lunes, 27 de junio de 2016

¿qué es la ORIENTACIÓN RELACIONAL?


¿Qué es (o qué debería ser) la orientación relacional?

A mi modo de ver, la orientación relacional es, ante todo, una formación que sirve para entender las relaciones. Ni más ni menos.

Del mismo modo que cualquier otra disciplina nos sirve para entender el tema del que es objeto y para dejar de funcionar en ella por ensayo y error y partiendo desde cero, la orientación relacional debería servir para obtener una visión de conjunto sobre las relaciones personales con el fin de que dejemos de afrontarlas a ciegas.

Podemos pensar que no somos especialistas de todo, y que es en ese modo amateur como funcionamos en la mayoría de los ámbitos de nuestra experiencia cotidiana. Pero no es así. A despecho de todo lo críticxs que seamos con nuestro modelo educativo, (y yo lo soy mucho), incluso entendido en el sentido más general, debe decirse de él que al menos aspira a ofrecer a cada persona los rudimentos necesarios para entender el mundo en el que vive. Por eso se hace una selección (sesgada) de materias, que deja de lado a las que considera superfluas, y por eso las materias se presentan con una programación, que filtra y ordena (sesgadamente) el conocimiento según su importancia para la vida.

Como bien sabemos, en esa selección las relaciones no aparecen por ningún lado. Y salta a la vista que no son precisamente ni un tema baladí, ni uno que vayamos a necesitar sólo de vez en cuando, ni uno en el que los problemas brillen, precisamente, por su ausencia.

No en un sitio, sino en muchos, he explicado lo que pienso del funcionamiento de la ideología del amor, y de cómo ella se apoya en esta falta de formación para perpetuarse y para alcanzar su objetivo de control social afectivo, reproductivo y, sobre todo, intelectual: no enseñes cómo funcionan las relaciones y conseguirás que la gente se pase el resto de su vida pensando en ellas.

Esa necesidad de analfabetismo relacional explica su ausencia, no sólo del sistema educativo obligatorio, sino incluso de la formación superior. La educación relacional no existe, porque si existiera nos relacionaríamos desde algún tipo de racionalidad, y ella representaría una amenaza para nuestro sistema relacional, basado en el impulso amoroso, en la locura romántica, en el rapto emocional, en la corazonada y, en última instancia, en la derrota y la impotencia.

Si hubiera educación relacional está claro que ésta procuraría también reproducir el sistema relacional, pero para ello necesitaría hacernos pensar sobre las relaciones, y eso sería muy peligroso. 
La orientación relacional pretende suplir esta carencia. Y lo hace como lo hace cualquier estudio: proporcionándonos, como primera herramienta, algo que nos permita, cuanto antes, abandonar el extravío y empezar, precisamente, a orientarnos. Mi primer objetivo con las personas que me eligen como orientador relacional es proporcionarles un mapa que les sirva para saber dónde están.

Necesitamos, para abandonar el caos, entender dónde estamos con respecto a nuestra biografía sexosentimental. Necesitamos también entender dónde estamos con respecto a las personas que nos rodean, e incluso con respecto a la cultura social a la que pertenecemos. Y necesitamos entender dónde estamos con respecto a la evolución relacional de dicha cultura.

Esta última necesidad de comprensión hace a la orientación especialmente urgente, porque nuestra cultura atraviesa una profunda crisis en su sistema relacional. Ella, la cultura, no nos lo va a decir, claro. Nos va a decir que estamos donde siempre se ha estado, porque las relaciones son de una manera determinada, como dios manda, y que nuestros problemas, ésos que tenemos siempre o casi siempre, incluso ésos que acabamos descubriendo que tiene todo o casi todo el mundo, son problemas personales, y que la culpa es nuestra.

Pero no lo es. Nos encontramos en un momento de plena incertidumbre, donde el modelo relacional tradicional se viene abajo, y donde las alternativas, ni están claramente definidas, ni sabemos si son verdaderas alternativas o trampas peores que la ruina de la que queremos escapar.

No vamos a perecer si no aprendemos cómo funcionan las relaciones. Pero nos va a ir mucho peor, como nos irá mucho peor con cualquier cosa que necesitemos, si no aprendemos a usarla bien, especialmente si, como el sistema relacional, la encontramos ya rota. Esta “cosa” la necesitamos mucho, muchísimo. Cabe plantearse incluso si no es la que más necesitamos, e incluso si no será porque es la que más necesitamos por lo que nunca nos dicen que tenemos que aprenderla. 

Nuestra educación relacional es imprescindible. Otra cosa es qué medios utilicemos para desarrollarla, y si pasan por solicitar los servicios de un/a orientador/a.

CONTACTO

lunes, 20 de junio de 2016

¿qué hacemos con el "afecto"?


Una de los principales reproches que se le hacen a las no monogamias, y que incluso las no monogamias se hacen entre sí, es que tanto la proliferación como la disolución de los vínculos de la pareja monógama contribuyen a la desvinculación afectiva.

Pero la monogamia misma no se encuentra en las mejores relaciones con el afecto. En su imaginario, el afecto aparece confundido con el cariño, con los cuidados, e incluso con el concepto más amplio de “vida emocional”. Sólo esta confusión ya nos puede dar una idea del extravío al que nos enfrentamos, sin ir más lejos, cuando ponemos sobre la mesa el fundamental debate del sexo con afecto: sexo sí, vale, nos entendemos. Pero, ¿afecto…?

La cuestión del afecto es un desastroso galimatías en el que nunca sabemos exactamente de qué estamos hablando ni en qué debe traducirse lo que proponemos. Prisionero del pacto sexual de la pareja, el afecto aparece mezclado no sólo con el sexo, sino con toda la dominación simbólica que el sexo conlleva. Las consecuencias son graves porque, a diferencia del sexo, el afecto (concepto que mantengo intencionadamente indefinido) es una necesidad de primer orden, y su ausencia o ineficacia crónicas conducen invariablemente a la patología.

Habrá quien diga: “entonces todxs locxs”. Pues por ahí vamos bien.
Lo que urge no es una efusión voluntarista que aumente la disponibilidad afectiva para que todxs podamos saciarnos. El discurso que invita a solucionar nuestras carencias afectivas a base de darnos mutuamente más amor (entendido aquí como la parte afectiva del amor) no sólo es ineficaz, sino absolutamente contraproducente en tanto que nos habla de un amor indeterminado de dudosa eficacia, así como de una más dudosa todavía capacidad inagotable para dar amor. La filosofía del “all you need is love” equivale a combatir la sequía descargando toda el agua de la que disponemos desde un avión contra-incendios.

Lo que necesitamos es saber qué necesitamos.

Necesitamos plantearnos qué es eso del afecto, en qué consiste el darnos afecto y qué funciones estamos realizando con ello. Sólo de esa manera podremos cubrir eficazmente nuestras necesidades afectivas. Sólo de esa manera podremos vivir dos inesperadas experiencias: la de sentir que el afecto viene a darnos justo aquello que necesitamos, y la de que una vez que nos lo da dejamos de experimentar una carencia endémica de afecto.

No tengo aquí espacio para ese planteamiento, ni para aventurar un primer catálogo de necesidades o de funciones afectivas, pero es imprescindible y me pondré pronto con ello. En este texto sólo voy a hacer una distinción que creo que arrojará sobre la maraña afectiva una luz necesaria para empezar a distinguir los hilos de los que tirar.

Llamaré afecto funcional a aquella conducta, más o menos encuadrada dentro del ámbito de las manifestaciones de afecto, que realiza directamente una función. Una forma de afecto funcional es escuchar a quien nos pide un consejo y realizar el esfuerzo de ofrecerle el consejo adecuado. Una forma de afecto funcional es proporcionar gratificación física a un cuerpo necesitado de ella (no hablo específicamente de sexo, y menos en el sentido heteropatriarcal). Una forma de afecto funcional es la convivencia (sin especificar duración; recuérdese que hablamos de afecto funcional, es decir, de afecto útil mientras realiza una función, y que deja de ser útil cuando esa función ya no es necesaria), en la medida en que ésta comparte un ámbito de la vida que pueda estarse viviendo desde una conciencia de marginación.

El afecto funcional resulta plenamente satisfactorio, genera placer y, una vez que la necesidad está cubierta, deja de ser necesitado.

Llamaré afecto sustitutivo a aquella conducta, más o menos encuadrada dentro del ámbito de las manifestaciones de afecto, que no realiza directamente una función, sino que sustituye a dicha función. Es, en sentido extremo, el afecto como consuelo. Una forma de afecto compensatorio es hacer compañía a quien ha sufrido una pérdida. Una forma de afecto compensatorio es abrazar a quien ha tenido un problema en el trabajo. Una forma de afecto compensatorio es hacer un regalo a quien nos pide que le escuchemos.

El afecto compensatorio no es plenamente satisfactorio, ya que no cubre la necesidad a la que atiende, genera una combinación de sentimientos que puede ser mejor pero también peor que la insatisfacción previa, y necesita ser renovado mientras persiste la necesidad, cuya duración es independiente del afecto.

El afecto sustitutivo es controvertido y por eso he elegido tres ejemplos tan diferentes. Cuando hacemos compañía para aliviar el dolor de una pérdida estamos atendiendo una necesidad que no puede ser satisfecha. Es una compensación: “has perdido algo y no lo podrás recuperar, pero recuerda que algo te queda y que ese algo no es dudoso”. Cuando damos un abrazo a quien ha sufrido un problema laboral estamos atendiendo una necesidad que nosotrxs no podemos satisfacer (pero que podría satisfacer una persona con influencia). Estamos ante una postergación: “tienes un problema que resolver, pero yo no puedo (¿o no me planteo si puedo?) resolverlo. Mientras tanto te ofrezco la satisfacción de una necesidad menor que puede haber surgido a partir de la principal: la sensación de indefensión”. Cuando hacemos un regalo a quien nos pide que le escuchemos estamos obviando su necesidad y ofreciéndole que sea confundida con otra. Estamos, esta vez de manera literal, ante una sustitución: “tú tienes una necesidad que depende de mí, pero yo ni quiero satisfacerla ni quiero padecer sus consecuencias, de modo que te ofrezco algo a cambio de que apartes tu necesidad de mí (de quien, por cierto, no puedes apartarla, porque soy la persona de quien esa necesidad depende).”
Es evidente que un afecto funcional es siempre superior a un afecto sustitutivo y que ante la necesidad de afecto (propia o ajena) la primera tarea es preguntarnos qué función debemos satisfacer y si podemos hacerlo de modo directo.

Como se puede ver, nos equivocamos al pensar que el afecto es una conducta única e indiferenciada, y que todo lo afectivo tiene que ver con la manifestación de cariño o, peor aún, que en la medida en que haya manifestación de cariño podemos hablar de que hay afecto.

Nos equivocamos también al considerar que el afecto es siempre útil, que el afecto siempre viene bien, que un poco de afecto nunca está de más. Ser afectuosx no es una virtud. En todo caso es un rasgo del carácter y, de aparecer este rasgo, seguramente habrá que hablar también de necesidad de dar afecto (y la verdadera virtud en este caso estará en saber recibirlo) si queremos ser capaces de interpretar lo que pasa, de juzgarlo, y de intervenir del modo más útil.

Por último, vemos también que nos equivocamos si pensamos que el afecto es siempre bueno, incluso en el caso de que cumpla funciones eficazmente, porque para que sea justo hace falta que lo sea el cumplimiento de esas funciones. Dar afecto implica elegir a quién se da afecto, e implica decidir si esa necesidad debe ser satisfecha. Sólo el afecto ofrecido en estas condiciones es un afecto bueno, y la capacidad para ofrecerlo constituye una virtud, mayor cuanto más amplio es el rango de necesidades afectivas capaz de satisfacer.

Una de las ventajas de esta virtud, por cierto, es que permite acabar con las necesidades afectivas, liberándonos de la dedicación perpetua, compulsiva y desesperada a la búsqueda de afecto.


lunes, 13 de junio de 2016

sexo y postgénero radical: algunas consecuencias inquietantes.


“…el surgimiento de sujetos individuales exige destruir primero las categorías de sexo.”

“…el Otro está condenado a permanecer en el lugar en el que se encontraba desde el inicio de la relación.”

“las mujeres no deberían nunca actuar desde el privilegio de ser diferentes (…) nunca caer en el “orgullo de ser diferentes”.”

“para mí la palabra “women” (mujeres) es el equivalente de “esclavo”.”

                                                                                                                                Monique Wittig.


Uno de los pilares sobre los que se construye la agamia es el rechazo radical al binarismo de fundamento reproductivo, ya sea en su aspecto biológico o cultural, ya se le llame “sexo” o “género”.

Podríamos decir que ser agamx implica autodesignarse como ajenx, no sólo a cualquiera de los dos polos dialécticos mujer-varón, sino a cualquiera de sus grados intermedios o de los productos de su próspera ingeniería combinatoria. La postgeneridad ágama establece también un binarismo que se enfrenta al anterior (¿triángulo? ¿Síntesis hegeliana? ¿Binarismo 3D?). En un polo lo femenino-masculino, en el de enfrente lo extraño y otro de esa calificación. Ni de Marte ni de Venus, ni de ningún satélite intermedio, ni de lugar alguno del espacio exterior. Terrestres, de aquí, de un presente que no ridiculiza lo humano al proyectar sobre el espacio sideral estereotipos infrahumanos.

Y para evitar caer en el error de la otra respuesta al binarismo de género, éste, ágamo, tampoco reconoce el espacio intermedio. No existe la identidad de medio género, medio género medio no género. Medio mujer medio nada. Se puede ser más o menos racista, pero poco importa. Lo que importa es que, si se es en alguna medida no racista, esa medida está ya en combate a muerte con la otra, la que lo es, aunque ésta diga eso de “todavía lo es”, o de “sólo lo es en esto”. No hay espacio intermedio armónico entre el género y el no género. El rechazo al género es un rechazo radical. Si se rechaza al género se rechaza también la parte de la conciencia que acepta al género. Esa parte de la conciencia es, a su vez, traidora al rechazo.

Nada que ver, eso sí, con una vida torturada por la autovigilancia, por supuesto. Es el rechazo lo que es radical. Nuestras prácticas son situadas y dependen de lo que podemos o conseguimos poder hacer. Del poder logrado. El rechazo, la autodesignación, ésa es libre. Y ningún comienzo puede ser mejor ni más empoderante. Ninguno ofrece mejores condiciones como base de operaciones para la implementación de la ausencia de género.

Y de ella quiero hablar brevemente, y de cómo repercute en la sexualidad, que siempre es tan divertido y tan espectacular.

Será un pequeño ejercicio de imaginación en tres pasos de exigencia creciente, como la canción de Lennon.

-la postgeneridad borra de una sola vez, como una única cosa, la identidad de género y la orientación sexual.

Acostumbrémonos a vaginas y a penes (una cosa es acostumbrarnos a los cuerpos de los demás y otra a lo que esos cuerpos hagan con nosotrxs. Acostumbrarnos a los penes no implica acostumbrarnos a ser penetradxs, tampoco si se proviene de la condición de mujer heterosexual), a pectorales con senos y sin ellos, a tamaños y complexiones. Y acostumbrémonos a tener un cuerpo en particular con características particulares no hegemónicas ni normales, porque nuestro cuerpo va a fluir de lo normal a lo anormal con total normalidad.

Acostumbrémonos. ¿Cuándo?  Ése es otro ejercicio. No hablemos del cuándo. Hablemos del plan. Apuntemos el plan para pronunciaros por él, y luego ya veremos.

-la postgeneridad deja sin sentido a la pareja como número de referencia.

Dos géneros: dos personas como unión perfecta. Eso se acabó. Dos es sólo unx menos que tres y unx más que yo. Dos es lo que ha pasado hoy que no vino A, o que apareció B. Dos es lo que habría si yo estuviera plenamente presente con B, mientras que B sólo está con medio yo y son unx y medix, si es que B está plenamente presente, que vete a saber. Dos es a lo que se acostumbraron mis progenitores, que se educaron en el sexo oculto y prohibido en el que alguien cazaba y alguien era cazadx, y no se parece a aquello a lo que me acostumbro yo, que me reeduco en un sexo no clandestino y social; en una intimidad colectiva que incluye la configuración más pequeña posible para una relación sexual: yo solx.

Y con el dos acaba la ficticia simetría amorosa llamada a veces “complementariedad”, falsa garantía de igualdad de poder y timo patriarcal por antonomasia.

Acaba la/el otrx como reflejo y como encaje en lo que necesito. Acaba la proyección en la/el otrx, la fusión binaria de las almas y su simbología gestual de miradas y abrazos pareados. Y comienza la/el otro como mundo; como humanidad diversa en la que vivo y con la que me encuentro, a la que contribuyo y que me alimenta. Y vuelve la complementariedad no especular, la buena, la plena, la que da lo que necesita a quien lo necesita, y no lo que es a quien ya lo es y lo reafirma en lo mismo y en sus mismas carencias.

Acostumbrémonos, por lo tanto, a las personas a las que no estamos acostumbrtadxs. A esas personas que no son nuestro simétrico y que, lejos de ser un ejercicio de narcisismo, son un vínculo con el mundo. O apuntemos que estamos decididxs a hacerlo, y que lo tenemos pendiente.

-pero… ay! La postgeneridad acaba con lo Otro.

La postgeneridad dice que ya no hay un aquí dentro y un allí fuera, y que ya no somos nosotrxs en partida de caza hacia lxs otrxs, sino que todxs somos nosotrxs, y estamos ya aquí, y no hay fuera en el que cazar, y no hay caza que realizar, porque no hay ningún sujeto que pueda devenir objeto mediante una caza.

La postgeneridad dice que no hay objeto, y eso nos va a costar admitirlo. Porque no haber objeto es no haber lugar donde depositar nuestra libido, que debe retraerse de nuevo a convertirse en una capacidad sin medio normativo que la vehicule. No haber objeto significa acabar con la ficción sexual de que un sujeto es un objeto, y significa que la libido no pasa por poseer, sino por aparecer en su estimulación. Significa acabar con la estrecha fantasía de que la excitación se realiza a través de un/a otrx que se objetualiza para masturbarnos, y significa que la masturbación no es masturbatoria, sino que ella es el sexo, al que podemos llamar, por ejemplo, “erotismo”. Y significa que lxs otrxs no son otrxs, sino iguales, sujetos con capacidad cooperativa en nuestra relación con nuestra libido, y que nosotrxs tenemos capacidad para cooperar con la libido de esos sujetxs que no nos desean, sino que solicitan nuestra cooperación para experimentar una libido libremente asociada y libremente asociable.

Esto nos puede resultar un poco más difícil. Pero parece cierto, así que será bueno. Apuntémoslo nada más, ya lo firmaremos cuando terminemos de tenerlo claro.


miércoles, 8 de junio de 2016

SEXO, PORNO Y FEMINISMO. carta abierta a la mesa, a la organización y al público del acto del martes 31 de Mayo en La Morada.

EL FEMINISMO DESEANTE

A partir del debate habido el pasado día 31 de Mayo en La Morada de Arganzuela hay tres consideraciones que hacer, especialmente para el feminismo, absolutamente urgentes, y con ellas voy a estructurar el texto.
El desplome de la argumentación

La sede de PODEMOS no es una red social. Desde el punto de vista argumentativo debería ser mucho más que eso. Algunas de las cosas que el otro día se oyeron como razones incontestadas deberían sonrojar a las personas que las utilizaron y deberían sublevar a las personas que las escucharon allí. El problema es que, si valen en La Morada, se van a dar por válidas en muchos otros sitios. Tenemos la obligación, por lo menos, de recuperar la calidad del debate y de convertir los argumentos más pobres en síntoma de falta de argumentos.

Estas son algunas de las cosas que se dijeron como si fueran obviedades definitivas y que no podemos tolerar, de ninguna manera, que sigan distrayendo, despistando y agotando nuestras fuerzas. Quien quiera defenderlas que lo haga, pero que sepa, y hagámosle saber, el ridículo al que se expone.

-la pornografía es ficción (por lo tanto no influye en la realidad). Si condenamos la pornografía condenemos las películas de superhéroes.

No sólo sucede que la pornografía no es ficción, pues ocupa un lugar muy digno de análisis entre la ficción y el documental (y, si no, que se me diga a mí en qué otro género de ficción se hacen sistemáticamente montajes donde, sustraída la parte narrativa, a veces incluso aumenta la audiencia), sino que la ficción sí influye en la realidad. Que la ficción no se imite literalmente no significa que no se imite. Desde el feminismo hace mucho tiempo que se condenan elementos narrativos como el estereotipo de princesa Disney, por ejemplo. Es un insulto despreciable al sentido común decir que la narrativa audiovisual no influye en la sociedad. No sólo no admite, sino que no debe admitir debate.

-condenamos la violencia pornográfica por el estigma sexual. A nadie le escandaliza la violencia en el resto de los contenidos audiovisuales.

¿Hace falta refutarlo? La violencia está condenada, eso sí, sin éxito, en todos los contenidos audiovisuales cuando se presenta con una valoración positiva o incluso neutral. En la pornografía la violencia se presenta con una valoración extraordinariamente positiva, ya que se ejerce sobre sujetos vulnerables y moralmente indefinidos como si dicho ejercicio fuera bueno. El significado de la violencia en la pornografía participa de la misma necesidad de ser juzgado moralmente que el de cualquier producción audiovisual. Ahora resulta que siempre nos ha parecido igual la violencia de Rambo que la de La Canción de Carla.

-los deseos no se pueden modificar.

Un auténtico chollo para el gremio de publicistas. Ellxs saben que los deseos se modifican, vaya si se modifican, pero es que, además, si consiguen hacer creer que no es así, cada vez que instilen el deseo de lo que anuncian en una persona, quedará ahí grabado a fuego, porque irá acompañado del convencimiento en esa persona de que no se puede librar de su deseo. Se llama “violencia simbólica”, y se caracteriza porque se considera natural.

La afirmación es, como poco, arriesgadísima, y, si nos ponemos serixs, determinista y desempoderante. Para que partir de esta tesis tenga visos de legitimidad habrá que empezar fundamentándola y matizándola generosamente. ¿Nos referimos a los deseos profundos? ¿A lo que juzgamos que son nuestros deseos? ¿Sólo al deseo sexual? ¿Es el individuo el que no puede cambiar su deseo dentro de una sociedad que ya desea de determinada manera? El peso de la demostración de un principio tan antiintuitivo recae sobre quien hace partir el razonamiento de él. Que todo el debate de toda la mesa lo dé por sentado es inaceptable.

-El porno ético debe crearse desde la demanda responsable.

Acabáramos. ¿Estoy en PODEMOS? Ahora resulta que el mercado es el ente aséptico y adaptativo que describió el liberalismo clásico. Cuidado, que ya no necesitamos ni leyes, ni gobierno, ni política, ni nada. Igual, mira tú, no hacen falta ni partidos, así que no sé qué hacemos en La Morada. Las fuerzas del consumo responsable doblarán el brazo patriarcal de la pornografía mainstream hasta convertirla en cursos de sexo tántrico. Por el camino, el gremio aprovecha y se lava las manos, que es de lo que se trata. “Nuestro trabajo es hacer dinero. No nos vengáis con mierdas”.

-La responsabilidad de la educación sexual corresponde al sistema educativo.

Otra vez tengo la sensación de que me he equivocado de charla. ¿Quiere esto decir que si esa institución no cumple con su deber, al resto no nos incumbe? ¿Soy el único que ha escuchado decir a gran parte del sector de la enseñanza que la responsabilidad de la educación sexual es de madres y padres (repitiendo la operación de mandar la mierda al tejado ajeno)? Y, cuando esa responsabilidad llegue de vuelta a casa, ¿qué hacemos? ¿Les ponemos porno? “Mirad, hijxs: con esto se hace papá las pajas”.

-No nos digáis lo que tenemos que hacer y apoyadnos.

Éste es de mis favoritos, porque apelar a la solidaridad y a la individualidad en la misma frase me parece poesía. Resulta que hay gremios buenos, y si perteneces a uno de ellos hay que apoyarte seas quien seas. Supongo que el pornógrafo que explota a sus actrices también dirá algo por el estilo en la sede del partido correspondiente. O a lo mejor lo dice en la sede de éste, porque de momento no parece que filtremos mucho.

Recuérdese que en otro lugar del argumentario se apelaba a la fuerza de la demanda. Pero la demanda calladita. Es lo que se llama “mayoría silenciosa”, tan brillantemente bautizada por ese miembro de honor de podemos que nos preside el país de oficio.

El porno es de ellxs. Lo consume toda la sociedad, pero es de ellxs.

La otra explicación es el macrodebate de si el feminismo está legitimado a decirle a un amujer lo que debe o no debe hacer, y si es entonces feminismo. Ahí no voy a entrar. Sólo diré que pido ya desde aquí que se invite a La Morada a una organización de toreras.
-Hay que escuchar a las profesionales del porno.

Quien haya visto la charla habrá comprobado que esto lo pide la misma persona que calla a una compañera cuando va a leer el testimonio de otra actriz porno que no coincidía precisamente con el suyo. No hay más que decir.

-Las mujeres tienen derecho a desear ser pegadas.

Suena muy bien, muy alternativo, muy valiente y muy inclusivo. O sonaría así si se quedara en eso. Pero lo siguiente en el desarrollo del argumento es que hace falta porno para esas mujeres (¿¡más!?), que hay que escuchar el verdadero deseo de las mujeres hetero (¿¡ése es el verdadero deseo!?), y que no es feminista cuestionar el deseo de otra mujer (¿¡aunque su deseo sea una ley antiabortista, por ejemplo!?).

No me puedo extender más, pero démosle la vuelta. Démosela. Pongamos a un hombre a decir todo esto. Pongamos a un hombre a decir que hay que respetar el verdadero deseo de los hombres, que es pegar (esto es un eufemismo, porque el amo no pega, eso ya lo sabían desde Aristóteles hasta Sade, el amo reivindica su derecho sobre la vida y la muerte, que en la pornografía se simboliza mediante la agresión no deseada) y que no es humanista cuestionar ese deseo. O pongámoslo ahí, con su estética de actor porno (ya sabemos que las pelis porno las hacen todas votantes de PODEMOS, no hay más que verlas), a decir que olé las mujeres a las que les gusta ser pegadas.

Nadie niega el derecho a desear. Nadie. Pero sobre los deseos recae responsabilidad. Quien no cuestiona sus deseos (me da igual que sean los de pegar, o ser pegado, o dar cuidados, o gobernar un país) no sólo es esclavx de su cultura, sino que contribuye a esclavizarnos a todxs.

-y una cosa más, la última, porque hay que cortar por algún sitio: el concepto de “libre consentimiento” es, como poco, cuestionable. No es que lo cuestione yo, es que lo cuestiona toooodo un sector del feminismo, lo cuestiona la crítica al libre contrato de trabajo y lo cuestiona la teoría del contrato social. Lo digo porque el otro día había cierta confusión entre debates abiertos y debates superados, y se hablaba de consentimiento como si fuera un escudo inexpugnable tras el que guarecer cualquier otro argumento más enclenque.

Y es que el sexo nos confunde mucho. A lo mejor el problema es sólo ése.

De verdad que paro por parar en algún momento, y porque tengo otras dos cosas que decir.

La ofensiva neoliberal.

La primera es que lo que le está pasando al feminismo a partir del sexo, de la libido y del deseo es preocupante, y tenemos que tomar cartas desde ya.

Llámesele sexopositividad, neoliberalismo sexual, nueva revolución sexual, o lo que a cada quién le parezca, el sexo atraviesa muchos de los ejes principales del feminismo partiendo su militancia por la mitad. Allí donde miremos nos encontramos con feministas que reivindican una perspectiva individualista del sexo, al sexo como derecho propio y privado, inalienable ni total ni parcialmente por ninguna entidad externa al cuerpo y la conciencia propias, da igual si es el Estado o la comunidad, da igual si es el patriarcado o el feminismo mismo, y que llaman feminismo a esa reivindicación que coincide, y porque coincide, con su deseo de mujeres. Y, enfrente, a las feministas que señalan el carácter neoliberal de ese feminismo, esa sinergia entre el activismo feminista y los intereses de los varones, y cuyo discurso sexual alternativo, feminista, ni está ni se le espera, porque han coincidido en el error de subestimar al sexo, porque les resulta demasiado expuesto construir uno, porque ellas no hablan de guarrerías, o vete a saber por qué.
Y, como no hay alternativa, las primeras están ganando. Están ganando el debate sobre la prostitución, sobre la maternidad, sobre el género, sobre los nuevos modelos relacionales, sobre los vientres de alquiler y, como vimos el otro día, están ganando de calle el debate sobre la pornografía a base de colarnos un supuesto porno feminista que es el mismo porno con un lazo rosa.
Nadie puede pensar que, dado el alcance del enfrentamiento, esto no repercute también en los buques insignia de las causas feministas, como la violencia patriarcal, la brecha salarial o los derechos reproductivos.

Pero es que no están solas. Los machos están detrás, con ellas o por su cuenta, pero empujando en la misma dirección. Y no sólo nos equivocamos si no damos una alternativa que ofrezca algo un poquito mejor que la austeridad sexual y el escándalo ante el patriarcado galopando libre dentro de nuestras filas a lomos de su caballo de troya sexual. Nos equivocamos si tratamos los debates como simples debates particulares, desconectados entre sí y carentes de un tronco central que une a los mismos intereses y las mismas sensibilidades y las mismas personas siempre del mismo lado de la brecha en el feminismo.

Necesitamos enunciar ese tronco para poder señalarlo con claridad y dejar de dar tumbos en esta promesa de orgía feliz cuya verdadero contenido, como en muchas otras, es sólo la intoxicación.

Feminismo y PODEMOS

Lo último que quería decir es que el acto del otro día fue un capítulo más de esta historia, pero no uno intrascendente. Fue el acto en el que el partido emergente, el primer partido de izquierdas con posibilidades de gobernar desde la muerte de aquél, se pronunció públicamente, y a través de un inesperado consenso, sobre el debate de la pornografía.

Da igual que todxs esperáramos que hubiera posiciones encontradas en la mesa; da igual que las posiciones estuvieran claramente encontradas entre el público y que éste lo manifestara; da igual que las posiciones estén encontradas dentro del feminismo, tanto en el de PODEMOS como en el que no es de PODEMOS. En el debate se escenificó la finalización del debate del lado de la tolerancia extrema hacia la pornografía, y este resultado se ha proyectado así de puertas afuera. Es, no podemos negarlo, el resultado con el que cualquier machista habría soñado a las cinco de la tarde.

Ya sabemos cuál ha sido históricamente la relación entre la izquierda y el feminismo. Y ya sabemos cuál ha venido siendo la relación entre PODEMOS y el feminismo. El discurso cuñado y cansino que repite y repetirá por los siglos de los siglos que PODEMOS es más de lo mismo acierta en algo: su feminismo, hasta ahora, es más de lo mismo. Mucho trabajo en la base, mucha gente feminista, muchas mujeres luchando por el cambio, y después, ante las cámaras, en la cúpula, en el poder, rancia machulería y analfabetismo feminista que considera el “problema de las mujeres” un tema menor al que hay que dar de vez en cuando algún magistral capotazo.
No sabemos que llegará a ser PODEMOS. Desde nuestra reducida perspectiva municipal, autonómica, o incluso nacional, nos puede parecer la ventana de oportunidad por la que debemos, sí o sí, hacer que pase la historia. Desde una mirada un poco más alejada, sólo es una carta más con la que nos estamos jugando a vida o muerte los destinos de la humanidad y del planeta. Y sólo el futuro nos dirá cuál es, o cual debió haber sido, el papel jugado por esa carta. Tal vez sea uno de los focos de donde nazca un nuevo modelo de convivencia que nos permita triunfar sobre el apocalipsis capitalista. O tal vez sea una de las últimas veces en las que a la izquierda se le ocurrió de nuevo la feliz idea de que podía transformar el mundo sin las mujeres, o a pesar de su sometimiento.

Mi voto, por supuesto, depende de que me decida por una u otra de entre ambas predicciones.

lunes, 6 de junio de 2016

herramientas contra el cierre de la pareja.

Suele llamarse “escalera relacional” (“escalera mecánica”, se entiende) a esa sucesión de fases por la que una relación avanza sin poder evitarlo hasta cumplir con todos los componentes y requisitos que forman una pareja convencional, terminada y completa.

La escalera relacional es una parte del “guión ciego” del amor, que es la biografía sexosentimental que nos toca vivir, que podríamos anticipar en las vidas de otrxs y que, a pesar de todo, nos resulta siempre tan sorprendente y, esto es lo malo de la ceguera, tan amarga en comparación con lo que nos esperábamos.

Uno de los primeros grandes hitos de la escalera relacional es la formación del gamos; lo que podríamos llamar “el cierre de la pareja”, es decir, el establecimiento, sin posibilidad aparente de vuelta atrás, de la propiedad sexual recíproca exclusiva.

Dije en el post anterior que, para construir relaciones abiertas, mucho más fácil que empezar desde una pareja que ya está cerrada, es evitar que ésta llegue nunca a cerrarse. Esta afirmación parece antiintuitiva, porque lo que observamos en el mundo de la no monogamia es casi siempre lo contrario: parejas atrapadas por la vorágine amorosa que sólo consiguen empezar a plantearse su apertura cuando se han encontrado, sin apenas darse cuenta, con que son una monogamia perfectamente terminada. Es decir, que si abrirla no es fácil, evitar cerrarla parece imposible.

En mi opinión, sin embargo, sólo hace falta interiorizar un par de conceptos o, si se quiere, automatizar un par de hábitos. Pretendo que este texto sea, sobre todo, práctico, de modo que dejaré los conceptos para otra ocasión y me dedicaré aquí a explicar qué hábitos son ésos.
-en primer lugar debemos aprender a pensar sin amor (es decir, a pensar desde fuera de la ideología del amor. No confundir con “pensar sin afecto”) o, si se quiere, a reconocer los pensamientos amorosos como delirios.

Del mismo modo que procuramos restarle importancia y credibilidad a los pensamientos generados por una embriaguez, hasta que, con la práctica, desaparece esa característica peligrosidad (para lxs demás y para sí mismx) del/a borrachx joven, así debemos acostumbrarnos a observar las fantasías de omnipotencia amorosa como una ficción psíquica con la que, como mucho, divertirnos. Al principio el entorno cultural no nos lo va a poner fácil, porque nos bombardeará, desde fuera, para reforzar lo que se nos revuelve dentro (que ya había sembrado antes).

Pero cerrar los oídos al canto de sirenas amoroso también será algo que pronto nos resultará tan natural como dejar de creernos el telediario. En la medida en que podamos controlar, ignorar, manipular, deconstruir y remodelar estos pensamientos, podremos permitirnos, precisamente, extraer de ellos más beneficios y posibilidades. Tras la victoria sobre el amor están todos los tesoros que el amor guardaba sólo para sus campeonxs, ahora sin los peligros que antes los acompañaban.

-eso es lo que no debemos pensar. Pero, ¿qué es lo que sí debemos?

Nuestra mejor referencia (para nada perfecta) son las relaciones de amistad. Debemos seguir pensando siempre en la otra persona con los mismos criterios de implicaciones, responsabilidades y expectativas, que pensamos con un/a amigx. La pregunta “¿si fuéramos amigxs tendría sentido esta expectativa?” tiene que convertirse en algo automático, hasta que desaparezca el concepto “amigx” y sólo quede “¿tiene sentido esta expectativa?”. Eso nos va a hacer descubrir un sinnúmero de presunciones que hemos considerado naturales y legítimas y que, en realidad, son eslabones de la cadena con la que vamos atando a la pareja.

En muchas ocasiones la referencia de la amistad será incompleta. No estamos demasiado acostumbradxs, por ejemplo, a preguntarnos qué hacer con las conductas sexuales según el modelo de la amistad. Utilizaremos entonces un segundo truco: sustituiremos el tema sobre el que establecemos la expectativa por otro con el que la amistad sí esté familiarizada: “¿está bien que mi amigx, con quien tengo relaciones sexuales con frecuencia (ahí es donde nos quedamos escasxs de antecedentes) quiera tener relaciones sexuales con otras personas?” podemos convertirlo en “¿está bien que mi amigx, con quien hablo sobre feminismo con frecuencia, quiera hablar sobre feminismo con otras personas?”.

No temamos que esta técnica se convierta en un salvoconducto para justificar cualquier cosa. También funciona restrictivamente: “¿está bien que mi amigx, con quien hablo de feminismo con frecuencia, haya dejado de hacerlo de pronto y por completo sin darme una explicación?”.

Por último, recordemos que nuestra situación no va a corresponder nunca de manera íntegra y sistemática sólo a una apertura o sólo a la evitación de un cierre, de modo que nos será útil tener a mano las técnicas correspondientes a la situación que a priori no parece coincidir con la nuestra. Nos encontraremos, al procurar evitar el cierre, que algún aspecto se nos cerró por despiste o falta de práctica. Nos encontraremos, también, con que una pareja cerrada, cuando hay verdadera voluntad de abrirla, es ya una pareja abierta en más sentidos de los que seguramente esperemos.