viernes, 13 de julio de 2012

tú y yo (PARTE II)


             ¿Cómo es posible, me he preguntado innumerables veces, que se desprendiera de mi conciencia el vientre de Sofía? Sólo recuerdo ya las objetos y sus cualidades, pero nada de ella, ni de aquello: aire frío, abrigo negro, vientre suave, cálido, como una estufa viva… ¿Cómo pude traicionar así un vínculo que nació con el poder opresivo de una cárcel, y que desde el primer momento de triunfo produjo tanto vértigo que costaba siquiera asomarse, que resultaba imposible de disfrutar? ¿Por qué la culpa ante una trampa? ¿Por qué la trampa, Sofía? ¿Por qué no me dijiste “mi vientre está vacío. Caerás y caerás, y sólo saldrás un día si alcanzas el otro lado”? ¿Pensaste, quizás, que no lo era? ¿Convertí yo el afecto profundo y puro de tu vientre en un veneno, Sofía? No sé si sentiste, como sentí yo, que te lo devolví un día intacto, el tuyo, en vez del mío a cambio, no despreciado, pero perdido, desperdiciado. Devuelto tal cual lo recibí porque no se perdiera algo tan valioso como tu afecto por mí, con el que no sabía qué hacer. Dime si me maldijiste. Dime si Lea me recordaba a ti porque tú quisiste que no pudiera olvidar mi olvido, que fue nuestro olvido cuando tu amor cesó, tan harto de no ser devuelto como yo me dije que estaba de que no se me devolviera eso que te daba y a lo que llamaba amor, sin parecido alguno con el amor que le había dado nombre. Nada podía ser mejor que Lea. ¿Por qué no hubo nada peor? Todo el mundo en la academia entendió que éramos el uno para el otro, desde el primer día. Ella lo entendió también, me lo contó después, y yo se lo conté a ella; un encuentro inevitable, el triunfo definitivo para cada uno de los dos. La tierra vista desde el cielo, y sus simples y bondadosos habitantes llevando la vida que les correspondía, y envidiando la nuestra porque nos teníamos el uno al otro. Y luego tan pequeños, tan empequeñecidos, tan odiados por nosotros y por ese mundo despreciado que, en realidad, sospechábamos a veces, ignoraba nuestro éxito. Ese mundo que mirábamos con nostalgia infinita, encerrados por nosotros del mundo, separados por barrotes que nos figurábamos de nuestra creación. Ese mundo que, repentinamente inmersos de nuevo en él, nos miraba desde tantos ojos con la impaciencia gélida y displicente de un carroñero. ¡Qué desprevenido cogió el odio cuando se había quería tanto! ¿Verdad Lea? ¿Crees que fue Sofía? ¿Recuerdas a Sofía? ¿Recuerdas lo que te conté de ella? Te dije que vivimos a María como una mentira. Que nosotros éramos la verdad, y que, a nuestros ojos, el fuego que requerimos para marcarnos más profundamente de lo que nada lo hubiera hecho hasta entonces no iba a alimentar con su dolor otra cosa que la libertad que nos ofrendaba el encadenarnos el uno con el otro. Te hablé de marcas, de fuego y de cadenas, y, sin embargo, me abracé a tu vientre como jamás se me habría ocurrido abrazar a María, porque era mi amiga, mi alegría, mi primavera, y un día no fue nada, y es menos que nada cuando la busco. Y te llamaba entonces. Y tú no contestabas. ¿Me engañaste, Lea, y fingiste unión mientras pensabas que recordaba el vientre de Sofía, en vez de estar uniéndome contigo? ¿Aceptaste la humillación de ser otro vientre junto con la humillación de sentir que no debías pensarlo? Si es así, Lea, ¿qué te puedo decir? Que tal vez Ana me había engañado ya, y que te oculté que lo había hecho. Que tenías razón. Que la teníais. Que allí estaba Sofía de nuevo, la desvanecida, recuperada en mi conciencia… no sé. No sé si por tu vientre, o por tu casa, o por tu boca, tan parecida, o porque quería olvidar a Ana en ti, sus ojos, y no supe mirarte. Recordé, tal vez, las lágrimas de Ana, al final continuas y desesperadas, y quizás no quise ver brillar tus ojos para no adelantar las que iban a ser las tuyas. Quizás quise obligarme a llorar yo, y por eso me plegué de aquel modo sobre ti, como una traición a nuestra simetría. “No somos iguales”, te estaba diciendo, amor mío, “amor mío, no somos iguales, como imaginas. Y por eso te pido perdón así, ya, sabiendo que llorarás y que me pedirás que te lo pida”.

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