lunes, 23 de abril de 2012

¿qué es un guapo? y PARTE II



Simetría. Sabemos que nuestro cuerpo esta dividido por un eje vertical imaginario a cada uno de cuyos lados debería aparecer más o menos lo mismo. Cada vez que la simetría desaparezca de manera sensible leeremos el mensaje “cuerpo defectuoso”, que lo hará entrar en la categoría de “feo”. Poco importará que dicha fealdad conlleve alguna limitación o pérdida de utilidad, y menos aún que contenga algún significado moral, ya que entenderemos que la asimetría es indicio de que los conlleva y, sobre todo, de que es percibido por otros como conllevándolos. Esta condición para la belleza ve refutada su necesidad en aquellos rasgos que no entendemos que deban ser biológicamente simétricos, como los lunares o la colocación del pelo.

             Es necesario que la boca sea simétrica y no que lo sea el peinado, y la única razón para ello es que         atribuimos defecto a lo primero y no a lo segundo.

Analicemos la conclusión a extraer. Si la causa de percibir la falta de simetría como fealdad es el defecto que atribuimos, entonces no nos queda más remedio que determinar la importancia de dicho defecto (que puede no existir) para juzgar la pérdida de belleza consecuente con la pérdida de simetría. Si la razón, sin embargo, es la eficacia formal de la simetría, la belleza en sí de la misma, entonces todo deberá ser simétrico, especialmente aquello cuya simetría depende de nosotros (pues a ésta irá añadido como valor extra el buen gusto de que la busquemos allí donde nos es posible hacerlo). Si, por último, lo ideal es una combinación entre lo simétrico y lo irregular, ¿qué importa cual sea el rasgo irregular? ¿No deberá, quien tiene una mancha de pigmentación asimétrica, utilizarla como generadora de ritmos formales en combinación con elementos simétricos, en vez de ocultar su existencia?

Con respecto a los rasgos faciales, nadie duda de que los principales a la hora de determinar la belleza son la boca y los ojos. Nos importan las orejas, pero mucho menos, y es siempre opinable en qué consiste una hermosa nariz. Sin embargo, los ojos y la boca deberán ser grandes y llenos de vida. No hay más razón para ello que el hecho sencillo de que son los encargados de generar lenguaje. Nada en todo nuestro rostro tiene la capacidad de emitir mensajes que poseen estos dos rasgos, convertidos así en los embajadores de nuestra personalidad, de nuestro trato con los otros, y es según la predisposición y la eficacia de ambos que seremos considerados guapos o feos.

Los defectos de cualquier clase son en sí el significado de un fallo en la calidad del producto, y juzgamos poco si el fallo implica una verdadera pérdida de prestaciones o sólo su apariencia. No conocemos el producto en sí, y nos conformamos con no aceptar la imperfección de fábrica. Fallo es fallo, y es feo, ya sea una mancha de pigmentación, una infrecuente cantidad de pelo o una discapacidad intelectual, porque siempre será peor que ausencia de fallo. Entre ellos he destacado el adquirido de la obesidad y el sobrevenido de la vejez. Que el primero es íntegramente dependiente de los significados “salud” y “opulencia” es un hecho ya conocido. Allí donde la opulencia se sobreentiende, la salud como generadora de cuerpos atléticos desplaza la belleza hacia una minimización extrema de la grasa corporal. Pero, donde no está claro que se pueda comer siempre, el margen de tolerancia estético se amplia hasta una presencia de grasa notablemente mayor. En cuanto a la vejez, nuestra cultura no oculta el paralelismo entre fertilidad y belleza. Hoy, que la edad fértil de la mujer ha aumentado en algunos años, también lo ha hecho la consideración hacia lo que se valora como un aspecto físico bello. Carecemos de la capacidad de apreciar belleza allí donde la pérdida de aptitudes físicas, entre las que la fertilidad es clave, ha tenido, gracias a la madurez, la oportunidad de ser remplazada por experiencia y evoluciones del carácter que permiten una mejora sustancial de las relaciones. Si no apreciamos belleza allí donde deberíamos apreciar capacidad para hacernos felices es porque el cánon de la fertilidad, es decir, la cultura de la pareja como estructura cuya finalidad es la procreación, ha perdurado hasta hoy desde el principio de los tiempos.

En cuanto a la belleza de género, resulta obvio el vínculo entre su atribución y el rol de género que se espera que el individuo desempeñe. El hombre será fuerte y grande, porque en una cultura patriarcal debe dominar y dar protección. La mujer tendrá como atributos más atractivos aquellos cuyo acceso ha sido prohibido y que representan su condición de madre.
Encontramos, me temo, pocas casualidades en la formación del canon de belleza. No hay en él otra cosa que la representación visual de un conjunto de expectativas sobre la pareja de la que esperamos disponer. Pero nuestras expectativas son prácticamente inconscientes y asumidas de modo acrítico. Aceptamos apreciar el aspecto que refleja un deseo no coincidente con lo que desearíamos si nos planteáramos qué nos es más favorable desear. Y apreciándolo así alimentamos, en mayor o menos medida, nuestra entrega a un modelo que rechazaríamos si dispusiéramos de libertad para elegirlo. Obligamos, además, a que otros constituyan ese modelo si quieren ser elegidos por nosotros.

El caso es que esa libertad para elegir el modelo que queremos sentir como bello no parece tan lejana cuando distinguimos el vínculo entre la belleza y sus funciones. Sólo nos distancia de ver belleza en otro lugar tener una idea sobre qué nos gustaría que ejerciera sobre nosotros el atractivo de lo bello, en vez de aquello que, hoy, nos ata a virtudes tan destructivas. Eso, y ver reforzada nuestra opinión mediante el reconocimiento de la misma belleza en nosotros. En menos palabras: intercambiar amor por bien.

2 comentarios:

qrohlessck dijo...

Me atrevería a sugerir un motivo más que hace atractivo a un cuerpo delgado en nuestros tiempos; la idea de ligereza, de velocidad, de agilidad. En un mundo de "Modernidad Líquida" (como diría Zygmunt Bauman) donde todo tiende a lo pequeño y veloz, al más puro estilo del paradigma teconología-eficiencia-consumo, no parece extraño que un cuerpo robusto y en apariencia "poco ágil" sea lo menos deseado. En el ideal de hombre, la fuerza física tiende a "estilizarse", basta ver algunas revistas tipo Men's Health para aprehender la resignificación de la misma que es consumida en masa hoy en día.

En suma, diría que el "hombre grande y fuerte" tiende a transformarse en el hombre "ágil, intrépido, veloz" características que le dotan de fuerza en nuestros tiempos. Aún así, creo que oscila entre estos 2 paradigmas aún el atractivo masculino.

Algo similar ocurre en el ideal de la mujer. Ver a las top model por un lado y a las porn star/ playmates por otro, nos da información similar: en las primeras lo que predomina es la delgadez, asociada a la agilidad, mientras que en las segundas predominan los "atributos [...] cuyo acceso ha sido prohibido y que representan su condición de madre."




PD: Muy buen blog, te sigo con entusiasmo desde la primera entrada que leí y que ha despertado muchas inquietudes intelectuales en mí. Excelente trabajo el que haces. Un saludo!

israel sánchez dijo...

Interesantísima aportación. En el texto he intentado restringirme a aquellos rasgos que he considerado más próximos a la universalidad entendiendo, además, que dicha universalidad no es casual, sino que estructura las infinitas ramificaciones que presenta el canon en su progresión hasta lo estrictamente individual y anecdótico. Creo que sólo es el principio del análisis, y que es necesario seguir por la vía del descubrimiento de los significados de la belleza para, deconstruidos los cánones, reflexionar sobre el deber ser de la belleza, sobre qué es aquello que, por tener la capacidad de proporcionar felicidad, debe ser entendido como bello. El último paso, el de sentir esa nueva belleza como la fuerza que nos conduce a premiarlo espontáneamente con nuestro afecto, es el más fácil.
Muchísimas gracias por tu valoración.