lunes, 30 de septiembre de 2013

propuesta erótica. I. DESIGNIFICACIÓN. (xi) designificar el sexo de la posesión (la renuncia al morbo) (4)

Somos tan partícipes de la cultura sexual del morbo, que es extraordinariamente difícil que podamos, tanto comprender su extensión como imaginar su ausencia. El morbo es tan estructural y sustancial en nuestras relaciones sexuales que el hecho mismo de reconocerlo, de descubrirlo y diferenciarlo del placer erógeno se convierte en un grave obstáculo para su designificación. Alcanzamos a identificar la existencia de morbo especialmente allí donde el sexo se sobredimensiona con respecto a las restantes facetas de la vida; cuando la relación sexual ejerce una atracción que supera con creces la habitual en otras actividades, o que lleva al individuo a dedicarse a obtenerla o disfrutarla hasta el punto de afectar gravemente al desarrollo de esas otras actividades relevantes en el diseño de una forma de vida y sistema motivacional equilibrados. Cuando existe esa pasión, aunque permanezca oculta e incluso auto-ocultada por no caer dentro de las formas morales de pasión sexual, podemos presumir que domina el componente morboso.
 
Y, sobre todo, dependemos tanto del morbo para poder depender gozosamente de la lucha por el sexo (dado que no es del sexo mismo como actividad sensual de lo que dependemos) que su descubrimiento en nuestra motivación está crucialmente “resistido”. Para entender dónde guardamos el morbo, para entender dónde ir a buscarlo, tenemos que entender antes que el morbo es, precisamente, aquello a lo que no podemos renunciar porque asumimos que no quedará nada después. Nada es nada: el edificio de nuestra idea de vida gozosa se sustenta sobre la piedra angular de un sexo morbosamente placentero. Es esta pila la que da vida y energía al resto de los placeres. Sin ella, el autómata se enfría y se paraliza. Lo guardaremos, por tanto, justo en el sitio donde no esté permitido registrar: detrás mismo de nuestro yo registrador. Dado que el yo ha encontrado la razón por la que está dispuesto a desandar el camino andado, aceptando de nuevo el amor, olvidando de nuevo su historial opresivo, y envolviendo otra vez la cebolla del sexo con todo su juego de capas, será el antiyo el que tenga que encargarse de esta tarea final.

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