martes, 29 de septiembre de 2015

escucha las palabras de romeo (y las del otro) (ii)

Espero hayan disfrutado de la fineza.

Como se aprecia sin sombra de ambigüedad, la canción no nos está contando otra cosa que una vulgar historia de seducción. A golpe de arreglo perfecto, el videoclip desgrana los pocos pasos de los que cuenta la seducción tipo que la canción representa: Te veo, te elijo, te abordo, te resistes, te convenzo, te follo. Mientras tanto, Romeo se dedica a engatusar con su vulnerable voz aniñada y su ajustado ensamblaje de lugares comunes de donjuán, entre los que destacan la sacralidad del amor a primera vista (que debe ser honrado con la entrega sexual decidida) y el principio del carpe diem, regla sagrada de los espíritus libres que saben agarrar las oportunidades al vuelo. El Rey se permite incluso apremiar un poco, y recuerda a la afortunada que nada garantiza que, a pesar de su meloso ofrecimiento, vaya a haber una segunda oportunidad. Ese punto extra de presión sobre la paciente seducción tradicional es lo que representa el tema ferroviario de la canción. Ese tren-pene está a punto de salir (después echará montañas de humo, entrará en un túnel, saldrá del túnel… en fin, cada tópico ocupa su lugar). El “All aboard!”, grito de revisor que da título a la obra y que se oye de vez en cuando como un eco lejano, viene a significar “¡Follandito, que es gerundio!”. El peligro de explicar las metáforas.…
Todo va ordenado y bien. Primera estrofa para el flechazo. Una cierta anticipación en el estribillo. En la segunda estrofa la seducción surte efecto y la plaza es conquistada. Tanto la historia como la indignación del/a espectador/a siguen el proceso previsible.

Y, entonces, sucede.

Ante nuestros asombrados ojos aparece un tiparraco canijo y vestido de fantoche que, desde su dentadura grotescamente forrada de oro (o lo que sea eso) nos dedica una sonrisa burlona y despectiva. Mientras, nos extasía describiéndonos el acto sexual, culminación de la historia, de la forma más grosera, más asquerosa… más real. Del gorro que lleva, de esa borla que desafía cualquier armonía, gusto, estilo… de esa borla es difícil hablar, porque se diría que está expresamente elegida para ofender a lxs espectadores; para dejar a nuestra dignidad en estado de shock.
Si en ese momento te dicen que a Romeo Santos se le ha colado un espontáneo, no ya en el vídeo, sino en la propia ficción, chafándosela, jodiéndosela, arruinándosela… te lo crees. Casi te quedas esperando a que el musculoso dominicano de Nueva York agarre al gusarapo por el cuello al grito de “¡que me jodes el rollo!” y lo estampe contra la vía.

Pero nada de eso pasa, claro. Muy al contrario, vemos a Romeo dar esos cabezacitos de asentimiento con que en el hip hop se refuerzan las afirmaciones versadas del cantante de turno, y que parecen decirle “¡Lo estás clavando, tío!”. Se trata, vamos poco a poco aceptando, de una “colaboración”, y habría que entenderla como un momento privilegiado de la obra que aporta valor a la producción. Una especie de regalo para lxs consumidores.

Pero, ¿qué sentido tiene buscar como colaborador a un aguafiestas?

Ésa es la clave: El sentido.

Porque en un cierto “sentido”, Lil Wayne está cargándose la faena de su amiguete cachas, es verdad. Pero si las dos partes de un antagonismo aparecen del mismo lado, entonces es que tenemos que buscar en otro sitio al antagonismo verdadero. Y este segundo antagonismo, más allá del amoroso, por fin, es el de género. Lo que Wayne nos ofrece es la faceta con la que se completa al narrador. Wayne y Romeo son el mismo, claro, pero ante distintas audiencias. Romeo habla a la mujer a la que busca seducir. Wayne lo hace a la comunidad masculina, a la fratría frente a la que se reivindica como triunfador. Romeo es el trabajador; Wayne el gestor, el agente, el que realiza el valor de cambio de la captura en el mercado para la que ésta se efectúa: La verdad profunda de la conquista de Romeo.

Ahora se puede entender de qué va eso de poner a Gollum a adornar una historia de amor. El rapero nos ilustra con claridad que todo lo que ha hecho la “primera voz” es sólo una puesta en escena, y que para llevarla a cabo hace falta que subyazca un depredador. Esta “segunda voz” actúa, habría que decir “en apariencia”, como un inconsciente hablante. En apariencia, insisto, porque seguimos dentro de un producto cultural conscientemente construido. Este falso inconsciente es el verdadero “yo” desde el que se teje la historia. De ahí su triunfalismo, su descaro, tan contrastantes con la continua cara de cordero degollado del victimista Romeo, que se autoelabora como un sujeto pasivo ante la fuerza del amor.
“En apariencia”, vuelvo a insistir, para llegar a la última conclusión lógica, teniendo en cuenta que el principal destinatario y consumidor del tema son las mujeres. La única explicación posible de que a ellas se les expongan abiertamente las dos versiones y que éstas aparezcan sin un atisbo de autocrítica, sino, antes al contrario, como firme propuesta de construcción de roles de género, es que en dicha construcción se da un paso difícil de contemplar sin escándalo: Ellas no están siendo sólo engañadas por el discurso amoroso patriarcal, que les augura una seducción con final feliz y amor eterno, sino que están siendo disciplinadas en su condición neomachista y neorromántica de objeto de consumo para usar y tirar. Tienen que saberlo, para que no pongan demasiados problemas, y tienen que aceptarlo y sentirse satisfechas, porque ése debe ser su papel.

Apenas hemos oído los últimos ecos de la amorosa, galante, traicioneramente súbdita voz de Romeo cuando ya su otro yo, el de después de follar (¡aquí el de antes de follar!) está diciendo “si te subes a este tren, baja en tu parada”.

Vamos, que me la chupes y te pires.

Amor mío.


lunes, 28 de septiembre de 2015

escucha las palabras de romeo (y las del otro) (i)

Ya iba siendo hora de que la música popular, y su inmenso y a la vez muy específico poder ideológico, ocupara su espacio en este blog. A través de la música popular el enaltecimiento del amor y el patriarcado martillea ininterrumpidamente nuestra conciencia y nuestras emociones a través de artefactos cuyo desmantelamiento no siempre es fácil. Estos artefactos, a su vez, nos ofrecen claves privilegiadas para la comprensión de ese mismo amor y ese mismo patriarcado que ayudan a conservar y remozar.

Para inaugurar la presencia de la música popular en “contra el amor” he elegido un fenómeno, o un ejemplo de un fenómeno, que me resulta tan espectacular como siniestro. Intentaré plasmar ambas propiedades con la intensidad con la que me impactan a mí.

Habrá oportunidad de hablar sobre las razones por las que la música popular recibe una crítica tan desproporcionadamente tibia por parte del feminismo y, más aún, por parte de la sociedad. Que la selección al azar de un disco, pertenezca al género al que pertenezca, conlleve una alta probabilidad de ser incompatible con las gafas violetas, es cosa sabida. Pero que se establezca una referencia de exigencias mínimas, como hace el test de Bechdel con la narración audiovisual, o que se divulgue el análisis de obras concretas a partir de una referencia común del estilo del mencionado test, ése ya es otro cantar.

A través de la música popular tragamos espuertas de machismo con una docilidad ejemplar.

La música latina de baile social es, sin embargo, de las pocas (¿junto con El Fary?) que han recibido algún toque de advertencia. Es muy probable que no lo merezcan más de lo que lo hace el rock más machirulo que forma parte de nuestra sagrada tradición occidental anglosajona (desde los Stones a AC/DC, temas de los que en muchas ocasiones sólo se salvan los acordes), pero a cualquiera que haya dedicado un rato a sus letras o a sus vídeos no se le escapará que se lo han ganado a pulso, casi hasta el nivel de la provocación.
No voy a abundar aquí en la crítica al reguetón, género que hasta ahora ha sido el centro de la conflictividad, despectivo y cosificador hasta el hastío. Me desplazaré al que cabría esperar que fuera su opuesto, romántico, caballeroso y seductor por excelencia. Hablo de la inefable bachata.

Por razón de espacio dejaré a un lado mayores consideraciones sobre quién es Romeo Santos y la significación de su figura para la música latina y su expansión por el mundo entero, así como su influencia en la música considerada (im)propiamente occidental. Sólo diré que quien subestime esa significación comete un miserable error que le impedirá valorar su importancia ideológica real.
Aunque el eje indiscutible de la carrera de The King (que así se hace llamar, en eso no se diferencia de sus colegas, la mayoría con sobrenombres no muy sobrados de modestia) ha sido la bachata, sus estratégicas incursiones en géneros colindantes le han permitido ampliar su ámbito de repercusión.

Así, ante la emergencia de la kizomba, nuevo género romántico en el mundo del baile latino (la kizomba, paradójicamente, es de origen angoleño, y su novedad es sólo en cuanto a su difusión a través del canal de la música latina, pues sus inicios se remontan a los años 70), Santos ofreció a sus admiradorxs la posibilidad de adscribirse a la nueva tendencia sin tener que abandonar a su admirado bachatero.

Aquí dejo cuatro minutos para uso y disfrute, tanto de la canción como del vídeo, ambos sin gota de desperdicio. Eso sí, hacedle caso a él, y atended a la letra.

Ale. Hasta dentro de un momento.

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lunes, 21 de septiembre de 2015

asexualidad: la diversidad diferente

El mundo de la diversidad sexual está de enhorabuena. Al prolijo abanico de orientaciones, filias y parafilias que vamos añadiendo al catálogo de lo visibilizado se ha sumado recientemente la asexualidad. Las autoridades en tolerancia se han apresurado ya a darle la bienvenida, ofreciéndole, incluso, un lugar en la cada vez más extensa sigla, LGTBetc… , donde todas ellas ocupan un mismo e igualitario lugar.

Lxs asexuales han dado, por lo tanto, el primer paso para su correcta y completa integración sociosexual, y su trabajo consiste ahora en seguir organizándose, dándose a conocer, y en contribuir, con ello, a su absoluta normalización. El ideal es que la asexualidad acabe siendo vista y entendida como una forma de sexualidad más. Este proceso y esta aspiración son expresadas con frecuencia mediante la siguiente y ya clásica fórmula: “Antes pensaba que tenía un problema. Ahora he comprendido que no me pasa nada; simplemente soy x (asexual, en este caso).”

Lo único en común que tiene cada instancia de “lo diverso” es su equivalencia moral. Este principio, que parece fácilmente rebatible, es sin embargo el rector contemporáneo en el reconocimiento a las alternativas sexuales. El pantano de la legitimación moral de la diversidad, que se convierte por extensión en el de la igualación de los significados de cada manifestación de esa diversidad (todo el sexo es idéntico en el fondo y tiene las mismas causas y finalidades) daría para muchos textos propios. Si queremos centrarnos en la asexualidad habrá que alejarse de él o, al menos, vadearlo. El mejor camino que se me ocurre para pasarlo sin perderlo de vista es una particularidad con la que esta nueva tendencia nos sorprende: La cuantitativa.

Las cifras de asexuales detectadxs o presuntxs por quienes las han estudiado oscilan entre un 1 y un 3% de la población, de donde quiera que ésta sea. Se trata de una proporción singularmente alta para constituir un descubrimiento tan reciente. ¿Dónde habían estado lxs asexuales hasta ahora? Y, más importante: ¿En qué medida se les había confinado allí? Se diría, por pura deducción, que estamos ante otro caso de represión de una orientación sexual. Pero no ante un caso cualquiera, sino ante uno que afectaría, sólo en España, a medio millón de personas. Y nosotrxs sin enterarnos.

Pero la biología acude, como casi siempre, en el auxilio de nuestra mala conciencia: La asexualidad está también presente en el comportamiento animal, en el que se ha observado un porcentaje coincidente con el de la especie humana. La asexualidad animal se define como la ausencia de manifestaciones de deseo sexual y, hechas las oportunas matizaciones que nuestra especie, por dignidad, exige (hay quienes tienen algo de deseo, aunque muy poco; hay quienes sólo desean a un determinado número reducidísimo de personas; hay quienes experimentan deseo, pero sólo hacia sí mismos; y un infinito etc…), se podría decir que la asexualidad humana no es más que una continuidad en el proceso evolutivo.

Como vemos, la asexualidad no sólo es otra alternativa sexual más (biológicamente acreditada), sino que además presenta la ventaja de ser fácilmente gestionable porque, estrictamente hablando, nada necesita para ser satisfecha, ya que nada desea. Lxs asexuales “humanxs”, como lxs otrxs, no eran conocidxs, entre otras cosas, porque su orientación no pide pan. Desde la perspectiva de la integración social estamos ante ese caso: El chollo. Como cuando nos enseñaban la tabla de multiplicar y nos decían “si se multiplica por 0, da igual el número, el resultado siempre es 0”. Entrañable, el 0: el único que nunca da problemas. Recuerda a esa inmensa parte de la población que nunca se plantearía siquiera comprarse un yate, así que no hay que plantearse tampoco el repartir con ellxs los que ya existen.

Pero otro hecho viene a despertarnos de este sueño de paz social con lxs simpáticxs asexuales.  Citaba aquí Alba Rico un documental que yo no he visto, pero que no necesito ver para creer en la magnitud de lo que expone. Se decía en él, por lo visto, que en el Japón actual un 70% de la población no mantiene ningún tipo de relación sexual con otras personas.

El 70%.

Creo sinceramente que habría que hacer el ejercicio de probar a llamar “asexuales” a este 70%, sólo por ver a qué conclusiones nos lleva. Sólo por ver si nos estalla la cabeza.

Si el 70% de la población de algún sitio, no importa cuál, se mantiene al margen de ese superproducto del merchandising contemporáneo, de ese alfa y omega del consumismo, que es el sexo; si un porcentaje tan inmenso deja fuera una mercancía que no sólo se presenta como todo bondad hasta en los intersticios más replegados de la comunicación social, sino que dispone de una infraestructura que la naturaleza ha universalizado más de lo que cualquier sociedad de consumo puede llegar a hacer jamás (siempre ha habido más gente sin pan que sin genitales), entonces es que ese producto, digámoslo claramente, y que me desmienta cualquier publicista, es una auténtica mierda.
Y que nadie me diga que el sexo mueve montañas. El deseo lo hace, sin duda. Pero no hablamos del sexo con el que la gente fantasea y por el que se deja la piel con la que pretendía disfrutar de él. Hablamos del que obtiene. De ese que aborrece hasta tal punto que abandona definitivamente por él, no sólo a él, sino a las fantasías mismas.

Si dejamos la biología donde le corresponde, tendremos que establecer un vínculo entre el 1% de asexuales y el 70% de personas que no practican sexo (en Japón. Cuidado con hacer el estudio aquí, no nos llevemos un susto) que vaya más allá de la adjudicación de una nueva etiqueta o franja en la colorida bandera de la diversidad.

Si no queremos apelar, al estilo de Rajoy, al civismo de “la mayoría silenciosa” asexual, que demostraría con su asexualidad no activista que ésta les resulta satisfactoria, tendremos que reconocer lo que desde el primer momento parece una evidencia ensordecerdora: La asexualidad visibilizada es sólo una representación, aún insignificante, de la asexualidad verdadera en nuestra sociedad; del rechazo mayoritario de nuestra sociedad a tener relaciones sexuales tal y como nuestra sociedad las ofrece.

Como esto ya me va quedando largo dejaré sólo apuntadas dos razones a cual más golosa para que este rechazo general al sexo esté, hoy y aquí, teniendo lugar.

-La primera la mencionaba Amelia Valcárcel en una de sus imprescindibles intervenciones en la XII Escuela Feminista Rosario Acuña a finales del pasado Junio. Venía a decir, reforzando el testimonio de otra ponente, que cada vez se encontraba más casos de chicas que necesitaban plantearse el lesbianismo como modo de mantener alguna forma de sexualidad que no las sometiera a las humillantes y traumáticas experiencias a las que los hombres estábamos cada vez más educados a someterlas. Estas mujeres, normalmente con formación feminista, habían descubierto que las relaciones con los hombres, tal y como nosotros las llevamos a cabo, son sistemáticamente degradantes, y se vuelven intolerables para quien se ha puesto las tan necesarias gafas violetas. No puedo estar más de acuerdo. ¿Cuánta resistencia a ser degradadas se oculta tras lo que los hombres solemos llamar “puritanismo”? Pues habría que decir que, en teoría, y si el feminismo consigue seguir progresando en su expansión como sería deseable, cada vez más.

-De la segunda he hablado aquí mil veces. El sistema amor-sexo se ofrece como parte indispensable del entramado capitalista y arrastra su jerarquización competitiva, produciendo, bajo una inmensa masa de desfavorecidos en condiciones límite de superviviencia, otra aún mayor de marginados sexuales que, como no necesitan el sexo para mantenerse con vida, aceptan de buena gana dejar de luchar en una liga en la que cada enfrentamiento es una derrota por goleada.


Por eso, entre otras cosas, la asexualidad no es la más amable de las orientaciones sexuales, sino uno de los más sangrante síntomas de la injusticia de nuestra cultura sexual. Nuestra tarea es no permitir que, ahora que empieza a visibilizarse, sea confinada a la ruin, aséptica e insonorizada jaula zoológica que le ofrece la cultura de la diversidad (“pasado el recinto de los espectaculares trans, la jaula de las feroces lesbianas, y el espacio en el que los amigables gays pueden correr en semilibertad, allí, en su ciénaga natural, amontonadxs e inactivxs, una manada de grises asexuales. No se molesten en darles de comer, porque su reacción es inapreciable y decepcionante”).

La emergencia de la asexualidad es un puñetazo en la cara de la monogamia heteronormativa, pero no sólo de ella. La asexualidad tampoco encuentra su sitio en el tedioso catálogo de alternativas que a aquélla se ofrecen desde los supuestos márgenes del sistema. Esta “abstención”, como la otra, presenta al sistema la paradoja indigerible de su rechazo pasivo y masivo. Y, como la otra, sólo en una pequeña proporción adquiere conciencia y se reivindica como opción significante. Pero su significado no es, y no puede ser, la libre no participación. Canalizar la asexualidad hacia la libre elección de la insignificancia es usurpar su voz para decir, en su nombre, que quien no tiene lo que yo tengo y quiero es porque no lo quiere como yo. Es, por antonomasia, la negación de la desigualdad mediante el encierro de los desiguales en una jaula insonorizada.
Así que, bienvenida la asexualidad. Pero una asexualidad valiente, reivindicativa, descarada, peleona y, por qué no, revolucionaria.

Lxs asexuales parten de una ventaja moral e intelectual, y es que contemplan la posibilidad de renunciar a follar. Frente a la gran mayoría de lxs activistas de las sexualidades alternativas y diversas, para quienes, en demasiadas ocasiones, primero es follar y después vienen los principios, un auténtico superpoder.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Un héroe de nuestro tiempo - Mijaíl Lérmontov (1839)

"(…) esa inquietante necesidad de amor que nos atormenta en los primeros años de juventud llevándonos de una mujer a otra, hasta que, al fin, tropezamos con una que nos detesta. Entonces comenzamos a ser constantes, nace la genuina, la infinita pasión, que podríamos expresar matemáticamente con una línea proyectada desde un punto al espacio; el secreto de ese infinito radica tan sólo en la imposibilidad de alcanzar el objetivo, es decir, el fin”.
(página 118)

Con esta sencilla definición, casi una fórmula matemática, describe Pechorin, protagonista de Un héroe de nuestro tiempo, la esencia del amor y los nunca bien ponderados misterios opuestos de la fidelidad y la inconstancia. El mostrar la puesta en práctica de esta mecánica simple a lo largo de apenas dos centenares de páginas es la causa de que añada esta novela a la bibliografía antiamorosa.

Lejos de cualquier especulación biodeterminista, de cualquier nueva receta con la que obtener el coctel de hormonas definitivo, Lermontov nos explica de modo sencillo y verosímil por qué nos enamoramos y por qué dejamos de hacerlo. Para socavar el misterio ante el que todxs fracasamos necesita, eso sí, de un punto de vista privilegiado. Éste se lo ofrecerá el propio Pechorin, hombre de vigor y talento al que no se le resiste empresa convencional alguna. Entre estas empresas, la conquista de toda mujer que pueda constituir un triunfo social y una satisfacción para su autoestima figura como una de sus principales aficiones.
 Mijaíl Lérmontov desafiándote a un duelo.

¿Qué sucede cuando se llega al límite del éxito? ¿Qué ocurre cuando todas las mujeres se han mostrado conquistables y ninguna da al hombre la medida de su valor mediante una resistencia invencible? Entonces aparece el “hombre superfluo”; ese arquetipo de la literatura rusa, padre del nihilismo y de la puesta en entredicho de todos los valores, para quien la estructura social es una pantomima de mezquindades entrecruzadas e ignorantes.

Pero el hombre superfluo es algo más. Su vista de águila sobre el mundo del amor, al que desprecia como tierra arrasada, le permite desentrañar su sentido último como lucha por el poder. Él, que a todxs ha vencido, descubre que aquello por lo que todxs luchaban es el vacío de la devastación. Y él, que nada tiene ya por lo que luchar, prefigura al héroe sádico que, carente de más mujeres a las que conquistar, buscará recuperar el sentido de su existencia volviendo sobre las ya conquistadas para profundizar en su destrucción.
  
si buscáis en google imágenes de "un héroe de nuestro tiempo" os aparecerá esta estampa de Javier Maroto.
es decir, que estamos aún peor que en tiempos de Lérmontov.

lunes, 7 de septiembre de 2015

"mamá, el abuelito te grita"


No sé si lo que voy a contar es un caso (varios casos) excepcional o un fenómeno generalizado. 

Sé que un vistazo a internet no me ha ofrecido otros ejemplos y, también, que esa primera ausencia de testimonios puede ser real o aparente, puede o no esconder un sinnúmero de otras situaciones similares, y que no es la prueba definitiva de nada.

En esas condiciones dejo aquí mi impresión:

En los meses de verano, el aumento de la convivencia familiar entre las personas de mi entorno me ha permitido observar una clamorosa manifestación del patriarcado para la que, como para tantas otras, yo era perfectamente ciego.

Me refiero a la opresión ejercida por los abuelos varones sobre las madres, y que se traduce en un rol sospechosamente consistente con la tradicional figura del abuelo entrañable del que nuestra cultura apenas nos ofrece otra cosa que una visión beatífica.
Sin entrar en excesivos detalles, diré que lo que he visto y escuchado es que en aquellas familias donde la figura del padre está desdibujada, (ya sea por ausencia, por dependencia económica, por debilidad de carácter, o cualquier otra razón) el abuelo adopta rasgos tiránicos sobre la madre que invaden el espacio de la educación de lxs hijxs por imposición violenta.

La lista de comportamientos degradantes para la madre que se relaciona estrictamente con la usurpación de su papel como principal co-educadora junto al padre incluyen:

-la desobediencia a las normas educativas impuestas por la madre (falta de respeto por los hábitos alimenticios elegidos por la madre, concesiones desaconsejadas por ella, introducción en hábitos que ella desautoriza, café, alcohol, dulces, o entornos que los fomentan)

-el desprecio hacia ella delante de lxs hijxs (asunción y fomento del papel de la madre como criada del abuelo, actitudes despectivas como falta de atención o de participación en las decisiones que conciernen al grupo, menosprecio hacia las complejidades de la educación que sirve para negar a la madre la condición de especialista en una tarea que requiere una alta capacitación)

-la reivindicación ante lxs hijxs de la superioridad jerárquica a todos los efectos (referencia explícita a su autoridad patriarcal, su fuerza o su dinero, propiedad de la casa de veraneo)

- la relegación de la madre al papel de niñera (aunque la/el hijx se le retira para jugar, le es devueltx para cambiarle los pañales, si llora o, simplemente, si el abuelo se cansa de ella/él)

-la acusación de estar dando una educación inapropiada (tratamiento de los problemas educativos como errores de la madre, reproches que relacionan la forma de vida de la madre con las consecuencias sobre la educación de su hijx y que, en realidad, se refieren al dominio patriarcal sobre las mujeres de la familia -una madre no sale los fines de semana, una madre no cambia de pareja, una madre tiene que dedicarse a su casa-)

-la competencia por el afecto de lxs hijxs (defensa del/a nietx a toda costa, concesiones antipedagógicas, abuso del recurso al regalo, complicidades con la/el nietx frente a la madre)

- por último, la instauración de una violencia de baja intensidad perpetua (victimización como anciano frágil y anticuado, amenazado por el poder de la generación emergente -al que no se le debe tener en cuenta el perder las formas-, disciplinamiento de la madre en el derecho del abuelo a alzar la voz, alusiones veladas al derecho último del abuelo a agredir a la madre, culpabilización de la madre por cualquier tipo de violencia sufrida por ella, irritabilidad que convierten en constante la amenaza del brote violento). 

Huelga decir que ésta es una lista de comportamientos observados que pretende ser exhaustiva, y que un abuelo patriarcal no necesita realizarlos todos para serlo.

Lo que me ha inducido de forma más poderosa a escribir este texto es, como mencionaba en su comienzo, la consistencia de estas conductas con la figura tradicionalmente venerada del abuelo (no la abuela) entrañable, que puede estar sirviendo de escondrijo al verdadero comportamiento patriarcal.

El abuelo de Heidi que tenemos en nuestro imaginario colectivo, y que, quizás con demasiada precipitación, asimilamos con el nuestro es, como sabemos, un ángel para lxs nietxs. Su paciencia es infinita (cuando se le acaba se va, o descarga su ira sobre la madre o la abuela, lo que la/el nietx ve como un ventajoso debilitamiento del poder que sobre él se ejerce de manera más continua), encarna un ideal de libertad (no sólo porque no está atado a las tediosas tareas del mantenimiento y los cuidados, dedicándose sólo a cosas que tienen más posibilidades de ser tratadas como divertidas, sino porque puede oponerse libremente a cualquier norma que pese sobre la/el nietx) y es una fuente inagotable de conocimientos nuevos, llenos de misterio, especialmente aquellos que van apegados a la tradición y la tierra (mucho habría que decir de cómo el abuelo se salta los filtros educativos, a veces trabajosamente construidos por la madre, de cómo abusa del recurso a la magia como forma de explicación, y de cómo se erige para la/el nietx en especialista autoproclamado en aquellos conocimientos que para la generación de la madre resultan más ajenos).

para mi sorpresa, la primera oferta de google a la búsqueda de "abuelo heidi" es "abuelo heidi enfadado". ¿será una señal?
Si esta idea tuviera algún alcance, habría que empezar a analizar la construcción patriarcal de ese rol como ocultación del despotismo sobre la madre, como continuación de su dominio sobre ella por sobre la autoridad que socialmente se le concede al adquirir la responsabilidad principal de la crianza, y como establecimiento de una correa de transmisión que asegura la presencia de los valores patriarcales allí donde la ausencia de un padre dominante los pone en peligro.

Muy harto, este verano, de abuelitos entrañables con el demonio dentro.