraudulento o inconquistable a través del sexo, debido, principalmente, a la resistencia. Tener una relación sexual será frustrante desde el punto de vista del morbo sólo si nuestra presa se revela, a través de la nueva información sobre ella a la que accedemos precisamente durante la relación, como poseedora de un valor sexual inferior al estimado o inesperadamente inaccesible.

Si la relación no se realiza completamente, es decir, si queda algo pendiente, se habrá también disfrutado menos, salvo en el caso de que se considere dicha resistencia como un inesperado incremento de valor; quien aprecia a la pareja en el máximo de su virginidad, es decir, busca la satisfacción morbosa en la máxima objetualización, desde el papel de amo puro, descubre en su resistencia la gozosa reducción del número de amantes precedentes, aumentando así el morbo lo suficiente como para que la relación no frustre las expectativas. Quien, sin embargo, incluye una parte o todo el papel del esclavo, buscando el morbo a través de la participación en el poder del amo, ya sea robando dicho poder (poseer a un poseedor) o alimentándose de él mediante la autobjetualización (adquirir valor frente a otros objetos mediante la ocupación de un puesto privilegiado en la nómina de los mismos) encontrará en la reducción de la posesión una frustrante reducción del morbo.

Así, el morbo garantiza la satisfacción. Esta infalibilidad, esta presencia del aura en el sexo sólo por el hecho de serlo, debería levantar la sospecha de su presencia. Es evidente que el placer sensual carece de dicha garantía. Éste puede producirse o no, y salvo que el individuo se encuentre en una situación de extrema necesidad (y mucho habría que decir al respecto de que la necesidad sexual pueda nunca convertirse en extrema, salvo si se alimenta artificialmente el deseo, o de que, al alcanzar esta condición, afecte al individuo de algún modo que vaya más allá de un cierto aumento de la predisposición) le es imposible establecer una sólida expectativa del placer sensual que va a experimentar durante el acto sexual o, al menos, no hasta el punto de fundamentar la motivación tanto en la expectativa de la satisfacción como en la de la posibilidad de la satisfacción.

De nuevo, la alimentación y la gastronomía nos son útiles para entender esta distinción. Quien se dispone a comer en un nuevo restaurante no puede establecer una expectativa sólida de experimentación de placer gustativo, incluso aunque haya recibido previa información prometedora sobre la habilidad del chef. El placer será sentido y descubierto durante la acción misma, y por tanto no envolverá a la acción sino que nacerá y dimanará sustancialmente de y con ella. La posibilidad de crear un aura envolvente al conjunto no dependerá de que la acción se realice, sino de cómo se realice. Es evidente que quien no necesita de una buena comida para sentirse satisfecho, quien no descubre por su falta de calidad que la expectativa creada ha sido frustrada y que nada relevante se ha obtenido de la experiencia, es que buscaba en ella otra cosa. (Obsérvese que, precisamente en aquellos actos sexuales con respecto a los cuales sabemos qué podemos esperar, es decir, aquellos que realizamos con las personas a las que ya conocemos, el morbo desaparece como motivación, perdiendo el sexo su poderosa aura “malsana”, y siendo ésta sustituida por otra mucho más tibia y neutral) .En las relaciones sexuales, esa otra cosa es la posesión, y a la expectativa cierta de lograrla, una vez que se ha cruzado el umbral de la aceptación, la he llamado “morbo”, porque se experimenta sólo en tanto que “interés malsano por aquello que carece de interés”.

 

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