lunes, 3 de octubre de 2011

celos. PARTE 3. olimpo

            
 Hemos visto hasta ahora que los celos son una emoción funcional. Su desprestigio forma parte de la doble moral que está en el alma de nuestra regulación sentimental. Por un lado condena lo que por otro fomenta, y el individuo queda desgarrado de sí mismo por la vergüenza que le provocan sus sentimientos y desgarrado de la sociedad porque nadie, desde fuera, puede ayudarle a darles expresión, sin invitarle a una violencia desproporcionada.
             Hemos visto, en otras palabras, que nuestra apuesta por la pareja monógama es tan alta que su pérdida sólo puede ser trágica, y que recibimos tantas garantías al hacer frente a esa apuesta, hasta tal punto se nos dice que es segura, que cualquier tipo de fallo lo atribuimos a una traición cuando, en realidad, nosotros mismos no estamos cumpliendo el contrato.
             Pero ni lo hemos visto bien ni lo podemos ver en más detalle. Sólo debemos recordar que si los celos son indignación por la no obtención de lo esperado en el terreno sentimental, un sistema que pida lo imposible será generador de celos estructurales. Si no queremos celos, tendremos que replantearnos lo que pedimos. En purgatorio (y ii) abandoné a los monógamos precisamente porque sus celos no pueden ser resueltos, sólo descritos.
             Este texto se centra en los celos y no en el concepto de amor de modo que no queda espacio para justificar el siguiente salto. Diré, sin más detalle, que lo que groseramente entendemos como “relación abierta” está más próximo que la monogamia a esperar del otro aquello que el otro puede ofrecer, y diré que, por tanto, es ésta la alternativa donde hay alguna esperanza de que los celos desaparezcan.
 Repito esta afirmación, para afianzar su aparente contrasentido. Las únicas relaciones en las que los celos no están presentes de modo universal son las abiertas.
             ¡Qué contradictorio con nuestra experiencia! ¡Todos sabemos que los celos que provocan son precisamente la causa de que las relaciones abiertas acaben fracasando! A ese tipo de relación es al que nos resignamos a renunciar para evitar el dolor de saber a nuestra pareja en brazos de otra persona, o de saberla sufriendo mientras lo estamos nosotros. Y, sin embargo, cuando alguien entabla una relación abierta desde la consciencia y la responsabilidad, se le presupone aceptando las consecuencias.          
Pero, claro, rechazamos al enemigo y aceptamos sus regalos. ¿Qué podemos esperar?
Construimos el ideario de la relación abierta restando la exclusividad sexual pero conservando el amor  y, con él, la idealización. Tras la idealización la decepción y, con ella, el sentimiento de traición. Por fin, los celos de nuevo. Y, como el amor es inocente siempre y a priori de toda culpa, y como nos hemos salido de la senda sagrada para jugar con lo prohibido, tenemos claro donde está el pecado: las relaciones abiertas son una quimera; no te puedes librar de los celos. ¡Vuelve a la monogamia, incauto, antes de quedar marcado para siempre! Cuando el hijo pródigo retorna al hogar de la pareja tradicional, cuando nuestras amistades “raras” irrumpen de nuevo en el noviazgo, lo hacen siempre con la inercia atropellada de quien venía huyendo. Intentarán disimular, pero en sus ojos aún podremos encontrar el reflejo del terror.
             Relacionarse abiertamente (¡qué bien suenan las variaciones del término!) requiere renunciar al amor. Pero, para que una condición que presumimos inhumana no nos disuada antes de empezar, sustituiré el término “amor” por el de “idealización”. Nuestras expectativas sobre lo que el otro (monógamo, polígamo o lo que quiera que sea) puede ofrecernos serán, y esta es la descabellada propuesta revolucionaria, realistas. Desarrollar ese realismo será nuestra responsabilidad, y a nadie podremos acusar de no haber dado lo que no puede dar. De hecho, ni siquiera podremos acusarle de no dar lo que no es justo que dé, incluso aunque nos lo hubiera prometido, pues nosotros, al aceptar su promesa, lo habíamos sometido a un compromiso injusto.
             Entendamos, por tanto, que para que la renuncia a la exclusividad sexual de aquella persona con la que tenemos una relación abierta sea realizable debemos renunciar al resto de los imposibles. Nuestra sexualidad con ella deberá perder trascendencia a priori (bienvenida la trascendencia que surja, pero acéptese que no exista si no aparece, y que no constituya esto una losa para el resto de la relación, compóngase de lo que se componga), pudiendo dicha trascendencia surgir con otros individuos. La persona con la que mantenemos una relación abierta no podrá ser la fundamentación de nuestro ser, la que nos da sentido y valor con su opinión sobre nosotros. Mediante sus otras relaciones se nos manifestará con claridad que no nos diviniza, y en tanto que opina sobre nosotros de modo tan realista como no podemos nosotros evitar opinar sobre ella, deberemos renunciar a su adoración. Nuestra comunicación, por lo demás, avanzará paulatinamente, y no mediante una mágica conexión que nos permita aferrarnos al espejismo de que alguien nos conoce sin necesidad de que nos mostremos. De lo que queremos que sepa sólo entenderá parte, y, a veces con gran esfuerzo. De lo que queremos ocultar, parte le resultará evidente, y tendremos que convivir con su descubrimiento. A su vez, nosotros sabremos que no sabemos, recordando que quien cree saberlo todo sobre su compañero sólo suma esa idea a su ignorancia.
             Todas estas renuncias parecen vaciar la vida de sentido. Y, sin embargo, se trata de un sentido del que jamás hemos gozado. En realidad no estamos haciendo más que madurar y superar el pensamiento mágico.
             Y en la práctica, ¿qué? Leer y/o estar de acuerdo con este texto no implica dejar de sentir celos; nos tienen bien atados. Pero si nunca hubiéramos caído en su trampa, con aprender a relacionarnos desde el realismo habría sido suficiente. Ahora es tarde y debemos reeducarnos. Primero, la conciencia: la comprensión extensa e intensa del alcance de la desidealización. Después, las emociones. Al principio, mediante suaves y paulatinas exposiciones a lo que en teoría ya no nos da miedo. Poco a poco, a medida que racionalizamos, a medida que el odio, el miedo y la pena se desvanecen por la ausencia de causa, normalizaremos la apertura de nuestras relaciones.
             Y los celos seguirán con nosotros, pero dignos y serenos, dispuestos a reivindicar ni más ni menos que lo que es justo, lo que se puede dar sin merma dramática para quien lo da o quien lo pierde. Sin renuncias inhumanas ni afectos ficticios. Dispuestos a actuar cuando sean necesarios pero conscientes de que pueden no serlo porque, ahora, también las relaciones honestas están a nuestro alcance.

5 comentarios:

El antipático dijo...

Falta gestionar, en mi opinión, el mejor y menos mejor, o sea, prefiero quedar con el/ella a contigo. Y no sólo eso, sino a la vez la autoimagen, por la cual me siento mejor conmigo con el/ella que contigo, precisamente porque sus cualidades son más suaves, más dóciles, etc. Es decir, precisamente porque soy su preferida/o. Todo eso se sabe, y mientras que en la amistad engrana habitualmente bien, aquí duele.

El antipático dijo...

Pienso en porqué duele. La amistad es inmediata: uno se acerca a otro niño cualesquiera que tiene una pelota y le pregunta si puede jugar. En cambio, no te acercas a la niña/o para preguntar si puedes follar. Debe mediar el deseo, que nace de la fantasía. Si la imagen de la fantasía de ella es Lorenzo Lamas, no importa que seas un perfecto caballero. Si la imagen de la fantasía de él es Marilyn, de nada sirve que seas Doctor Honoris Causa. ¿Acaso se puede dirigir la excitación producida por tales fantasías, quitarla de aquí y ponerla allá? Mientras que eso sea una pesadilla distópica, no veo cómo esquivar los celos, precisamente por una estimación realista del otro y nuestros incontrolables sentimientos hacia él/ella -sentimientos que han de excitar, no como en la amistad.

israel sánchez dijo...

Comenzaré por el final de tu argumentación, que creo que contiene el error de principio.
La idea de la ingobernabilidad de los sentimientos debe entrar en la categoría que tan groseramente llamamos “propaganda del sistema”. No hay lugar para profundizar demasiado, pero recordaré sólo dos cosas. La primera, que una de las batallas ideológicas de la Guerra Fría fue la dialéctica sentimiento-razón. Ganó el bando de los sentimientos y desde entonces prevalecen sobre la razón en la cultura popular por puro revisionismo histórico de vencedor. La otra es que la teoría actual de las emociones tiene dos bastiones fundamentales que en la afirmación de la ingobernabilidad se pasan por alto: la funcionalidad (las emociones son adaptativas, útiles, y cuando no lo son es porque algo falla) y el hecho de que la emoción es la consecuencia de una determinada interpretación de la realidad. Evitar que dicha interpretación provoque la emoción que le corresponde es un trabajo ímprobo de éxito incierto. Cambiar nuestra manera de interpretar la realidad cuando ésta es equivocada sólo requiere comprensión. El mejor ejemplo para demostrar lo manipulables, pero por tanto también flexibles, que son las emociones, lo pones tú mediante los cánones de bellezas distópicas de Marilyn y Lamas.
El problema de una clasificación en mejores y peores, así como el problema de la autoimagen a costa de nuestra relación favorita, sería otra de estas emociones cuyas causas sólo necesitan ser reinterpretadas.

El antipático dijo...

Enhorabuena. Esos eran, en efecto, los flancos débiles. Ahora, la pregunta. ¿Hay que expulsar a los poetas del amor y dejar sólo a los filósofos, como Platón quería de la ciudad? O sea, ¿nos quedamos sólo con las reinterpretaciones correctas -éticas, verdaderas- de la emoción y desterramos las manipuladas -pasionales, inducidas-? ¿Y las correctas son siempre varias, como el poliamor mismo, o una: la mejor?

israel sánchez dijo...

Sacas a colación otras dos dialécticas (más, en realidad) a las que merece la pena liberar del prejuicio irracionalista.
La dialéctica filosofía-poesía es (aunque no se reduce a) la traducción de la dialéctica razón-intuición al terreno del discurso público. La república no debe, por tanto, desterrar a la poesía, heraldo personal de la intuición, sino que son ambas, poesía e intuición, las que deben desterrar el antagonismo con la razón y la filosofía.
La dialéctica entre lo uno y lo múltiple como materialización de lo bueno también tiene una función propagandística ajena al saber, pues persigue la atribución del bien a lo múltiple como realización del derecho a elegir. Este derecho constituye un principio sagrado del consumismo, y lo legitima como expresión de la libertad misma. No debe la república, tampoco, escoger entre lo uno y lo múltiple, sino que cada instancia será mejor o peor, siendo una la mejor de todas las existentes (y, a su vez, mejorable por las posibles), y ésta diversa y generadora de multiplicidad con respecto al resto.
En resumen: ni el lenguaje poético es ajeno a la expresión de cómo debe ser el afecto (si creyera eso no utilizaría la ficción en el blog), ni las relaciones deben ser de una sola manera sino que así es, precisamente, como son hoy día. Denunciar esta última coerción es el objetivo de este blog.