miércoles, 21 de septiembre de 2011

celos. PARTE 2. purgatorio (i)

           
            UNA DEFINICIÓN
            He observado que al hablar de los celos en términos teóricos tendemos a referirnos a aquellos que se manifiestan en ausencia de hechos objetivos que los justifiquen. Sin embargo, en la práctica, decimos que estamos celosos simplemente cuando sentimos que lo estamos, independientemente de si hemos creado un rival imaginario o si hemos perdido a nuestra pareja en favor de uno real. Sumado a esto el hecho de que carecemos de otros términos, veo razón para usar el que conocemos al referirme al estado emocional, sean cuales sean sus causas. Seguiré así, además, la costumbre más extendida entre los psicólogos especializados en la materia.
            Una somera visita a las teorías y bibliografías utilizadas en un par de Facultades de Psicología me lleva a la conclusión de que los estudios de diversos autores compilados en  La psicología de la envidia y los celos, (editados por Peter Salovey, 1991, Guilford, Nueva York) son una decente representación de las orientaciones más extendidas en el tratamiento del tema. En la mayoría de ellos se asume que los celos son una emoción compleja, compuesta por otras tres, éstas básicas, a saber: odio, miedo y tristeza. Es también lugar común el que dicha emoción aparece cuando el individuo siente peligrar su relación de pareja o la calidad de la misma.
            Entendiendo las emociones como respuestas funcionales a interpretaciones de la realidad percibida, tendremos que unir ambas tesis en la siguiente definición: ante la percepción de un peligro para la conservación de la relación de pareja o de la calidad de la misma, el individuo se defiende mediante una emoción compuesta por odio, miedo y tristeza, a la que llamamos "celos".

            Éste será nuestro punto de partida.

            FUNCIONALIDAD
            No es difícil entender el papel desempeñado por cada una de estas emociones. El miedo es la emoción que sirve de alerta. A un nivel disfuncional, incapacita, pero a uno equilibrado impide desviar la atención a cualquier otro estímulo obligando a dedicarse por entero a sortear la amenaza. El miedo es, por así decirlo, el supervisor de nuestra responsabilidad como seres vivos. Una vez detectada la presencia del peligro, y comprendido que debemos luchar para eliminarlo, el odio canalizará nuestras fuerzas transformándonos de seres sociales empáticos en contendientes sin escrúpulos, y evitando así que cualquier juicio ético reduzca el poder de nuestra agresión. Cuando nuestros esfuerzos empiecen a mostrarse inútiles, la tristeza reducirá nuestra resistencia al cambio, introduciéndonos en un estado anímico de tono bajo, levemente reflexivo, con un oportuno componente de petición de auxilio.
            Vemos que los celos no se distinguen mucho de la reacción emocional a cualquier ofensa, teniendo la agresión (o búsqueda de satisfacción compensatoria) como primer impulso y, si ésta fracasa, constituyéndose en ese odio frustrado acompañado de tristeza que llamamos “indignación” porque, en tanto que seguimos sintiéndolo, en tanto que no actuamos como si nada hubiera pasado, nos constituimos en mártires que claman, con su dolor, justicia.
            En el caso de los celos, el objetivo será luchar por la conservación de la relación, y a fe que lo cumplen sobradamente, como expliqué en infierno.
            ¿A qué se debe, entonces, esa excrecencia que es su aparición disfuncional?

1 comentario:

El antipático dijo...

Transvaloración de todos los valores: locus classicus de Nietzsche referido tanto a la tarea de los últimos filósofos como preparación para "los caminos del superhombre" como al giro histórico del cristianismo primitivo sobre los códigos axiológicos de la antiguedad. Sin embargo, Nietzsche, que nunca estuvo casado (aunque lo intentó...), apenas advirtió que tal inversión se verifica siempre en el seno de la familia tradicional, donde el miembro femenino de la pareja fundacional pasa no tardando demasiado a apreciar negativamente los factores que llevaron al varón al tálamo nupcial, conforme a la siguiente tabla:

Apasionado> lascivo
Bohemio> alcohólico
Inquieto> despistado
Fuerte> insensible
Sociable> fatuo
Soñador> vago
Raro> guarro
Agudo> sarcástico
Dominador> soberbio
Intelectual> charlatán
Cariñoso> baboso
Gracioso> Infantil...

Y un cierto etcétera. Aquel que reinvierta el proceso, ese, oh, ese se ha arrojado en brazos del adulterio. Así habló Zorroastro.