¿Es la
agamia compatible con la prostitción?
¿Quedaría algún tipo de
prostitución en una sociedad hegemónicamente ágama? ¿En qué consistiría?
¿A qué
actitud frente a la prostitución actual debe llevar el consistente rigor ético
que la agamia exige como principio?
Y,
además, ¿hay algún uso que la agamia deba hacer de la prostitución para
realizarse eróticamente? Es decir, ¿conlleva el erotismo ágamo la existencia de
algún tipo de prostitución?
Dado
que la renuncia al género, que implica un feminismo sustancialmente
igualitario, es otro de sus principios, nada de particular tiene recordar la
confrontación de posiciones que sobre la prostitución existe en las filas del
feminismo, y que enfrenta a abolicionistas con reguladorxs. Éste es, por lo
demás, el debate de más enjundia, si no el único que la tiene, que el tema ha
suscitado.
El
abolicionismo ha dejado atrás el culto a la sexualidad libre y diversa que
celebraba el empoderamiento de la mujer a través, también, de la prostitución
como opción profesional o existencial elegida, y del uso de su cuerpo como
herramienta de trabajo de la que ella, y sólo ella, debía beneficiarse. Esta
prostitución idealizada choca con los datos ofrecidos por la prostitución real,
que revelan una actividad mayoritariamente integrada por diversas formas e
intensidades de esclavitud sexual. La trágica realidad de la prostitución ha
convertido al abolicionismo en la voz más activa y predominante dentro del feminismo
hoy.
Pero las réplicas de lxs reguladorxs señalan
debilidades importantes en el discurso abolicionista. Frente a los datos más
extremos que hablan de un 90% de esclavitud sexual, se recuerda que el otro 10%
realizaría el ejercicio de la prostitución en condiciones de libertad, o
significativamente próximas a ellas. ¿Qué hacemos con estas trabajadoras? Frente
a la crítica esencialista de que la violencia de género es inherente a la
prostitución, tanto por su carácter objetualizante y posesivo, como por tener
lugar en el contexto económico y cultural del patriarcado, se especula sobre la
posibilidad de una prostitución concebida fuera del patriarcado o en
condiciones que lo compensen; de una prostitución que, coincidiendo en gran
medida con la presentación que de ella ofrece el propio patriarcado, sería
simplemente el uso que la mujer hace de una posibilidad que la sociedad le
brinda. ¿Por qué no puede, entonces, construirse una prostitución íntegramente
digna?
Estatus en el mundo. En rojo, ilegal. En azul, no regulada. En verde, legal.
Entre quienes sostienen las posiciones reguladoras
se encuentran, por supuesto, asociaciones del ramo de todo tipo, desde las más
sospechosas de vivir de la explotación, hasta aquéllas que se erigen
públicamente en guardianas de los derechos laborales de las prostitutas y en
perseguidoras de cualquier vestigio de trata del que tengan conocimiento.
Contra
ellas, sin embargo, se puede decir que las experiencias de regulación (Holanda, Alemania…) no parecen estar ofreciendo los resultados esperados y que
justificarían la extensión del modelo. Tampoco
la abolición presenta mucho mejores perspectiva que el enconamiento de las
condiciones de explotación (salvo, parece ser, en el modelo sueco).
Nos
encontramos, por lo que se ve, ante una encrucijada que, además, es políticamente
útil, porque divide y estanca a importantes contingentes de un enemigo tan
peligroso para el sistema como es el feminismo.
Opino
que la primera estrategia para resolverla debe ser escindir la teoría de la
práctica. En la medida en que no gocemos de una línea teórica convergente, nuestra
obligación es buscar el mal menor aquí y ahora. El problema práctico es tan
grave, además, que pocas dudas pueden quedar con respecto a su urgencia. Sea
cual sea la conclusión sobre lo que la prostitución deba ser, o si debe ser,
difícilmente dejará de pasar por poner todos los medios para erradicar la trata
de seres humanos.
La
pregunta no es, por lo tanto, si la prostitución debe ser regulada o abolida,
sino cuál de las dos medidas es más eficaz en cada caso para eliminar la trata,
o cómo implementar dichas medidas de modo que se optimice su reducción. Estoy
seguro de que este planteamiento elimina gran parte de los enfrentamientos
equivocadamente ideológicos en los que nos desgastamos. Lo mismo me da que
existan o no prostitutas si podemos decir que la trata ha sido, no ya eliminada,
sino simplemente mermada. Lo mismo me da que un sector laboral o seudolaboral en
condiciones de marginalidad quede expuesto a una marginalidad mayor por la
pérdida de su empleo o por el incremento de su explotación. Poco puede
importarme el derecho de la mujer a hacer negocio con su cuerpo. Apenas merece
reflexión el derecho del cliente a realizarse sexualmente. Si somos honestos,
si realmente nos estamos creyendo el dato de la esclavitud, nada puede
distraernos de poner todos los esfuerzos en resolverlo, y sólo en resolverlo.
El problema de la prostitución, como tantos otros, tiene el nombre equivocado,
y esa simple barrera simbólica le es suficiente para conservar la impunidad.
Desde ella se puede, incluso, permitir el hacer concesiones en forma de cambios
legislativos que después se revelarán inútiles, dejando a salvo la imagen de
buena voluntad de los gobernantes.
Ni
siquiera se trata, como dicen algunxs, de separar trata de prostitución (lo que
se denomina, con actitud buenista, “luchar contra las mafias”), sino de
reconocer la subordinación de la una a la otra allí donde exista (es decir,
casi en todas partes) y actuar en consecuencia. El desplazamiento del problema
hacia la prostitución ayuda a legitimar los resultados de una iniciativa
política, por desastrosos o inútiles que sean, tanto al gobierno que la aplica,
como a los colectivos que se identifican con ella. Pero debemos recordar que
cualquier regulación que incremente la trata será un acto antifeminista, como lo
será una abolición que la haga aún más espantosa.
Parece
así más fácil decidir la actitud frente a la prostitución con la que convivimos
a día de hoy, aunque quedan flecos prácticos con respecto a la prostitución
misma que aún podrían tratarse. Intentaré englobarlos en la posterior reflexión
teórica.
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