viernes, 27 de julio de 2012

Vías Cruzadas como modelo (y II)


            El amor nos adoctrina cínicamente en que en él no cabe pedagogía. Como toda ideología surgida para amparar un fin, convive sin complejos con sus contradicciones llegando a envolver las más útiles en un celofán de misterio poético que nos sugiere la presencia de la más sabia de las verdades.
            Hemos de aprender, por tanto, a no educarnos, nos dice el amor, y esto como una lección que sólo asimilaremos tras muchos intentos de llevar a la práctica la contraria, la de intentar hacer del amor aquello que entendemos que puede ser bueno que sea.
            Entre las cosas más importantes que debemos aprender a no aprender se encuentra la elección. La experiencia deberá enseñarnos (y si no lo hace será que estamos teniendo las experiencias equivocadas) que la elección del objeto de enamoramiento no está a nuestro alcance, sino hundida en alguna inaccesible y sagrada gruta de nuestra conciencia más elemental, si es que no determinada por las corrientes de energía que pueblan el éter, o prefigurada por los hilos del destino que sustentan el equilibrio cósmico.
            Sería bueno, llegamos a aceptar, poder elegir a veces, pero la elección nos la encontramos. Nuestra única habilidad desarrollable es detectarla y nuestra única libertad es abandonar el objeto de elección (error) o luchar por alcanzarlo con todas nuestras fuerzas (acierto).
            Nada más podemos hacer, porque si pudiéramos hacer algo más, algo haríamos en favor de los discriminados del amor, de aquellos sobre los que nunca recae la elección. Pero es que no podemos.
            Vías Cruzadas se atreve a conculcar este santuario ideológico, esta aporía imprescindible de la ideología del amor, violentando nuestras tendencias electivas por el camino del medio: el del gusto, la belleza y el deseo. No nos va a decir que el amor debe ser solidario, que debemos alternar la búsqueda de lo que queremos con la entrega a lo que no queremos para alcanzar en el mundo un reparto más justo. Nos va a decir que lo bello, lo que nos gusta, lo que deseamos, es otra cosa.
            Si decimos que Phil nos va a ser presentado como bello, todos distinguiremos enseguida la belleza capaz de generar atracción eróticosentimental, a la que ninguna presentación puede hacerlo acceder, de otra más general, condescendiente y humana, con la que calificamos a aquello que puede emocionarnos pero con lo que no queremos vernos mezclados. Esta barrera sólo es superada en rarísimas ocasiones por los trabajos creativos realizados en torno al ennoblecimiento de estéticas discriminadas. Lo más frecuente es que la fotografía de moda que estetiza la obesidad o el cine que dignifica la vejez utilicen un involuntario tono paternalista que, si bien algo aporta a la autoestima del “colectivo”, conserva la clasificación jerárquica y la inmiscibilidad. Un viejo es un viejo. Con mi película expreso que no tiene por qué sentirse avergonzado, pero eso no le da derecho a aspirar a acostarse conmigo. La barrera que los separa de nosotros en tanto que estos personajes aparecen como representantes de su propio colectivo constituye su primer nivel taxonómico. Son, ante todo, gordos o viejos, y todo lo demás que sean, todo aquello que descubrimos después, que nos resulta tan humano y que incluso nos recuerda a nosotros mismos, no es consecuencia de poseer la misma sustancia, sino de compartir el mismo mundo. Sólo convergencia evolutiva, como lo que existe entre el vuelo de un murciélago y el de una libélula.
            En Vías Cruzadas encontramos, sin embargo, un escrupuloso trabajo estético que logra presentarnos a Phil como un congénere, tan digno de amor como cualquiera de nosotros. ¿Cómo se obra el milagro, el espejismo, la imagen declarada imposible?
            En lo que concierne al guión, no veremos una sola vez que ni Phil ni su círculo social más próximo conviertan el enanismo en hecho diferencial alguno. Phil se comporta continuamente como si le confundieran con un enano, es decir, como si los demás (el círculo social lejano) lo vieran como algo que él sabe que no es. Por supuesto que Phil es enano, pero no es “un enano”, como ninguno de nosotros somos sustancialmente ni usuarios de camisas de manga corta ni exalumnos de un determinado centro escolar. Mientras estamos solos con él o con sus amigos, el enanismo está relegado a cuestiones absolutamente menores, como se pone de reflejo cuando recoloca el buzón de su nueva casa a una altura a la que pueda acceder. A esto, y a poco más, debería afectar su condición. Mientras la función narrativa más habitual de un obeso en un guión corriente es hacer chistes de gordo, Phil es un protagonista cualquiera siempre que no aparezca alguien para recordarle que es entendido como una aberración.
            Desde el punto de vista del casting y la dirección de actores, es evidente que se ha seleccionado a un actor con no pocas habilidades seductoras que conviven con las que, en principio, resultan incompatibles con ello. Phil no sólo tiene una voz aterciopelada, que modula perfectamente, dentro siempre de la contención y la serenidad, sino que su mirada es profunda y digna, su gesticulación segura y elocuente, y sus movimientos enérgicos, directos y decididos, sin caer en la habilidad llamativa del malabar circense.
            Phil será, además, favorecido por una planificación que lo convierte casi siempre en figura heroica, presencia a veces monumental, solemne, representativa de la complejidad y la superioridad de lo humano frente a todo accidente o circunstancia. Allí donde Phil aparece es siempre lo mejor compuesto, lo más en su sitio, el centro del significado y de la atención, lo que confiere sentido profundo al entorno.
            Gracias a estos recursos Phil deja de ser sólo un enano bonito y pasa a ser un hombre de quien aprendemos qué es vivir una vida de hombre con las dificultades acarreadas por el enanismo, y gracias a la presencia de los demás personajes vemos qué es vivir sin esa dificultad pero con otras, a veces menos desprestigiadas, pero de consecuencias más perniciosas para la condición humana.
            Esta es la mirada que la película nos propone. Ésta es la discriminación positiva que el arte puede realizar gracias a su capacidad para situar la belleza allí donde el creador decida hacerlo. Esta es la corrección que el arte necesario debe ejercer en favor de la justicia, a riesgo de no llegar nunca a ser exhibido o, si lo es, de ser visto por algunos como depravado enanófilo.

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