lunes, 24 de octubre de 2011

amor. PRESENTACIÓN. así se hará

             Reflexionar sobre el amor cuando tenemos problemas en nuestras relaciones sentimentales implica, valga la perogrullada, haber decidido que es sobre el amor sobre lo que hay que reflexionar. La mayoría de los esfuerzos intelectuales por mejorar dichas relaciones se abordan desde el análisis de lo que el amor sea, asumiendo con ello que el amor debe ser. Una desafortunada decisión, pues se disponen a revisar el kilométrico tendido eléctrico justo un palmo después del punto en el que el cable está roto. A lo largo de tan duro trabajo la falta de resultados invitará a conformarse parcheando allí donde la instalación esté ya en perfectas condiciones.
             La asunción es como sigue: si tenemos estos problemas es porque no hemos entendido qué es verdaderamente el amor y no hemos actuado en consecuencia. Debemos, por tanto, recuperar su significado, buscar sus fuentes perdidas, determinar mejor la forma de aplicar sus máximas a nuestros problemas, y esperar a que el tiempo haga el resto. En caso de que el tratamiento no funcione revisaremos el diagnóstico y, llegados al extremo de la desesperación, atribuiremos el fracaso a uno de los participantes en la relación por no seguir las prescripciones con disciplina. No cabe otra respuesta. ¿Por qué? Porque el resto es evidente y no admite cambio: cuando dos personas se unen para formar una pareja, lo hacen como consecuencia natural del sentimiento más noble que puede albergar el espíritu humano. La mayor virtud de ese espíritu es la facultad de amar, y ponerla en práctica le lleva a unirse a otros en relación sentimental.
            Si la unión da problemas es que alguno de los dos no ama bien. Si el problema se generaliza entre la mayoría de las parejas, entonces la sociedad ha olvidado qué es el amor, y se hace necesario un libro que lo recuerde. Así que, ¿qué es el amor? Y ahí arranca el ensayista con sus alicates y su cinta aislante, a reforzar empalmes.
            El fraude es ahora más evidente. En cada supuesta investigación sobre el amor se oculta una defensa del amor. Pero, si esto se afirmara abiertamente, se haría necesario argumentar a favor y, con ello, exponer argumentos en contra. Pero el intelectualmente enclenque amor no se puede permitir subir al ring de debate alguno (y, además, ha visto sobradamente lo que le pasa a su camarada, el viejo dios creador, cuando lo hace).
            Una reflexión seria sobre las relaciones debería partir de la verdadera pregunta científica, es decir, aquella que se hace sobre el ser del objeto de reflexión, sin cambiarle el nombre por un supuesto sinónimo. Preocupados por las relaciones, deberíamos preguntarnos qué son éstas. Si la respuesta tuviera la improbable consecuencia de hacer aparecer el amor en algún papel capital, sólo entonces merecería la pena centrar sobre él nuestro análisis. Pero un verdadero análisis sin prejuicio implica la posibilidad de que el resultado haga cambiar la valoración ética del objeto. De pronto, la vacuna no cura. De pronto no sólo no cura: envenena. De pronto el amor no es tan bueno como nos lo pintaban sus redundantes “analistas”.
            A nosotros nos da igual todo esto, porque caminamos en pos de mejorar nuestra vida afectiva y, en la medida en que no miremos atrás, pocas veces nos cruzaremos verdaderamente con el amor. Pero sólo lograremos actuar con sensatez si logramos abstraernos a su seductor espejismo. Entendámoslo, juzguémoslo y convenzámonos, si llega el caso, de que la única solución es declararse abiertamente contra él.
            Así que, ¿qué es el amor?

martes, 11 de octubre de 2011

celos. EPÍLOGO. ¿qué podemos esperar?

             La idea de la ausencia de celos asusta a algunos mediante el fantasma de la imprevisibilidad total. Frente al relativo control que los celos ejercen sobre la pareja, el riesgo de no tenerlos amenaza con algo más que la diversificación de la vida sexual. Si no podemos ser celosos, la estabilidad de la vida afectiva parece tambalearse por completo.
             Que no cunda el pánico. Recordemos nuestras herramientas y apliquémoslas ahora. Estamos, no lo olvidemos, innovando. El vértigo y el vacío formarán parte de nuestra experiencia, así como la creación y, por supuesto, la mejora.
             He afirmado que los celos surgen allí donde el individuo percibe la pérdida o deterioro de la relación de pareja (me referiré en adelante sólo a "relaciones" para no predeterminar el número de individuos que las forman). En no significa nada he explicado la razón por la que el contacto sexual no forma parte, paradójicamente, de la causa primera de los celos. Lo sintetizaré en la siguiente afirmación: los celos están enfocados hacia el sexo fuera de la relación porque éste ha sido identificado como la máxima amenaza para su conservación. Son el ejemplo paradigmático de su causa, pero no la causa en sí.
             Efectivamente, muchas cosas pueden romper una relación, pero sabemos que el inicio de otra mediante la ceremonia inaugural del sexo es una declaración de guerra. Cuando la persona con la que conformamos una relación empieza a tener vida sexual fuera de ésta, nosotros dejamos de ser imprescindibles en el único terreno en el que lo éramos por decreto. A partir de ahora la exclusividad va a desaparecer, y nuestra posición de ventaja se convertirá en una de igualdad. Constituiremos otro término más de la comparación, y ya no será suficiente con existir y ocupar nuestro lugar; ahora deberemos ser mejores. Pero, además, sabemos que ese otro con el que se nos compara acaba de empezar a luchar contra nosotros. Él quiere lo mismo que tenemos, y la superación de la barrera del sexo lo convierte en oponente oficial. Ya no esperará a que estemos en crisis. La moral del amor le da derecho a provocar nuestra crisis. Ya no sólo tenemos que ser mejores que otro; ahora ése otro, a su vez, intenta ser mejor que nosotros. Cuando la otra relación sexual arranca se levanta la espada de Damocles, que deberá abatirse, al menos, sobre uno de los dos contendientes.
             Esa espada es el problema, y no la relación sexual (ni, en realidad, la de ningún otro tipo). Entendámoslo: los celos están más que justificados si aquello que los provoca puede conducir  a la pérdida de algo profundamente querido y relevante. Llamemos a ese efecto “pérdida traumática". Es precisamente en la pareja abierta donde cabe la posibilidad de que la amenaza no se produzca, porque su la teoría dice que las distintas relaciones no son incompatibles.
             Aquél que comienza una nueva relación es el que tiene la sartén por el mango y de quien depende que tenga lugar, o no, una pérdida traumática. Eso es lo que tenemos derecho a esperar cuando disfrutamos de una relación abierta: la ausencia de pérdidas traumáticas. Pero, para construir nuestro entorno afectivo eficazmente, para desarrollar lazos profundos, necesitamos seguridad. La pugna entre seguridad y libertad debe resolverse en la siguiente respuesta unificadora: esperar de los demás aquello que es justo que esperemos.
             La vida es evolutiva, y así deben ser las relaciones. Hagamos lo que hagamos de ella, aquéllas deben quedar como estaban. Con el tiempo se transformarán, claro, por sí mismas o por los cambios de todo tipo que se producen en la vida y que repercuten también en ellas. Pero el afecto debe ser comprometido, y no visceral, porque para que el otro pueda aferrarse a él necesita de su solidez. La variante de relación abierta que propone el poliamor utiliza esta sencilla y acertada máxima: cada relación debe evolucionar por razones internas, y no externas, ella.
             La principal razón externa que hace peligrar una relación es la incompatibilidad que puede plantear la relación nueva. Debe ser norma de hierro no caer en presión alguna que una relación ejerza contra otra. Para que vivamos la libertad con cordialidad es imprescindible respetar el resto de las relaciones y que éstas respeten las nuestras. Confiando en que no perderemos lo que tenemos salvo si se surgen en ello mismo razones para esa pérdida, la libertad del otro dejará de ser una amenaza.
             Los celos estructurales acabarán, y aparecerán como celos legítimos, coyunturales (no estructurales), cuando nos quiten aquello que se nos habían dado con garantías de perdurabilidad. Cuando se beneficie injustamente a otro a nuestra costa tendremos derecho a estar celosos. Cuando se nos quiera convencer de que tenemos lo que no tenemos para sufrir su ausencia en el momento de necesitarlo, nuestros celos serán justos.
             Hablando de relaciones que se presuponen sentimentales-sexuales, el discurso resulta chocante y se nos antoja complicada su aplicación. Pero estamos sobradamente cualificados; somos expertos, en realidad. No hablamos de otro modelo que del que intuitivamente aplicamos con los amigos. ¿Cómo llamamos a alguien que le dice a su amigo: “Nuestra amistad ha terminado porque acabo de empezar otra”? Mal amigo. ¿Y a quien no nos deja tener otros amigos por miedo a que dejemos un día de serlo suyo? Mal amigo, de nuevo, posesivo, envidioso. ¿Qué nos parece que un amigo nos pida ser clasificado entre nuestro grupo de amigos como "el mejor amigo”? Una mezquindad, sin duda, pues la condición de mejor amigo no requiere de clasificación si se produce y se violenta con sospechosos fines si se encasilla en un ranking. ¿Qué actividad tenemos dedicada en exclusiva a un solo amigo, sin posibilidad de cambio o aumento en el número de los mismos? Sólo aquella en la que la exclusividad se produce casualmente, y nunca buscada o conservada por imposición. ¿Qué es un amigo que un día nos considera amigo, y el otro no tan amigo, y el tercero su mejor amigo, y el cuarto nos trata como si no nos conociera? Un caprichoso, un adulador de conveniencia, un no-amigo. ¿Y aquél que, tras meses de evolución, se sorprende un día porque nuestro trato con él no es tan rico como tiempo atrás? Un amigo impermeable a la comunicación, que no se preocupó por la relación hasta que se vio perjudicado por sus cambios; un acomodado.
             Todos llevamos haciendo esto nuestra vida entera, los buenos amigos, bien, los malos amigos, mal, siempre reconociendo el trauma injustificado como la traición a la amistad, y la posesividad como la antiamistad, la utilización del amigo para paliar nuestros temores con el precio de su libertad, de su crecimiento, de su vida.  Simplemente, sigamos haciéndolo.

viernes, 7 de octubre de 2011

no significa nada

             Cuando una infidelidad se confiesa o se descubre llega para la pareja la hora de la verdad. Si la parte ofensora desea que la relación perdure, la posición más fuerte de que dispone (una vez que la negación de lo sucedido ha quedado descartada), es la supresión de cualquier valor. “No significa nada” será la letanía a la que se agarrará el infractor experto.
             Con esto querrá decir mucho. Querrá decir que carece de cualquier afecto hacia la tercera persona, incluso que le inspira cierto desprecio. Querrá decir también que, desde el punto de vista del placer, la experiencia ha dejado mucho que desear; prácticamente un trámite, que, por supuesto, no repetiría y que, si tuvo lugar, fue porque un cúmulo de circunstancias condujeron a un estúpido desenfreno y relajación moral que hacen del hecho poco menos que una excentricidad insólita.
             Aquí leído suena a recurso desesperado y justificación intragable. Sin embargo, en la práctica, funciona. Las posibilidades de éxito del infractor que se agarra a ella no dependen tanto de que las condiciones le sean propicias como de lo creíble que logre resultar.
             Pero, de alcanzar su objetivo es probable que desperdicie penosamente una buena oportunidad de entender la verdadera naturaleza de los celos. En celos. PARTE 2. Purgatorio (i) afirmé que los celos surgen ante el peligro de pérdida o deterioro de la relación de pareja. Obsérvese que el sexo no aparece en este principio. El sexo es considerado, precisamente, el indicador de que la relación se está perdiendo o deteriorando. Pero si logramos convencer de que ése no ha sido el caso, el trance queda superado como por arte de magia, incluso con la reconfortante sensación de que la pareja se ha fortalecido, al superar la barrera de la infidelidad.
             Y, sin embargo, en “no significa nada” hay una “nada” en la abundancia.
             Tener una relación sexual fuera de la pareja tradicional significa, en el mejor de los casos, estar dispuesto a pagar un placer notable propio con un sufrimiento sobresaliente del otro. Significa decidirse por vivir un miedo o un remordimiento tan grandes que, u ocultamos el hecho a cualquier precio, o lo confesamos a pesar de cualquier consecuencia. Significa que somos capaces de comprometernos a no hacer en el futuro algo que acabamos de hacer en el pasado más reciente, pero demostrando, con el compromiso actual, que nos encontrábamos en pleno uso de nuestra libertad o que nos volvemos a comprometer en el vacío. Significa, en el mencionado caso idóneo, que algo había en nuestra vida sentimental tan torturante que nos llevó a desplazar el sufrimiento de las causas a las consecuencias de la infidelidad, es decir, que la crisis de pareja que atravesamos es considerada deseable frente a la crisis personal en la que nos encontrábamos. Y significa, por supuesto, que en nuestra compungida disculpa no incluimos, ni por asomo, la concesión de que se nos pague con la misma moneda. Mucho menos la de que se necesite hacerlo pues, si algo así ocurriera, sólo podría aceptarse en la medida en que no significara nada.
             -Dime otra vez que no significó nada.
             -Nada, mi amor. Fue una estupidez. No fue nada.

lunes, 3 de octubre de 2011

celos. PARTE 3. olimpo

            
 Hemos visto hasta ahora que los celos son una emoción funcional. Su desprestigio forma parte de la doble moral que está en el alma de nuestra regulación sentimental. Por un lado condena lo que por otro fomenta, y el individuo queda desgarrado de sí mismo por la vergüenza que le provocan sus sentimientos y desgarrado de la sociedad porque nadie, desde fuera, puede ayudarle a darles expresión, sin invitarle a una violencia desproporcionada.
             Hemos visto, en otras palabras, que nuestra apuesta por la pareja monógama es tan alta que su pérdida sólo puede ser trágica, y que recibimos tantas garantías al hacer frente a esa apuesta, hasta tal punto se nos dice que es segura, que cualquier tipo de fallo lo atribuimos a una traición cuando, en realidad, nosotros mismos no estamos cumpliendo el contrato.
             Pero ni lo hemos visto bien ni lo podemos ver en más detalle. Sólo debemos recordar que si los celos son indignación por la no obtención de lo esperado en el terreno sentimental, un sistema que pida lo imposible será generador de celos estructurales. Si no queremos celos, tendremos que replantearnos lo que pedimos. En purgatorio (y ii) abandoné a los monógamos precisamente porque sus celos no pueden ser resueltos, sólo descritos.
             Este texto se centra en los celos y no en el concepto de amor de modo que no queda espacio para justificar el siguiente salto. Diré, sin más detalle, que lo que groseramente entendemos como “relación abierta” está más próximo que la monogamia a esperar del otro aquello que el otro puede ofrecer, y diré que, por tanto, es ésta la alternativa donde hay alguna esperanza de que los celos desaparezcan.
 Repito esta afirmación, para afianzar su aparente contrasentido. Las únicas relaciones en las que los celos no están presentes de modo universal son las abiertas.
             ¡Qué contradictorio con nuestra experiencia! ¡Todos sabemos que los celos que provocan son precisamente la causa de que las relaciones abiertas acaben fracasando! A ese tipo de relación es al que nos resignamos a renunciar para evitar el dolor de saber a nuestra pareja en brazos de otra persona, o de saberla sufriendo mientras lo estamos nosotros. Y, sin embargo, cuando alguien entabla una relación abierta desde la consciencia y la responsabilidad, se le presupone aceptando las consecuencias.          
Pero, claro, rechazamos al enemigo y aceptamos sus regalos. ¿Qué podemos esperar?
Construimos el ideario de la relación abierta restando la exclusividad sexual pero conservando el amor  y, con él, la idealización. Tras la idealización la decepción y, con ella, el sentimiento de traición. Por fin, los celos de nuevo. Y, como el amor es inocente siempre y a priori de toda culpa, y como nos hemos salido de la senda sagrada para jugar con lo prohibido, tenemos claro donde está el pecado: las relaciones abiertas son una quimera; no te puedes librar de los celos. ¡Vuelve a la monogamia, incauto, antes de quedar marcado para siempre! Cuando el hijo pródigo retorna al hogar de la pareja tradicional, cuando nuestras amistades “raras” irrumpen de nuevo en el noviazgo, lo hacen siempre con la inercia atropellada de quien venía huyendo. Intentarán disimular, pero en sus ojos aún podremos encontrar el reflejo del terror.
             Relacionarse abiertamente (¡qué bien suenan las variaciones del término!) requiere renunciar al amor. Pero, para que una condición que presumimos inhumana no nos disuada antes de empezar, sustituiré el término “amor” por el de “idealización”. Nuestras expectativas sobre lo que el otro (monógamo, polígamo o lo que quiera que sea) puede ofrecernos serán, y esta es la descabellada propuesta revolucionaria, realistas. Desarrollar ese realismo será nuestra responsabilidad, y a nadie podremos acusar de no haber dado lo que no puede dar. De hecho, ni siquiera podremos acusarle de no dar lo que no es justo que dé, incluso aunque nos lo hubiera prometido, pues nosotros, al aceptar su promesa, lo habíamos sometido a un compromiso injusto.
             Entendamos, por tanto, que para que la renuncia a la exclusividad sexual de aquella persona con la que tenemos una relación abierta sea realizable debemos renunciar al resto de los imposibles. Nuestra sexualidad con ella deberá perder trascendencia a priori (bienvenida la trascendencia que surja, pero acéptese que no exista si no aparece, y que no constituya esto una losa para el resto de la relación, compóngase de lo que se componga), pudiendo dicha trascendencia surgir con otros individuos. La persona con la que mantenemos una relación abierta no podrá ser la fundamentación de nuestro ser, la que nos da sentido y valor con su opinión sobre nosotros. Mediante sus otras relaciones se nos manifestará con claridad que no nos diviniza, y en tanto que opina sobre nosotros de modo tan realista como no podemos nosotros evitar opinar sobre ella, deberemos renunciar a su adoración. Nuestra comunicación, por lo demás, avanzará paulatinamente, y no mediante una mágica conexión que nos permita aferrarnos al espejismo de que alguien nos conoce sin necesidad de que nos mostremos. De lo que queremos que sepa sólo entenderá parte, y, a veces con gran esfuerzo. De lo que queremos ocultar, parte le resultará evidente, y tendremos que convivir con su descubrimiento. A su vez, nosotros sabremos que no sabemos, recordando que quien cree saberlo todo sobre su compañero sólo suma esa idea a su ignorancia.
             Todas estas renuncias parecen vaciar la vida de sentido. Y, sin embargo, se trata de un sentido del que jamás hemos gozado. En realidad no estamos haciendo más que madurar y superar el pensamiento mágico.
             Y en la práctica, ¿qué? Leer y/o estar de acuerdo con este texto no implica dejar de sentir celos; nos tienen bien atados. Pero si nunca hubiéramos caído en su trampa, con aprender a relacionarnos desde el realismo habría sido suficiente. Ahora es tarde y debemos reeducarnos. Primero, la conciencia: la comprensión extensa e intensa del alcance de la desidealización. Después, las emociones. Al principio, mediante suaves y paulatinas exposiciones a lo que en teoría ya no nos da miedo. Poco a poco, a medida que racionalizamos, a medida que el odio, el miedo y la pena se desvanecen por la ausencia de causa, normalizaremos la apertura de nuestras relaciones.
             Y los celos seguirán con nosotros, pero dignos y serenos, dispuestos a reivindicar ni más ni menos que lo que es justo, lo que se puede dar sin merma dramática para quien lo da o quien lo pierde. Sin renuncias inhumanas ni afectos ficticios. Dispuestos a actuar cuando sean necesarios pero conscientes de que pueden no serlo porque, ahora, también las relaciones honestas están a nuestro alcance.