miércoles, 8 de febrero de 2012

amor. SPIN-OFF. la gran pirámide IV: el poder (1er valor)

             Podemos hablar de tres familias de valores que organizan y estructuran esa dimensión de la pirámide social que es la pirámide del amor.

             La familia del poder es la prioritaria. En tanto que la pirámide del amor está implantada armónicamente en la pirámide social, en tanto que es, en realidad, parte constituyente de la misma, su ley de oro sólo puede ser la que rige a la estructura global. Quien tiene más poder está más arriba. La regla está, en realidad, próxima a la redundancia, pues el poder se define como la capacidad de actuar, y ésta es la realización misma de la humanidad del hombre. Así, tener poder es lo mismo que ser hombre, y al ejercerse en sociedad depende de la sociedad para ser ejercido, de modo que tener poder es tener poder social. No es poder, por tanto, ser capaz de alinear conchas en la playa, se haga a la velocidad que se haga, y sin embargo sí lo es disponer a las tropas para la batalla, y lo es mayor cuanto más rápida y perfectamente se efectúe esta acción. La alineación de conchas es invisible a la sociedad (si dejara de serlo, claro, empezaría a constituir poder) mientras que la disposición de tropas tiene consecuencias evidentes que hacen esta facultad visible.

             Hablaremos, por tanto, de “poder” en sentido general dentro de un marco social determinado: el nuestro. Cualquier poder social (o ejercible en sociedad, o aplicable a la sociedad) mejora nuestra posición en la pirámide social. La suma de nuestros poderes determina dicha posición. Diremos que, a grandes rasgos, la pirámide del amor coincide con su madre, la social, y que el lugar en el que nos encontramos en ella prefigura nuestras posibilidades eroticosentimentales.

             Sería necesario hablar de poder social visible y poder social invisible para determinar la percepción que de la posición de cada uno en la pirámide social tiene el otro o los otros. Esta cuestión es vital con respecto a la pirámide del amor, pues la determinación del objeto de enamoramiento depende de nuestra percepción del otro como digno de amor y, por tanto, sólo al detectar su poder empezamos a enamorarnos en la medida en que corresponde a su posición.

             El poder casi invisible de un gran banquero hace que su posición con respecto a la pirámide del amor sea a priori poco relevante comparada, por ejemplo, con la de un actor. Sin embargo, al ser testigos de su poder, al volverse éste visible, (relacionándonos con él en cualquier modo en que su influencia se vuelva perceptible), su posición se vuelve correspondiente con el mismo (y, normalmente, muy superior a la del actor).

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