sábado, 14 de septiembre de 2013

dibujos que hablan (por nosotrxs)


A veces intento hacer uso de iconos infrecuentes en mis textos. Les encuentro mucha utilidad a los más habituales, pero me intriga la larga lista de los inútiles. Siempre pienso que deben de estar ahí por algo y que, para descubrir sus imprevistas y extraordinarias posibilidades expresivas, sólo tengo que forzar un poco su aparición al principio, como si tratara de incorporar nuevo vocabulario verbal.

En algunas de esas ocasiones, lo que hago es sustituir el uso ortodoxo de un icono emocional convencional por uno de esos personajes, de disfrazados, que aparecen más abajo: el indio, el alien, el chico con el gorrito de lana que resulta que es un guardia de esos del palacio de Buckingham. No puedo recomendarlo, porque no siempre funciona.

El caso es que escribía por Hotmail a una amiga y quise adelantar su reacción a mi última frase con un icono “de personaje”, para lo que necesitaba, eso sí, que éste representara, además, a una chica.

Como todos sabemos, los iconos “neutros” representan indistintamente a chicos, pero sucede que (en el más igualitarista de los casos), cuando están genéricamente especificados, se añade al femenino el atributo “pelo largo”. Este cambio suele complementarse con el del bigote para el chico. Un análisis muy inmediato de este lenguaje visual nos revela una sospechosa asimetría: un gran porcentaje de mujeres en nuestra sociedad tiene el pelo largo, pero, ¿cuántos hombres llevan hoy por hoy (en España, no en Turquía) bigote? Al feminizar al icono neutro nos acercamos al verdadero aspecto de una mujer. Sin embargo, al masculinizarlo, nos vemos obligados a alejarnos para que el cambio en el significante sea lo suficientemente claro. Conclusión: el icono supuestamente indefinido está mucho más definido hacia la masculinidad que hacia la feminidad. En los iconos, como en el lenguaje verbal, la mujer debe definirse a sí misma como hombre y sólo mediante un movimiento de construcción separadora, nace su secundaria identidad de mujer. También en el novísimo lenguaje de los emoticonos, la mujer es el segundo sexo.

Pero esto ha sido sólo una observación alcanzada una vez que la sensibilidad feminista estaba activada y a pleno rendimiento. Antes, mientras buscaba despreocupadamente una chica con disfraz, he encontrado algo mucho más chocante. Acostumbrado a elegir entre mis policías, indios, emos, chinos y bomberos, esperaba encontrar algo similar para las chicas (similarmente sexista, es decir, próximo a al discurso sexista políticamente correcto, que ofertara, por ejemplo, una ejecutiva sexy junto con una enfermera o escotada, o infantilizada o, por qué no, las dos cosas).

Sin embargo, esto es lo que me he encontrado:

Me intriga especialmente la rubia del final: esa especie de vuelta a la normalidad, tras pasar por el museo de los horrores constituido por el conejo play-boy y esa alternativa obligada en que se convierte la princesa. Me pregunto si la función de esta chica “normal” (casi feminista, en comparación, por la frescura de su arreglo -con un toquecito de color en los labios, sí, pero es que no hay que confundir “frescura” con “abandono”-) es rebajar la carga sexista del ambiente (“pon una normal, tío, aunque no sirva para nada, que si no canta mucho”) o, realmente, completa algún tipo de visión de la condición femenina internamente coherente.

Inevitablemente, viene a la memoria la tríada conservadora clásica: la puta, la madre, la monja (me gustan así, ordenadas en progresivo perfeccionamiento de su renuncia sexual forzosa, porque no es el orden de su función social, según el cual la madre debería anteceder al resto, sino el de su presentación a la atención, a la demanda del hombre, cuyo interés por la monja es nulo, y máximo por la mujer constituida en objeto sexual). Es evidente que la puta está perfectamente representada y, si entendemos que la princesa corresponde al príncipe, y que su condición es la antesala del reinado, está claro que, mediante un desplazamiento romántico poco sutil, estamos ante la madre. Pero, ¿cómo puede ser monja la rubia? ¿Será Julie Andrews en Sonrisas y Lágrimas?

Mi sensación es que la monja no está porque, efectivamente, no tiene despliegue sexual y, por tanto, no interesa. La monja es el sumidero por el que se vierten todas aquellas mujeres que ya no deben tener relaciones sexuales, de modo que tan bien están en el convento como en una colonia espacial cubierta de huevos atrapa-caras. La realidad obliga a una solución final y ésa es la del amor por dios, que de paso las convierte en trabajadoras espirituales y domésticas a mayor gloria y beneficio de la élite eclesiástica masculina. Cualquier modernización de su figura conserva su invisibilidad para el lenguaje. No sé cómo se dibuja a la monja actual, pero no la he encontrado en los emoticonos de Hotmail. Como se puede prescindir de ellas, se prescinde. La terna se reduce a par, y tal vez esa ausencia influye en la caracterización de la princesa, entre cuya gama disponible se elige a Blancanieves, la más asexuada y monacal. Así, la prostituta play-boy es una forma de multiplicidad, de presentación de una gama completa: donde hay un conejito hay una madriguera; la chica play-boy nunca va sola. La princesa-madre es, sin embargo, singular, es decir, mucho menos cuantiosa, y en la misma proporción se reduce la presencia de la monja, que apenas es ya la sombra de una presencia.


Nos sigue faltando explicar a la rubia.

No dispongo de esa explicación, así que estoy abierto a sugerencias. Mi única idea es que, seguramente de forma involuntaria, constituya una síntesis de las dos anteriores (formadas por cien putas, una madre y un trocito de monja). Puede que sea, claro, la nueva mujer empoderada, cuya presencia ha sido exigida por una asociación feminista vigilante del diseño de lenguajes visuales. Pero a lo mejor sólo es “la mujer”, el icono que debe utilizar aquella que no tiene el día de princesa ni tiene el día de puta. Aquella que se siente integrada e identificada con el conjunto completo de las funciones que le atribuye la mirada masculina. La “rubia tonta”, maciza, disponible, pero con un toque maternal, que no sirve para convertirla en heroína de película, pero sí en fondo femenino sobre el que el héroe construye su dominación. Está ahí, no siendo, tan femenina, tan aquiescente, tan silenciosa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Se te va mucho la olla.

Anónimo dijo...

Venía a decir lo mismo. Es muy duro querer ser original y subirse al carro del postfeminismo

Anónimo dijo...

Iba a leer la entrada, pero he visto que usas x para escribir el plural que se refiere tanto al género masculino y femenino (cosa que se hace usando el masculino)

Así que como he visto que no sabes escribir, ni me he molestado en leerlo.