lunes, 30 de julio de 2018

queridxs bedesemerxs


Voy a hablar de BDSM, pero vaya por delante que soy de esas personas que no lo conocen.

Quiero decir con esto que no pertenezco a la comunidad BDSM, ni pública ni privadamente, no he recibido cursos de cuerdas, mis conductas sexuales no incluyen juegos de escenificación y no cultivo la experimentación con el intercambio de poder.

No hago, por lo tanto, prácticamente nada de lo que me parece éticamente cuestionable en el BDSM, y esto es así porque creo que no debo hacer aquellas cosas que considero éticamente cuestionables y encuentro, para mi caso particular, fácilmente accesible el no hacer las que se enmarcan en el BDSM.

Esta es la razón por la que todas mis conversaciones con bedesemerxs son respondidas con un “hablas sin saber”. Es la misma autoridad de la que adolezco para hablar sobre asesinato, caza, o sacerdocio, (sin querer decir con ello que el BDSM sea tan reprobable como el sacerdocio) y tengo por costumbre no permitir que me intimide, a pesar del riesgo a ser llamado prepotente o ignorante.

Sin embargo, hay otras muchas cosas sobre BDSM que sí sé. Las fuentes de este conocimiento son variadas. Está el omnipresente bedesemesplaining, siempre dispuesto a explicarnos que el BDSM rechaza el machismo, que es una autoexploración controlada, que hay femdoms, que la gente es switch, y que existe la palabra de seguridad. Qué es el consentimiento no es que lo haya aprendido gracias al BDSM, pero gracias a él no lo olvidaré jamás, porque no hay conversación sobre el tema en el que no se me deslumbre con tan novedosa propuesta.

Luego están mis ojos, mi curiosidad, y mi investigación, que hacen accesible a mi entendimiento todo aquello que queda fuera o sale de los secretos y reveladores dioramas en los que el BDSM se lleva a cabo, y que me ofrece información sobrada, a mi humilde juicio, para contextualizar este mundillo en su mundo, es decir, para relacionar el BDSM con el patriarcado, y esto no de manera necesariamente superficial ni precipitada, sino de la otra.

Debo decir que estas fuentes de conocimiento no siempre resultan del todo inteligibes para las personas bedesemeras, y que con frecuencia no entienden cómo puedo yo reflexionar basándome en otra cosa que no sea la propia experiencia de agredir a mujeres que han dado su consentimiento para ello.

Y por último está, lógicamente, mi propia condición de sujeto deseante, que me permite empatizar sin ninguna dificultad con cualquier ambición de poder, cualquier objetualización de una persona convertida en producto erótico, y cualquier violencia hacia quienes ofrezcan resistencia a mis objetivos, deseos o satisfacción de necesidades. Debo lamentar que esta última fuente de conocimiento, en mi opinión la más inmediata y útil porque es común a todo el mundo, parece la más misteriosa de las tres, y que no solo suele asombrar a lxs paladines del BDSM sino también a sus infieles.

Es, por lo tanto, desde este frágil e insólito bagaje desde el que me dirijo a la querida comunidad bedesemera.
Mi intención no es deciros que el BDSM no es feminista. Tampoco deciros que es patriarcal. Ni siquiera deciros que es parte destacada de la vanguardia del patriarcado, y que desde él se normaliza el maltrato que pretendemos erradicar en su espacio tradicional. Eso ya sabéis que lo pensamos, y no sé si lo habréis escuchado tantas veces como yo he escuchado el pestiño de la palabra de seguridad, pero seguro que a muchxs os reusulta más que familiar.

Mi intención con este texto es deciros que tenéis razón en algunas cosas, pero que no la tenéis en el conjunto, y por lo tanto disponéis de dos opciones: o separáis esas cosas en las que tenéis razón y las oponéis a aquellas en las que no la tenéis, desarrollando una actividad de naturaleza diferente y opuesta al BDSM, un antiBDSM verdaderamente feminista en el que se recojan y resignifiquen algunas de las cosas que hoy están confundidas en la cultura patriarcal bedesemera, o mantenéis el frente común con maltratadores y proxenetas de las cuerdas mientras preparáis los flotadores por si el tsunami feminista y metooero decide asomarse a vuestra casita de papel. Quizás no está tan lejos, pensadlo, el día en el que una mujer decida hacer público, no un abuso en el despacho de una productora cinematográfica, sino en uno de esos decorados con pinta de dormitorio de adolescente sin dignidad estética a los que llamáis “mazmorras”. Pensad en cómo puede transformarse este entorno si lxs periodistas descubren el filón de mujeres manipuladas y maltratadas del que esta práctica se alimenta. Es posible que ese día empecéis a lamentar de verdad, y no como hasta ahora, el empujón de 50 sombras.

Es cierto que a veces confundimos placer con dolor, y que, dado que nuestra cultura sexual es tan agresiva que necesitamos aislar nuestros cuerpos para que no sean sistemáticamente violentados, estos no reciben la intensidad de contacto que les resultaría más grata. Y es cierto que conocer los límites da poder, y sobrepasar controladamente los límites los amplía y da más poder aún, o al menos hace sentir que se tiene.

Pero no es cierto que la simbología de la dominación aumente el placer. La simbología de la dominación aumenta siempre el placer de quien domina: el de aquél sujeto cuyo cuerpo queda fuera de la interacción. La simbología de la dominación es la prueba de que los placeres mencionados son la excusa sobrevenida para dominar. Es la legitimación del asqueroso “sé que te gusta”. No le gusta. Le gusta, en el mejor de los casos, que te guste. De lo que le gusta ya se ha olvidado, porque tú has sobrepuesto tu placer al suyo.

Y es verdad, justo es reconocerlo, que “explorar las relaciones de poder” tiene interés. Pero no olvidemos que se trata, en su mayor parte, de un interés terapéutico. Exploramos las relaciones de poder porque necesitamos desembarazarnos de la dominación sufrida en el pasado o en el presente, y a veces un método de exploración interesante puede ser escenificar las relaciones de poder según una práctica sexual controlada. A veces. No es ni la Vía Magna ni el paso obligado. Y debe conllevar una evolución, un desarrollo, un recorrido con puerta de salida. Tenéis convertido sin embargo el BDSM en una identidad. Algo que se hace porque unx (unO) es así, y ahí le gusta estar, y ahí piensa quedarse. Y eso es porque poco tiene que ver la exploración de las relaciones de poder con el objetivo de aprender a establecer relaciones sin dominación, y mucho, todo, con el de establecer relaciones de poder y sentir cómo nos disparan la libido. Es decir, con ser una práctica, una cultura, un mundo, plenamente patriarcal.

Y es cierto, lo apuntaba más arriba y ahora lo destaco, que la dominación nos produce placer, y que estamos educadxs en ese placer, y que a veces se nos hace cuesta arriba pensar que no podremos volver a dominar, y que la última vez, que solo un poco más, que solo flojito. Pero eso se califica por sí solo. Sabemos que lo deseamos porque está mal, y lo acertado es clavarle bien claro esa etiqueta. Y luego, desde ella, ir elaborando vías eficaces de transformación y abandono. Eficaces, recordad: eficaces.

Lo que el BDSM es a día de hoy no tiene discusión. Y las primeras personas interesadas en que deje de serlo sois vosotrxs. Pero mirad a vuestro alrededor. Estáis rodeadxs de gente que no lo cambiará jamás, porque quiere exactamente eso que está pasando, e incluso quiere que sea mucho peor. La salida es que los dejéis con ello y que lideréis otra cosa. Y que señaléis la diferencia con una claridad inequívoca. Y que seáis vosotrxs mismxs quienes llaméis al tsunami denunciando lo que ya sabéis que pasa y ahora os sentís obligadxs a justificar. Y que el tsunami los devore, como ellos quisieron devoraros.



sábado, 28 de julio de 2018

recomendación de textos básicos (II)


Continúo con algunos de los temas cuyos textos más representativos quedaron sin indicar en el texto anterior.

-Hay una barbaridad de textos sobre sexo en el blog. Cuando, hace casi cuatro años, escribí la mayoría de ellos, tuve un cierto sentimiento de culpa. Que el tema me resultara tan prolífico en comparación con otros podía ser síntoma de que, como afirma el prejuicio ante cualquier no monogamia, el sexo era mi verdadero interés, y todo lo demás sólo un envoltorio para hacerlo presentable.

Hoy mi opinión ha cambiado. Ahora pienso que el sexo no sólo es mi verdadero interés, sino que debe ser nuestro verdadero interés. Pero no su realización, claro, y menos en su forma patriarcal o su evolución neoliberal. Pienso ahora que el sexo debe interesarnos, y mucho, porque es el lugar desde el que se cuecen la monogamia y el patriarcado. Es lo que más necesitamos entender y lo que más necesitamos transformar. Y además es uno de esos temas que podemos trabajar desde casa, sin necesidad de hacer activismo ni convencer, porque lo normal es que nos quede a todxs un largo, atractivo y fecundo camino personal e interpersonal por recorrer.

El tema en el blog está muy abierto y, mientras sigo buscando la forma y el tiempo para sintetizar todo el contenido en un solo texto (que no podrá ser una breve post de blog, me temo) dejo aquí tres entradas que, sobre todo si se leen en orden, pueden dar una idea tanto de cuál es la propuesta ágama con respecto al sexo, como de cuál ha sido su evolución en el tiempo. Como en algunos otros temas, hay aún más propuesta en negativo (deconstructiva) que afirmativa. No es que pretenda dejarlo así, pero es importante no confundir la negación con la impotencia. La negación de la cadena es la libertad.

            designificación (texto en negrita)
            grado cero del deseo
            sexo sin objeto

-no estoy nada satisfecho con la exposición de la idea de género, y de crítica al género, que se deriva de la agamia. Es sabido que el énfasis no se pone sobre el ser del género, sino sobre su deber ser, es decir, no sobre la descripción sociológica del género sino sobre el camino que nos puede permitir desembarazarnos de él. 

El texto básico es ya antiguo e ingénuo, y los textos más recientes (1, 2) tratan cuestiones parciales. Pero como identidad de género y orientación sexual son, en mi opinión, dos caras de absolutamente la misma moneda, os remito a este texto sobre heterosexualidad (próxima publicación).
-el tratamiento (en sentido tanto analítico como pseudoterapéutico) de los celos, y su transformación en indignación, sí están ordenadamente presentados, desde éste hasta éste. Tenemos, además, este texto más reciente sobre su herramienta más importante: las expectativas razonables.

-los textos de la etiqueta ORIENTACIÓN RELACIONAL están escritos con la intención de ser claros y prácticos (no os riáis. Lo serán aún más, y entonces la agamia se convertirá en un plan cristalino que nos transportará como por encanto a la felicidad relacional. Lo sabéis tan bien como yo). Tratan temas diversos y están enfocados a modelos y esquemas relacionales variados. En ningún caso pueden sustituir a las sesiones de orientación relacional, donde, sobre todo, analizamos situaciones individuales y esquemas personales, y donde la reflexión distanciada y en común nos permite entender nuestra situación relacional con una perspectiva amplia. Pero los textos pueden ser muy útiles como ejemplos, o como exposiciones concretas de aspectos puntuales de la propuesta ágama. Dejo aquí algunos de los que han parecido gustar más.

            ¿de quién nos enamoramos?
            ¿cómo se abre una pareja?


Por último, quiero recordar que no hay diálogo más fértil que el que se establece entre la teoría y la práctica, y que si queréis conocer gente ágama o próxima a la agamia podéis solicitar vuestro ingreso en el grupo de Facebook mandando un mensaje privado tanto a las comunidades “Agamia” y “contrael amor”, como poniéndoos en contacto conmigo de cualquier otro modo que se os ocurra.



lunes, 16 de julio de 2018

Pagando por ello - Chester Brown (2011)


Ya se puede decir, sin temor a exagerar, que, en los debates sobre prostitución, la sensación de que la/el adversarie no dialoga es universal.

Las dos posiciones principales (abolicionistas y regulacionistas) así como cualquier otra, minoritaria, que matice o extreme las anteriores, han llegado a la conclusión de que solo cabe la reflexión endogámica y el proselitismo, porque del otro lado jamás se escucha.

Yo, como abolicionista, comparto esa idea: son les regulacionistes quienes no escuchan. Aunque coincido en que hay tanta gente ruidosa en ambos lados que se vuelve difícil escuchar para cualquiera, el bloqueo del debate, en mi opinión, proviene de que el regulacionismo niegue, incluso desconozca, el argumento abolicionista determinante: el sexo no es una actividad más, expresado habitualmente en la forma “no se puede comprar un cuerpo”.

No es que dios, obviamente, haya designado al sexo como un espacio sagrado. En realidad yo no sé si lo ha hecho, porque no tengo notificación. Tampoco creo que fuera a importarme demasiado tenerla. Lo que convierte al sexo es un fenómeno “delicado” es que esa supuesta notificación, y cosas culturalmente más ancestrales que esa notificación, como el control de la progenie, han creado una cultura sexual que convierte al sexo, de por sí, en una actividad de riesgo emocional, aparte del evidente riesgo físico, para las mujeres.

Del otro lado, el regulacionismo “civilizado” aspira a saltar por encima de este momento histórico y a actuar según una significación igualitarista del sexo, donde no hay más que dos partes adultas y libres que deciden llevar a cabo un determinado comercio desde una actitud profesional y distanciada.

Ese regulacionismo habla como si las prostitutas vivieran en un futuro feminista e ineludible, casi a la vuelta de la esquina. En la reivindicación de ese superpoder para viajar en el tiempo se fundamenta la mística de la puta como supermujer, especialmente dotada para disfrutar de sus ventajas eludiendo sus desventajas, de la que el regulacionismo a veces echa mano.

Sin embargo, la otra parte, los puteros, llegan desde un presente que sistemáticamente determina la dirección patriarcal del intercambio: ellos compran, ellas “se” (“se”, dado que seguimos en ese presente patriarcal) venden. Para el regulacionismo, sin embargo, el putero también viene un poco del futuro: un mundo en el que el sexo es “solo sexo” entre personas igualitaristas por defecto, y en el que además el consumidor se encuentra en desventaja porque, al fin y al cabo, no conoce los trucos del negocio.

Este putero deconstruido es el que nos presenta Chester Brown en su autobiográfico Pagando por Ello. Apenas cabe esperar machismo de ese hombre resiliente pero inseguro, firme en sus ideas pero frágil en su aspecto. Opuesto y austero frente a la histriónica cultura amorosa, pero sexualmente activo y deseante, todo aplastante secillez.
Y es su testimonio el que nos permite bajar al terreno práctico para comprobar en qué consiste concretamente esta mitología, mucho más esquiva en las generalidades de los debates.

Vemos ahora que la relación entre el cliente y la prostituta es una competición constante en la que la autoestima de ambxs está en juego, y ella tiene sistemáticamente las de perder. El aparentemente razonable nivel de autoexigencia ética que el narrador se impone en su práctica de putero no le impide tomar continuamente decisiones en las que hace prevalecer sus necesidades emocionales por sobre la dignidad de las prostitutas.

Asistimos a turbias deliberaciones interiores sobre el atractivo de las mujeres, al sometimiento de sus servicios intimos al juicio de la fratría, al dilema legal de la edad, en el que la única preocupación son las consecuencias judiciales, o a veladas vulneraciones del consentimiento. Todo ello amparado por el derecho que otorga la condición de cliente. El dinero es siempre el argumento definitivo: pago, así que puedo.

Dice Amelia Tiganus (y yo interpreto) que hay tres tipos de puteros, diferentes según el tipo de estrategia que emplean para extraer del sexo el máximo valor simbólico posible. El peor de todos es el “putero majo”, porque su objetivo es demoler la diferencia entre el trabajo y la vida personal que la prostituta levanta para defender la segunda y, por tanto, su propia condición de sujeto. El putero majo la trata como si fuera su amiga, incluso su novia, y espera cierta correspondencia. Es su forma de convertir el sexo sin significado por el que ha pagado en sexo con significado pleno; es su estrategia de posesión, su apuesta, su juego, su plan de robo.

Chester Brown se muestra como un putero majo de libro, permítaseme el juego retórico. Obvia constantemente que todo lo que sucede, sucede porque está pagado, y actúa como si entre él y la persona a la que paga por estar con él se estuviera produciendo un espontáneo vínculo emocional; como si, en alguna medida, ella también le hubiera elegido a él y deseara ese encuentro. El afecto sobreentendido y los servicios debidos se imbrican en su lucha por construirse una novia de diseño a un precio asequible.

Es interesante ver cómo a la obra, realizada en 2011 con evidentes pretensiones activistas, le ha llegado la evolución del debate sobre prostitución como un mazazo que la convierte en una reliquia de interés sociohistorico sin autoridad política. Lo que aspiraba a ser un argumentario regulacionista (alegalista en realidad) se ha convertido, sin cambiar una coma, en uno poderosamente abolo.
Por eso recomiendo el libro a todo el mundo. A regulacionistas porque verán ilustradas, y tal vez desidealizadas, algunas de sus teorías. A abolicionistas porque, vista la mezcla contranatura que habita el abolicionismo, habrá quien se encuentre un putero más humano, consciente y responsable del que esperaban, y les toque todavía pasar por el regulacionismo para ser abolicionistas madures. Pero sobre todo para que quienes lo son dispongan de una casuística ilustrada de referencia, fácilmente utilizable para talleres, charlas, debates, memes y, en definitiva, avance hacia la igualdad.


jueves, 12 de julio de 2018

¡llegan los POLITROLES!


¿Os habéis enterado de lo que ha pasado con la entrada de AGAMIA de wikipedia?

Esperad, esperad! Ya os lo cuento yo aquí! ;)



martes, 3 de julio de 2018

AGENDA DE TRABAJO para la discriminación sexual positiva



-Hola guapa.
-Hola gilipollas.


Utilicé este texto para justificar la propuesta de la discriminación sexual positiva como marco desde el que proponer tanto una ética como una normativa legal de las relaciones heterosexuales.

Empleé este otro para establecer un primer ejemplo. En él se trataba el problema de “ligar” desde dicho marco, y se esbozaba una primera propuesta concreta.

Este que presento ahora da la moción por aprobada y pretende ser un esquema general de trabajo; una primera ocurrencia sobre lo que esta tarea abarca y sobre cómo debe afrontarse. Parto de la idea de que la puesta en práctica de todo esto requiere de abundantes tentativas y puntos de vista, y de que lo que yo pueda decir aquí estará plagado de ocurrencias desechables. Pero el objetivo es, como digo, dar el primer paso.

En primer lugar propondré algunas nociones generales sobre la implementación de la discriminación sexual positiva. Aunque en mi opinión esta no debe ser solo una nueva norma de conducta en las relaciones heterosexuales, sino que debe ser recogida por la legislación como ya lo son otras discriminaciones positivas de género, me centraré en el código de conducta social.

1-Entendemos que la discriminación sexual positiva implica un cambio de paradigma que abandona la idea de la norma igualitaria y la sustituye por una norma compensatoria de la desigualdad. Así, las medidas deberán tener la forma de dos, y no uno, códigos de conducta: uno para mujeres y otro para hombres.

Esto deja abierta la pregunta sobre cómo se aplica en la comunidad LGTBI. La respuesta que propongo es que debemos apoyarnos en la idea de que los distintos colectivos de esta comunidad disfrutan de distintos niveles de privilegios y desfavorecimientos patriarcales en función del lugar en el que la sociedad los lee según el parámetro hombre-mujer. De ese lugar, y del de las personas con quienes interactúen sexualmente, debe deducirse el nivel de aplicación de la discriminación sexual positiva. Este parámetro es insuficiente y no se adapta ni lejanamente a la complejidad de este colectivo. Pero creo que merece consideración como referencia central de partida.

2-La norma compensatoria debe generar un privilegio compensatorio de límite inteligible. La forma más eficaz de hacer inteligible ese límite es la asunción de la responsabilidad del privilegio compensatorio. Esto quiere decir que las mujeres deberán adoptar las normas compensatorias desde el reconocimiento de la compensación y desde la voluntad del uso igualitarista de esa compensación. Al incremento de poder debe acompañar el incremento del compromiso con el objetivo final de la igualdad.

3-La parte desfavorecida por la norma compensatoria, esto es, los hombres, debe comprometerse con ella más allá de relaciones e intereses individuales. Así, el compromiso no puede depender de la justicia con la que dicha norma se aplica en cada ocasión sino, como toda norma de conducta social, de la justicia de la norma y de su condición de código colectivamente adoptado. Los hombres debemos asumir que las injusticias cometidas sobre nosotros en nombre del privilegio compensatorio no invalidan la norma compensatoria. La norma compensatoria no nos expone a mayores injusticias en términos absolutos, sino que reparte la exposición a las injusticias entre hombres y mujeres.

4-La norma compensatoria solo puede ser una norma viva, en la que teoría y práctica se retroalimenten, y esto sin detrimento de su objetivación. La norma no será subjetiva, sino objetiva y explícita, pero no será inamovible, sino sujeta a debate y reformulación, pues debe generar un cambio de poder que requerirá de una nueva norma.

5-La norma compensatoria debe ser colectivamente consensuada mediante debate continuo, y socialmente exigida mediante el parámetro inclusión-exclusión.

Ahora mencionaré algunos de los ámbitos en los que entiendo que es preceptiva la aplicación de la discriminación sexual positiva, así como una visión, eso sí, muy superficial, de las necesidades y las medidas a adoptar.

Se deduce sin dificultad que todos los ámbitos en los que el sexo juega algún papel requieren una normativa de conducta social establecida desde la discriminación sexual positiva. Esto es así no solo porque el sistema patriarcal establece diferentes cuotas de poder para mujeres y hombres en todos sus ámbitos, sino porque el ámbito sexual tiene características específicas que lo hacen especialmente desigual y, a la vez, especialmente opaco en su desigualdad.

Estas características dimanan del hecho de que lo concerniente al sexo, como su nombre indica, es el núcleo simbólico de la diferencia heterosexual. Heterosexual quiere decir “sexo diferente” y es esa diferencia y todo lo que la rodea el cimiento sobre el que se erigen las restantes. Diferente sexo quiere decir también diferente práctica y sentido de lo sexual.
1-el ámbito del ligar, seducción, acercamiento o como se desee llamar. Se trata del espacio natural del acoso heterosexual. Más urgente que preservar ningún derecho a ligar es atajar dicho acoso. Apenas es concebible una forma de aproximación que no sea susceptible de constituir acoso porque las mujeres viven en una perpetua exposición al acercamiento con fines sexuales o sexosentimentales de modo que TODOS los espacios y TODAS las formas de acercamiento están ya contempladas por el mercado. No existe una forma buena de ligar, existe una forma de ligar que no se ha extendido lo suficiente como para ser incluida en la categoría de acoso. Según la propuesta tomada de antiseductor.com y analizada en el texto anterior, los papeles tradicionales deben ser invertidos

Los hombres debemos dejar de ligar, o ligar solo reactivamente. Las mujeres serán las que se apropien de la parte activa y de los privilegios que conlleva.

2-el ámbito del consentimiento. En él se entrecruzan de manera confusa el aspecto legal con el código de conducta. Dejaré el primero para otro texto. Con respecto al segundo solo decir que ni el consentimiento, ni el consentimiento entusiasta, ni la empatía son medidas de discriminación positiva y, por tanto, su aplicación sigue obviando que el consentimiento sexual no tiene el mismo significado para mujeres que para hombres.

La pregunta sobre la legitimidad de cada relación sexual debe quedar suspendida indefinidamente sobre la conciencia de ambos sujetos, pero tendrá que ir acompañada de una diferencia cualitativa de parte de los sujetos varones. Dado el componente simbólico que nuestra cultura otorga al sexo como acto de posesión en el que una mujer pasa a ser propiedad de un hombre, los hombres no tenemos legitimidad para despreocuparnos del consentimiento. No hay consentimiento posible, no hay empatía suficiente, no hay nada. Toda práctica sexual, dado que es dinámica y cambiante, debe realizarse desde la conciencia de la condición de amenaza potencial por parte del hombre y las precauciones continuas correspondientes.

Propongo el concepto de “consentimiento real”, esto es, hacer recaer sobre el hombre la responsabilidad de cerciorarse de que ese consentimiento es tal, sin que pueda excusarse por otra cosa que no sea la voluntad de engaño (sería la única excepción: un consentimiento dado con el fin de engañar). Cualquier situación en la que el consentimiento no sea válido conlleva una culpa del hombre por violación (en diverso grado). Esto no pone en peligro la agencia de las mujeres, ni la madurez, ni nada. Es el tipo de responsabilidad asimétrica que se establece en las relaciones comerciales y laborales, donde se supone que una de las partes tiene ventaja sobre la otra, así como más recursos para aprovecharse de ella, y que debe, por lo tanto, asumir una responsabilidad mayor a la hora de asegurar la justicia de la interacción.

3-el ámbito de las prácticas sexuales. El carácter simbólico arriba mencionado se traduce en prácticas que representan con mayor o menor claridad la posesión de las mujeres por parte de los hombres. Los hombres somos violadores pasivos. Todos. Porque en la medida en que tenemos relaciones sexuales en esta cultura sexual de dominación realizamos la dominación en cualquier relación sexual. Violamos por defecto. Cuando negamos ese hecho damos el primer paso para convertirnos en violadores activos. El primer paso. El primer grado.

No hay igualdad posible desde este reparto de las prácticas ni tampoco desde la supresión de dichas prácticas, dado que todo símbolo emanado de esta cultura sexual, por nimio que sea, es susceptible de convertirse en símbolo de posesión. Dicho en términos aritméticos, una cantidad menor nunca se iguala con una mayor si de la mayor solo pueden sustraerse fracciones de la diferencia. La única forma de igualar a estos dos sujetos de poder es invertir el sentido de la dominación. Por eso la simbología de la dominación debe cambiar de bando. Las relaciones sexuales deben, por defecto, simbolizar dominación por parte de las mujeres. Se entiende, por lo dicho más arriba, que esa dominación no debe usarse con fines de sometimiento, sino preventivos y compensatorios. El sexo “femenino” puede seguir siendo el sexo con afecto. El sexo “feminista” deberá ser el sexo con dominación de las mujeres hacia los hombres, y esta dominación no será un fetichismo, sino una dominación real.

4-el ámbito del capital erótico. “Disfrutar” del capital erótico es el privilegio parcial que se concede a las mujeres a cambio de un desfavorecimiento total. Las mujeres manejan el objeto de deseo sexual, pero a cambio pierden todos los demás. Sufren, además, acoso sobre este, bajo la excusa, precisamente, del privilegio: el uso del capital erótico es entendido como un abuso que legitima un abuso mayor.

Los hombres debemos renunciar a cuestionar el uso y abuso del capital erótico como herramienta para nuestro sometimiento (esto no es incompatible con que el feminismo denuncie sistemáticamente el uso del capital erótico como mercado de sometimiento de las mujeres y de establecimiento de competencia entre ellas).

Dado que, como hombres, tenemos privilegios sexuales, el uso del privilegio del capital erótico (cuando se usa exclusivamente contra nosotros) es legítimo. A cambio las mujeres tendrán que pasar de la conciencia personal del privilegio a la conciencia política del mismo, es decir, de que el capital erótico no debe ser usado en beneficio individual, sino de las mujeres como grupo.