martes, 14 de mayo de 2013

sexo. FORMA. VIII. la escuela de la pornografía (4) Funciones del sadomasoquismo - iii - LA INDIGNACIÓN VIOLENTA


El sexo puede, además, volverse violento como desahogo desbocado de la propia tensión y represión sexual. Esta tercera función del sadomasoquismo linda peligrosamente con la posesión humillante con orientación de género. Haré un esfuerzo para distinguir ambas cosas que entiendo de muy distinto valor moral.
El sadomasoquismo permite una inmersión sexual, una sexualización transitoria completa y amoral, que libera la fuerza que la carga simbólica del sexo ha reprimido. El individuo puede entregarse al sexo en su forma sadomasoquista como un hambriento crónico a un banquete. A la furia ansiosa propia del encuentro con el objeto deseado y habitualmente inaccesible se suma el odio furioso hacia aquello que lo hace inaccesible y que se encarna de manera circunstancial en el individuo con el que se realiza el acto sexual. Estas dos furias son suficientes para que el acto sexual deje de parecerse al arropamiento y para que, sometido a una cierta conciencia, adquiera formas claras de sadomasoquismo.
Este sadomasoquismo vuelve a no presentar a priori una orientación de género, como el robo del cleptómano carece del proyecto de acumular capital. El cleptómano busca saciar su frustración de poseer aquello que se le ofrece sin querer con ello aumentar su poder ni hacer ostentación de lo poseído. El individuo entregado a comportamientos sadomasoquistas con la función que ahora se trata pretende liberarse del deseo torturante; aprovechar la ocasión para el agotamiento y el desquite. Es por ello que este sadomasoquismo puede ser recíproco sin merma de su eficacia, en lo que se distinguiría del consumista posesivo y esclavizante. Lo que llamamos coloquialmente “sexo apasionado” está teñido en gran medida de este componente sadomasoquista, que, como ningún otro, conjuga infligir y recibir dolor en el mismo individuo, siendo así el más coherente con la etimología del término (que “sadomasoquismo” implique el encuentro entre un sádico y un masoquista es un fraude moral. La realidad es que la mayoría de los individuos que lo incluyen en sus juegos de cama como un componente que ha adquirido normalidad social, carecen de reparto a priori de estos roles. Encontrarán después, sin embargo, una marcada y sospechosa tendencia a que sea la mujer la agredida). El arropamiento lo tolera hasta ciertos límites, y sólo en la medida en que haya inconsciencia y simetría teórica, pues de otro modo dejaría de dibujarse como un posible tránsito hacia la comunión.
Es complicado entender que un individuo se sacie sobre otro de manera agresiva y desordenada sin que esto implique la conversión del otro en mercancía, y sí en símbolo de su propia liberación. Pero, ¿cómo encauzar el entusiasmo ante la liberación de la humillación represiva; el placer de lograr lo que se desea hasta el punto extremo de temer volver a desearlo? De nuevo encontramos un factor en esta finalidad del sadomasoquismo que entra dentro de lo que podemos entender como una progresión normal hacia la racionalización de la vida sexual.

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