jueves, 22 de marzo de 2018

TALLER DE CASOS PRÁCTICOS


¡¡¡PASAMOS A LA ACCIÓN!!!

Hace tiempo que en AGAMIA no nos conformamos con una teoría, ni con una práctica individualizada. Nuestras quedadas y debates, tanto presenciales como por videoconferencia, son el lugar donde ponemos en común las diversas formas de entender y vivir la agamia que estamos construyendo.

¡Pero todo eso se nos queda corto, así que vamos a dar un paso más!

Vamos a dedicarnos analizar, diseccionar y escudriñar casos reales y concretos. Nos preguntaremos entre todes cuáles son las conductas, actitudes y expectativas más coherentes en cada situación y descubriremos, desarrollaremos y aprenderemos formas de conducirnos en nuestras relaciones que sean coherentes con el rechazo definitivo a la pareja.

Para eso se inaugura el TALLER DE CASOS PRÁCTICOS, en el que podrás participar estés donde estés y tengas la disponibilidad que tengas.
Te está picando la curiosidad? No sabes si lanzarte?

Encontrarás más información aquí.

lunes, 19 de marzo de 2018

ABOLICIONISMO y NO MONOGAMIA.


El domingo pasado Amelia Tiganus nos contó de primera mano qué es la trata y cuál es su papel en lo que ella denomina “sistema prostituyente”.

Se ha escrito mucho desde entonces, hace solo una semana, respecto a lo impactante del testimonio, así que no me detendré en ello.

Mi intención es hacer hincapié sobre uno de los ejes de su discurso, y que nos atañe especialmente en tanto que comunidad no monógama. Se trata del tan traído y llevado concepto de “consentimiento”.

Cuando imaginamos lo que es una mujer traficada pensamos en secuestros, armas, agresiones y encierros. Esa idea nos permite condenar con determinación el tráfico, y nos permite, además, distinguirlo claramente de la prostitución libremente elegida.

Amelia nos explicó que eso no funciona así, al menos en nuestra sociedad. Ella nos confrontó con una realidad mucho más incómoda. La trata aquí apenas incluye violencia. En muchas ocasiones la mujer nunca es forzada directamente a nada, sino que en torno suyo se crean las condiciones que hacen de la prostitución la mejor salida posible, y la mujer la elige, a veces con entusiasmo.

Nos explicó que ella es una de esa mujeres que “eligieron” la prostitución, y que ha necesitado del feminismo para comprender que nunca eligió nada, sino que todo fue una trampa para que ella se convirtiera a la vez en víctima y culpable. Se arriesgó, como lleva años haciéndolo, a plantarse delante de la audiencia y decir “elegí, sí. Pero no soy responsable de esa elección”.
Esta inquietante lección nos descubre dos cosas sobre el manido consentimiento que deberían conllevar una nueva percepción del mismo. La primera es que el consentimiento es un continuo, y lo es también en la prostitución. El consentimiento depende de la libertad real, y esta no es la falta de coacción, sino la disposición de las mejores opciones. Poder elegir entre más de 40 prostíbulos no aumenta el consentimiento, ni poder elegir entre la prostitución o el rechazo de tu comunidad por haber sido violada. Tampoco aumenta el consentimiento la omnipresente alternativa entre fregar escaleras a 8€ la hora y prostituirte de escort a 100€ el servicio. Si todas las opciones son malas no hay libertad, y entre una mujer a la que el sistema patriarcal viola y una mujer a la que el sistema patriarcal “solo” humilla haciéndole sentir que su cuerpo puede venderse hay un continuo. Dónde empieza la libertad y dónde acaba el tráfico debemos decidirlo nosotres, pero no podemos dejarlo en manos de la simple conciencia de libertad, porque esa conciencia se construye con facilidad mediante el espejismo de la elección.

La segunda es que el consentimiento es necesario, pero nunca suficiente. La cultura del consentimiento persigue el contrato perfecto que libere al ejecutante de su responsabilidad con respecto al cuerpo sobre el que ejecuta. La fórmula se revisa periódicamente para no dejar resquicio a la crítica: lo último en contrato en blanco lleva el ridículo nombre de “consentimiento entusiasta”.

Pero la responsabilidad es ineludible, consienta quien consienta y consienta como consienta. Si no consiente, todo está claro. Pero si consiente nada lo está, porque queda nuestra decisión, y esa decisión debe ser renovada a cada instante. La fórmula del consentimiento genera esta ficción ética que es el espacio donde podemos abandonarnos a nuestros deseos sin preocuparnos por las consecuencias sobre la otra persona. Por eso queda patente que el consentimiento es, en sí mismo, la objetualización. Conceder a alguien la capacidad de consentir hasta el punto de liberarme de mi responsabilidad es objetualizar a quien consiente. Así se explica la trampa de su supuesto empoderamiento.

No podemos, por lo tanto, refugiarnos en el consentimiento para distinguir una prostitución legítima de una que no lo es, porque que la persona que se prostituye consienta no basta. Queda para el potencial cliente decidir si ese consentimiento se da en verdaderas condiciones de libertad. Y para llegar a una conclusión no dispone del conocimiento de las condiciones personales objetivas y subjetivas de la consintiente. Lo único de que dispone es de la evidencia de una sociedad patriarcal que tiene a la prostitución como uno de sus pilares fundamentales y que inscribe en la conciencia de las mujeres su condición de puta.

Lo que he contado hasta ahora es solo lo que el feminismo abolicionista está harto de contar y lo que, como digo, se ha contado en todas partes y con más intensidad aún desde hace una semana.

¿Sabéis, sin embargo, dónde no se ha contado? En los espacios no monógamos.

Resulta que la no monogamia es un espacio franco para la prostitución. La no monogamia, que presume hasta el empalago de su feminismo, de su deconstrucción y de su no normatividad, tiene tan asumido que la prostitución es buena y empoderante como lo pueden tener el mundo del fútbol o de los toros.

Así que para nosotres y nuestro mundo impermeabilizado al abolicionismo esta ha sido una semana más.

Resulta llamativo que mientras que la sexopositividad, con todo lo que implica (prostitución, BDSM, cultura del consentimiento, etc…) desgarra al feminismo, no encuentre resistencia alguna en la no monogamia. Parece lógico suponer, sin embargo, que si la no monogamia es verdaderamente feminista debería reflejar ese desgarro en ella. ¿Qué lo impide?

Encuentro varias razones.

La primera es que la no monogamia tiene una genealogía marcadamente sexual, originada en el amor libre de la revolución sexual, el mundo swinger y el propio BDSM. En la mayoría de las ocasiones lo que conocemos como poliamor es la versión civilizada y con aspiraciones de estabilidad de esos orígenes. Esto quiere decir que en la no monogamia el feminismo tiene un peso real muy por debajo del que tiene el sexo, y que donde aquel cuestione a este (y lo hace en las numerosas ocasiones en que el sexo es expresión evidente del deseo patriarcal) lo más probable será que la no monogamia lo silencie. Es, exactamente, lo que ha sucedido con la agamia, descalificada, desde el momento mismo de su aparición, con los mismos apelativos con los que se descalifica al abolicionismo: puritana, mojigata, represora, inquisitorial.

La segunda se deriva de la anterior. La no monogamia es, en gran medida, una práctica sexual, y es dicha práctica lo que otorga poder en los espacios no monógamos. Las personas, sobre todo hombres, con mayor capital erótico suelen ocupar los puestos de visibilidad, poder y portavocía, nivel jerárquico al que también tienen fácil acceso las putas felices, en su sentido más amplio (pornografía, etc…). Quienes se definen a sí mismes como abolicionistas carecen de voz porque las consecuencias de ese ideario sobre su propia vida sexual resulta aquí desempoderante.

La tercera ya no es achacable, al menos del todo, a estas comunidades. Es sabido que el feminismo abolicionista no tiene un discurso relacional y sexual especialmente elaborado, y es sabido que en él la no monogamia no goza del mayor de los prestigios. Desde los presupuestos abolicionistas es complicado, como hemos visto, hincarle el diente a la no monogamia, tal y como está, y se opta, siempre, por postergar la tarea o, directamente, por considerarla innecesaria.

Pero la no monogamia no es una moda. La no monogamia es la consecuencia misma del feminismo y es, por lo tanto, el signo de los tiempos. Es el resultado de que las mujeres descubran que no quieren someterse a un hombre y de que los hombres descubran que una mujer que no es esclava ya no interesa como compañera. Es, por lo tanto, el lugar hacia donde se va a desplazar la batalla, que ahora no es tal por incomparecencia de una de las partes.

Mirarla con desdén es un lujo que el abolicionismo no se puede permitir. Mientras tanto, desde la no monogamia, les abolicionistas resistimos como podemos, esperando que, de una vez, se escuche el toque de clarín que anuncie la llegada de refuerzos.



miércoles, 7 de marzo de 2018

El arte de follar, de Erich Fromm.


Pocos días después de que Gallimard publicara el inesperado cuarto volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, el mundo de la cultura, y en concreto de la cultura sexual, recibe otra gran noticia editorial: la inmediata aparición de la gran obra póstuma de Erich Fromm, autor de la biblia contemporánea del amor, con el sugerente título de El arte de follar.

Lo que tendremos pronto en nuestras manos es el último gran esfuerzo de Fromm por entender el signo de su tiempo y contribuir, como ya había hecho con sus trabajos anteriores, a sanar sus más arraigadas patologías.

Durante sus últimos 14 años, desde su retiro en Muralto, Suiza, el genial psicoanalista, otrora miembro insigne de la Escuela de Frankfurt, abordó lo que en varios episodios del texto es referenciado como “el más complejo de los misterios de la condición humana”.

Parece que el proceso para llegar hasta aquí no ha sido fácil. “El arte de follar es una obra inmensa y laberíntica, llena de pasajes crípticos, puntos muertos y hallazgos deslumbrantes” –nos explica su editora. “Fromm se había adentrado en un mundo que pronto se reveló inabarcable, casi infinito. Seguirle en su recorrido es fascinante. A veces casi tan inabarcable como el viaje que él emprendió. Un laberinto dentro de un laberinto”.
Efectivamente, parece que son varios miles de páginas las que Fromm llegó a redactar. Lo que en un principio parecía un plan definido se ramificó pronto en una multiplicidad de investigaciones secundarias, análisis de casos, digresiones eruditas y reflexiones personales. “El manuscrito carece de orden y, por supuesto, carece de final. Lo que lxs lectorxs encontrarán es una breve síntesis de 800 páginas para cuya elaboración hemos tenido que tomar decisiones a veces puramente comerciales, buscando la intelegibilidad o estableciendo un hilo argumental que, somos conscientes, tal vez no es necesariamente el espíritu original de la obra”.

Pero, ¿cuál era el objetivo de Erich Fromm con este proyecto? Sepámoslo por las palabras introductorias del propio genio de Hesse: “En 1952 la crisis generalizada de la pareja me llevó a abordar la sagrada misión de garantizar la supervivencia de la especie. Para transformar la dinámica histórica necesitaba un cambio revolucionario; una visión completamente novedosa que resultara, además, irresistiblemente atractiva. Algo que todo el mundo quisiera hacer. Un día, caminando por la orilla del Apatlaco, la idea vino a mí: el amor es un arte. El amor debe ser entendido como una manufactura lenta, laboriosa, cuyo producto poseerá, por lo tanto, una belleza indescriptible. El resto surgió solo, y es de sobra conocido.

Aunque no se puede decir que Fromm “invirtiera la dinámica histórica”, no cabe duda de que introdujo en ella un poderoso factor retentivo. Sin embargo, la sociedad seguía avanzando, a veces incluso cogiendo por sorpresa a mentes tan privilegiadas como la suya: “Pensaba que con conseguir que la pareja sobrevivieran sería suficiente. Que el resto lo harían la búsqueda de placer, el deseo, la liberación de prejuicios,… Hoy nos encontramos con un nuevo problema: la inapetencia sexual. Queridos lectores. Tienen ustedes que practicar el coito o habremos retornado al callejón sin salida de la extinción. La buena noticia es que nada es tan placentero como él. Permítanme que se lo muestre. Acompáñenme en este recorrido por El arte de follar”.

A juzgar por la nota del editor a este párrafo, parece que fue precisamente la cuestión del título una de las que más de cabeza trajo a Fromm. “durante todo el proceso de elaboración barajó varios posibles nombres: El miedo a follar, La libertad del arte de follar, El miedo a la libertad del arte de follar, incluso uno más sintético y rotundo, que, desde nuestro punto de vista, se ajusta mejor a la intención general de su trabajo: Follar. Elegimos El arte de follar porque sabemos que era el más usado por Fromm para referirse en privado a su obra, especialmente si había bebido.”

Una de las cuestiones más complejas ha sido la gestión de las innumerables notas a pie de texto, en las que Fromm da rienda suelta a su faceta más creativa, personal y espontánea. “No hay una diferencia clara entre las anotaciones que Fromm hacía para sí mismo y aquellas que pretendía que aparecieran en el texto” –nos explican desde la editorial. “A veces se diría que pasa de uno a otro destinatario en la misma frase. Nos ha sido muy difícil establecer un criterio de selección”.

En la página 208, por elegir uno de entre una infinidad de ejemplos posibles, como nota a un párrafo en el que se refiere al pesado estigma que durante siglos ha acarreado el sexo en nustra cultura, nos dice: “Nuestra sociedad necesita una palabra que enmarque un discurso positivo en torno al sexo. Algo así como “sexobondad” o “follopositividad”. Y luego ya desarrollar esa ideología en todas direcciones. Libros y libros. Y charlas. Y talleres. Y películas. Tengo que encontrar esa palabra. Espero que no se me adelante el cabrón de Marcuse”.

Y otra: “El arte del follar requiere un equilibrio perfecto entre pensar y hacer, entre teorizar y practicar. Ambos lados del balancín deben recibir una atención similar, para que este pueda oscilar y mantenerse en el aire. Insistir mucho en uno de los lados hará que el balancín se clave en la tierra estrangulando poco a poco la vida sexual. Y si eres un gilipollas, como yo, pues te pasarás diez años escribiendo un libro sobre sexo y no follarás una mierda.”

Como vemos, su propia experiencia sexual, y no solo la de sus pacientes, era fuente inagotable de inspiración. El conflicto personal se convertía en materia de reflexión, hasta el punto de llegar a ser un enigma que le atormentara: “La separatidad sexual, es decir, la unión entre amantes que no se materializa sexualmente con regularidad, devuelve al ser humano al desvalimiento existencial. La vida que no folla es vida estéril en la que el instinto de muerte cobra vigor. Las fantasías sexuales se van tiñendo de más y más violencia, y llega un momento en que lo que te apetece, más que follar, es quitar la tontería de una buena hostia. Y luego follar.”

En otras ocasiones ese mismo conflicto hace surgir intuiciones y líneas de investigación de una modernidad asombrosa: “Cuanto más me dice que no más me imagino que la ato a la cama. Le tengo que preguntar si me deja, a ver si cuela. No. Le voy a decir que le dejo que me ate ella. Y si acepta, le digo que primero la ato yo. Me gustaría tenerla atada a la cama y aparecer de repente vestido todo de negro ajustado, al estilo del Comandante Cousteau…¡A ver cómo consigo yo un traje de buzo en medio de Suiza! ¡Bah! ¡Si es que lo tengo todo en contra!”.

La entrega de Fromm a la elaboración del libro fue extrema hasta el último momento, siendo a veces presa de una auténtica fiebre creadora. Pocos días antes de su fallecimiento aún escribía. “Me acabo de enterar de que se ha muerto Marcuse. ¡Todo el tema para mí! ¡Jeje! ¡Que se joda!”.

Ahora él será todo para nosotrxs.