domingo, 8 de diciembre de 2013

propuesta erótica. II. EXPLORACIÓN DE LA SENSUALIDAD

Una vez que hemos liberado al trato entre personas de la intermediación necesaria del sexo, es el momento de ver si al sexo le queda algo que ofrecernos o debe quedar arrumbado por una nueva fase evolutiva.
 
No hace tanto que cazar es prácticamente privativo de grupos sociales reaccionarios. Hasta hace bien poco formaba parte de las habilidades necesarias que para la subsistencia del grupo debían poseer uno o varios de sus miembros. Los campesinos en occidente fueron hasta hace escasas décadas cazadores rudimentarios, y el producto de la caza era para ellos un complemento proteico que se convertía en esencial en circunstancias económicas adversas. Cazar nunca ha sido discutible, (como sacrificar al ganado del modo más rentable, esto es, con inobservancia completa del sufrimiento infligido), hasta nuestros días, en que la ausencia de su necesidad nos obliga a replantearnos su sentido. Hoy predomina una visión crítica o, al menos, aprensiva, sobre la actividad cinegética.
 
La caza ha ido acompañada tradicionalmente por el placer morboso de la muerte del otro que implicaba la supervivencia de uno mismo, la victoria temporal frente a una naturaleza que nos consume y cuyo medio de subsistencia disponible huye invitándonos a la empatía con su propio instinto de supervivencia. El hecho de cazar, de matar, de elegir la muerte del ser inferior frente a la muerte propia (en la guerra, también inevitable desde la perspectiva del sujeto hasta fechas bien recientes, se elige de modo igualmente necesario entre la supervivencia de iguales, por la supervivencia del grupo propio con vínculo afectivo, de modo que la paradoja emocional y el morbo que la acompaña es aún mayor) comporta la experiencia de un placer inquietante y extremo que estructura la vida de las sociedades que dependen de la técnica de la caza.
 
Pero, desaparecida esta necesidad, la del placer morboso de la muerte queda en bochornoso entredicho, y aquellos colectivos que la practican, desprovistos de argumentos con los que tapar sus vergüenzas. Lo que los mueve ahora es el placer de seguir matando, aprendido en tiempos de necesidad de que la muerte se produzca.
 
Si el sexo sólo puede producirse en un entorno emocional del morbo posesivo, entonces nuestro grado de desarrollo humano nos ofrece ya la perspectiva de una sociedad en la que debemos prescindir del sexo, en tanto que la reproducción (y, por supuesto, la comunicación) puede organizarse sin la opresión que las relaciones sexuales generan.
 
Es desde esta conciencia de que el sexo carece a priori de una función que para nosotros lo convierta en necesario, desde la que abordaremos la que puede ser una siguiente fase de transformación del sexo en erotismo o, simplemente, una segunda estrategia simultánea.
 
Nos hemos despojado de todo lo que había en el sexo, no sólo para disponer libre y críticamente de aquello que en él estaba hasta ahora implícito, sino para poder encontrarnos, en la medida de lo posible, con el “sexo en sí´: el sexo sin más objetivos que aquello que tenga la actividad sexual como consecuencia directa, propia o inevitable (y  ya sabemos que la procreación es perfectamente evitable).
 
Que nadie espere aquí demasiadas respuestas. Todo tendremos que aprenderlo porque de sexo designificado apenas se dice nada, y desafío a cualquiera a que localice la referencia bibliográfica donde el sexo, incluso el más científico, no sea explicado en el contexto de la pareja monógama fusional. El sexo es siempre explicado como motivación acompañante de la experiencia de la fusión gámica, y jamás como actividad capaz de motivar por sí misma y que merezca ser observada en sí. Sólo en la literatura pseudo-oriental encontramos un culto consciente al sexo mismo, no necesariamente apareado. Sin embargo, esta literatura acaba presentando al sexo como una actividad trascendente, es decir, vehículo de otra cosa, normalmente un despertar espiritual que es el sustitutivo de la fusión gámica occidental, y con el que comparte el carácter de profecía autocumplida.
 
Nosotros buscamos lo contrario; buscamos eliminar la trascendencia del sexo para conocerlo. Este acto de eliminación de la trascendencia lo convierte, ya de por sí, en actividad erótica, culminando su emancipación con respecto a la reproducción, origen del dimorfismo sexual y de la relación etimológica entre éste y el acto de unir ambos dimorfos.  Los individuos se unen ahora para investigar la trampa biológica del apetito sexual y del placer de los prolegómenos de la fecundación que coadyuvan a ella. Queremos saber qué es ese residuo biológico y si posee para nosotros, para cada uno de nosotros y para nosotros como grupo social, algún interés.
 
Tendremos que afrontar lo que, en toda regla, habrá de ser una educación erótica.

No hay comentarios: