viernes, 28 de junio de 2013

la "extraña pareja" reprimida (iluminación etílica de madrugada)


                Me dice un amigo que el concepto de represión no tiene validez intelectual;  que es un juego dialéctico para convencernos a todos de que necesitamos ser liberados. Me dice que es la trampa perfecta, porque si replicas que no necesitas ser liberado no hay más que contestar que lo que te pasa es que estás tan reprimido que no eres consciente de que necesitas esa liberación.

                Le digo que no se puede afirmar la presencia de represión en cualquier condición con respecto a cualquier cosa; que debe haber indicios, síntomas represivos.

Me dice que yo tengo un blog contra el amor, describe mis relaciones, describe a mi familia y me dice que todo eso son síntomas represivos; que soy un reprimido.

                -Cualquier cosa se puede utilizar como indicio, - continúa – y considerarla consecuencia de una supuesta represión. Pero esa causalidad debe ser demostrada. El que quiere convencer de la existencia de entes invisibles soporta el peso de la prueba.

                -Por supuesto. Y la prueba principal es la negación de la obviedad suficiente. Cuando la represión se desplaza de la subjetividad a la intersubjetividad, es decir, de la conciencia de uno al diálogo con otro, se manifiesta en la forma de la negación de lo suficientemente evidente. Si yo te enfrento a tu represión, y te muestro con evidencia sus indicios, y tú los niegas, entonces realizas la represión al negarlos, y además demuestras que la sufres.

                -¿Y quién dice qué es lo suficientemente evidente?

                Con mirada suplicante pido a mi amigo que me ofrezca otra cosa. Ninguno de los dos es relativista. Ninguno de los dos piensa que la verdad sea ni democrática ni subjetiva. Ambos pensamos que la razón es una facultad que todos poseemos, con la que podemos decidir acercarnos o alejarnos de la verdad, pero que ésta nos espera siempre en el mismo sitio, a veces difícil de distinguir, a veces insultantemente claro.

                -¿Por qué deseas no estar reprimido? – Le pregunto.

                -Porque no quiero considerarme defectuoso innecesariamente.

                -Pero lo que pierdes con la conciencia del defecto lo ganas con la del camino para la mejora.

                -La mejora quedaría pendiente, pero si no tengo represión carezco de ese defecto y de la necesidad de ese trabajo.

                -Tú ya eres quien eres, y tu eficacia moral es la que es. Carecer de defectos localizados no te hace mejor.

                -Lo acepto, pero el defecto encontrado debe ser verdad.

                -¿Cómo lo encontrarás, si antepones el deseo de no encontrarlo?

                -Ya, bueno… eso es una obviedad.

                -Ni más ni menos. Y tú la niegas.

                Mi amigo reflexiona un momento. Creo que sólo se alcanzará a vislumbrar la verdadera obviedad de las obviedades bajo la forma de la represión universal, no de la que circunstancialmente se produce entre un amigo y yo, así que le aplico un mantra que me ha escuchado muchas veces, y que suena, como siempre, mágicamente nuevo.

                -Dime si, al menos una vez, has deseado tener una relación sexual que no has tenido y que estabas prácticamente seguro de que nunca tendrías.

                No me mira. Extravía la atención en la copa mientras asiente con una ligera sonrisa, porque de este pecado sí le gusta sentirse culpable.

                -¿Más de diez veces?

                No contesta porque cree que acabo ya.

                -¿Más de diez veces? – Le repito.

                -Y más de cien.

                -¿Más de mil?

                -¿Cómo las cuento?

                -Fácil. Una vez cada diez días de tu vida.

                -Entonces más de diez mil.

                -Todos los días.

                -Pero no una sola vez.

                -Entonces eres una persona que diariamente desea una vida sexual que no tiene.

                -¿Y quién no?

                -¿Lo admites?

                -Vaaaale. Soy un reprimido. – Concluye con amable y creciente docilidad.

                -No. Ahora no. Ahora sólo te están reprimiendo, porque expresas un deseo sustancial que el entorno no sólo no te satisface, sino que te pide que ocultes. Tú volverás a ser un reprimido dentro de un rato, cuando empieces a negar ese deseo de nuevo y le pidas a los demás que lo hagan también.

                -Pero ¡vamos a ver! – exclama con la vehemencia propia de quien se acaba de aburrir de hacerse el muerto y ha decidido finiquitar al adversario de un solo y deslumbrante golpe de autoridad – Demuéstrame que no eres un homosexual reprimido. ¿Dónde está tu espontánea elección del objeto erótico? ¿A qué te ha llevado la libertad de conciencia? Si sabes cómo se reprime el deseo, habrás podido desandar el camino de su confinamiento en la heterosexualidad, ¿no? ¿Has superado el tabú de la endogamia? ¿Has recuperado el autoerotismo? ¡Venga! ¡A ver ese “deseo ético” que cacareas! ¿No soy yo tu compañero de esta noche? Pues ale, ¡bésame!… ¡Bah! – me reprocha con fingido despecho - ¡Eres como todos! ¡¡¡Vamos, bésame, puto reprimido!!!

                Mi amigo se queda contemplando satisfecho mi silencio y tirándome besitos burlones. Ciertamente, me ha dejado poco que decir.

                -¿Lo ves? – Acabo contestando – Tú también estás capacitado para pensar verdades.
 

sábado, 15 de junio de 2013

inciso: sobre la libertad



¿Es que no debemos aspirar a ser libres? ¿Es que debemos ser todos iguales y grises, como los comunistas? ¿Es que debemos aburrirnos todos en una vida sin motivación hacia el éxito? ¿Quién es el que va a decir qué es lo bueno y lo malo, lo que se debe y no se debe hacer? ¿No tendría todo esto, al fin y al cabo, quedar sometido al valor máximo de la voluntad humana, del libre albedrío, del producto máximo de la creación, que es el alma del hombre?

            Si, conjugando todos estos tópicos alrededor de la libertad consigo que las aclaraciones sobe ésta arrojen alguna luz sobre aquéllos, se habrá avanzado mucho en el objetivo de perder el miedo a renunciar a las truculentas satisfacciones con que nos motiva la cultura sexual.

            Nuestra cultura maneja dos significados fundamentales para el concepto de libertad, a los que podemos referirnos como “libertad en sentido negativo” y “libertad en sentido positivo”. Ambas son radicalmente distintas, y merecedoras de muy distinto prestigio, pero su confusión permite que el de la una se traslade al de la otra.

            La libertad en sentido negativo, de uso mucho más extendido, es la ausencia de impedimentos. Aquello que no nos deja hacer algo coarta nuestra libertad para hacerlo, y su desaparición aumenta nuestra libertad.

            La libertad en sentido positivo, concepto mucho menos popular, es la presencia o desarrollo de una capacidad. Nuestra libertad crece cuando desarrollamos nuestro poder para hacer cosas, y no desarrollarlo es perder la oportunidad de ser libre. Ambas definiciones resultan coherentes y, sensu stricto, podrán reducirse a una sola que sería, eso sí, la segunda.

            Pero el enfoque que las diferencia tiene consecuencias instrumentales interesantes para el sistema. Utilizando la libertad en sentido negativo, hay que decir que el hombre nace libre. Será la sociedad la que vendrá a imponerle limitaciones a su libertad que, si bien se entiende que resultan necesarias, también son, por limitar la libertad, indeseables. La sociedad avanza en la medida en que suprime dichos impedimentos, aumentando así la libertad del hombre.

            En sentido positivo, el hombre nace sin libertad, pues no puede hacer nada, incluso aunque nada más que su incapacidad se interponga en el camino. Adquirirá la libertad a lo largo de su vida, por medio del desarrollo de capacidades. La sociedad será más libre, entonces, no cuanto más permita hacer, sino cuanto más enseñe a hacer.

            En realidad, como decía, ambos conceptos se integran con facilidad. Cuando el desarrollo de una capacidad se encuentra con el obstáculo de la ley, puede ser por dos razones: o porque el sistema teme al individuo y limita su libertad mediante la ley, o porque el sistema protege al individuo y limita los peligros de la falta de desarrollo de su libertad mediante dicha ley. En ambos casos, el individuo no ha desarrollado su libertad lo suficiente como para salvar el obstáculo de la ley. En el segundo no lo suficiente como para que la ley le permita correr el riesgo de hacer; en el primero no sabe sobre la ley como para alcanzar la libertad gracias a ella.

            La ley es, por tanto, un regulador del peligro que puede volverse opresor o, dicho de otro modo, una herramienta cuyo manejo también es necesario desarrollar para que sea fuente de libertad.

            El sentido negativo, sin embargo, abstrae el carácter técnico de la libertad, y se centra sólo en la coerción. Esto le permite convertir a la ley en el terreno principal donde se dirime la suerte de la libertad, de la que aquélla es la principal enemiga. Allí donde hay ley, hay distancia entre lo que se puede y no se puede hacer; limitación, por tanto, de lo que se puede hacer; y así, reducción de la libertad. La ley es, desde la perspectiva de la libertad en sentido negativo, un defecto social, y la mejor sociedad será aquella que en mayor medida carezca de ley. Esto sin valoración previa de en qué medida esté dicha sociedad preparada para ser abandonada al libre albedrío.

            Este tótum revolútum de la ausencia de ley es la ventaja que el poderoso necesita para que su ventaja previa se ponga de manifiesto, creando aún más ventaja; y la defensa a ultranza de la libertad, el falaz recurso ideológico con el que convencer a sus súbditos de que no importa cuánto poder gane él sobre ellos, porque ellos siempre ganarán más aún sobre otros.

            Así, la pornografía.

lunes, 10 de junio de 2013

sexo. ENCUENTRO DE FORMA Y FONDO. III. el sexo dorado


 

            Señalaba mucho más arriba que comunión y procreación tienen en común la unión gámica: La generación de la unidad familiar. El conservador que opina que la familia tradicional es el entorno imprescindible para el más alto fin que constituye la crianza de los hijos, y el progresista que entiende que la forma máxima de la cordialidad y realización personal se produce a través de la unión de la pareja en el amor, coinciden aquí, dando con ello la clave del funcionamiento del sistema en su conjunto.

            El sexo recibe de este cruce de caminos, que es en realidad su origen, ese tercer significado que es común a toda nuestra cultura: El sexo será siempre propuesta de “gamos”, de formación de pareja que convierte a cada uno en la figura definitiva en la vida del otro, infinita e irracionalmente por encima del resto.

            El sexo es siempre símbolo, y las más de las veces realización, de la máxima entrega entre personas adultas que nuestra cultura conoce. El que ofrece su vínculo gámico al otro, y lo simboliza o realiza en el sexo, se pone a su entera disposición desde la valoración de que, de ser aceptado, de lograr entrar en esta subordinación, ganará, gracias a la subordinación del otro, posiciones respecto a la independencia previa.

            Pero esta negociación se produce en un entorno privado, informal, inconsciente y sin garantías éticas. Estas carencias claves, tan generalizadas en el capitalismo, tienen la virtud de convertir el trato en un juego competitivo en el que la entrega gámica no es sólo objeto de comercio, sino también de fraude y robo. Por un lado, el sexo se escatima y obstaculiza por constituir el acto trascendental de entrega; el impulso sensual es frenado por la gravedad simbólica de sus consecuencias. Por otro, dichas consecuencias se convierten de por sí en objeto de ambición, sobrepasando la motivación que el placer sensual genera espontáneamente, y convirtiéndose en la fuente misma de ese placer sensual. Si follar significa transformar al otro en tu esclavo, ¿a quién le importa la satisfacción de los sentidos? Nuestra sensualidad se vuelve asunto menor. Lo importante es el placer del otro; convencerlo de su vínculo esclavizador. ¿La belleza como placer visual? Jamás. Cuanto más guapo, más valioso el esclavo. Las capturas que nos convierten en individuos verdaderamente realizados son aquellas que todos quieren. No es la belleza del otro, sino el valor social de esa belleza, que se inocula en nosotros a través de la entrega sexual, lo que nos excita, nos arrebata, nos vuelve locos de deseo hasta desatar en nosotros el impulso de posesión total consistente en la destrucción radical. Cuanto más valioso el otro, más valor obtendré de su destrucción.

            Como no puedo acumular esclavos, debo lograr de cada entrega la realización máxima de la esclavización. ¿De verdad quieres ser mi esclavo? Demuéstrame hasta dónde eres capaz de llegar por ello. Demuestra hasta qué punto estás dispuesto a esclavizarte a mí. Abandona hasta donde sea posible tu condición de ser libre y digno; hazlo aquí, aprovechando este espacio de moralidad confusa, y ahora.

            Hemos encontrado el vínculo entre la forma de la escuela pornográfica y la función común a todo sexo tal y como lo concebimos en nuestra cultura. La liberación sexual se convierte, como todas las liberaciones en el capitalismo, en abandono acrítico de toda norma, moral o no, de modo que se obtenga rienda suelta para los anhelos de la voluntad. Como la norma fue mala, toda norma es mala. Sólo con esta desaparición completa de la norma podré albergar esperanzas de que lo que deseo hoy, por atroz que pueda parecer, será realizado algún día. Mi deseo, sobredimensionado y degenerado por la represión, es ahora liberado para que busque su satisfacción a través de cualquier medio que logre encontrar. Prohibido prohibir. Todo el mundo tiene que poder hacer lo que quiera siempre que eso no implique forzar a otros a hacer lo que no quieren. Pero si aceptan… estarán perdidos.

            El sexo, y la cultura eróticosentmental, y nuestra cultura social completa, nutren la persuasión y la presión indirecta como las fuerzas destinadas a materializar la opresión. El contrato de palabra entra partes desiguales en el que la parte en desventaja debe aceptar el aumento de la desigualdad a cambio de la prolongación de su supervivencia promueve en el capitalismo esa veneración por la sacrosanta voluntad individual. La razón no será más objetiva. No habrá una sensatez común a todos porque ella establecería qué condiciones son inaceptables y qué acumulaciones de poder peligrosas para la vida en común. Si la sensatez fuera objetiva, lo bueno y lo malo serían evaluables, y los contratos individuales sometidos al juicio de su calidad ética. Así, a lo largo del camino que va desde las hipotecas esclavizadoras hasta la pornografía sadomasoquista de consumo masivo, nos encontramos siempre la misma pseudonorma mortal que coloca a todas las conciencias en estado de aplanamiento: “Todo vale, si se acepta libremente”.

           

jueves, 6 de junio de 2013

sexo. ENCUENTRO DE FORMA Y FONDO. II. el sexo rosa

           La comunión y el arropamiento afectivo mantienen una relación similar. La idea de que el sexo debe llevar a un encuentro místico se persigue a través del rutinario ritual del cariño que vendrá después premiado con un placer sensual aún más rutinario, pero suficiente para que se considere que la fusión se ha producido, si es que alguna vez hay que pasar inspección.
           De nuevo la comunión funciona como discurso que da sentido, pero no como finalidad que da forma. Cada acto sexual se aborda a partir de la búsqueda puntual de afecto, o de la búsqueda del acto sexual mismo, al que se llega a través del afecto.
           Es cierto que el componente afectivo es más susceptible de desatar la lengua. Las contradicciones se enfrentan a la incomodidad de tener que justificarse con más frecuencia. Pero la capacidad crítica del discurso contextualizado en el amor es muy reducida, y se avanza más en el sentido de crear justificaciones elaboradas y desorientadoras que en el de someter pensamiento y comportamiento a los dictados de la coherencia. El amor tiene, como una de sus tareas de mayor responsabilidad, distraer al pensamiento crítico mediante una confusa filosofía de aforismos incontrovertibles que generan células de sentido, contradictorias entre sí, pero capaces de dar respuestas a cada conflicto puntual. El amor genera a nuestro alrededor un discurso cansino y copiosísimo; un estruendoso murmullo publicitario, cuya omnipresencia persigue cerrar en falso todas sus contradicciones. Así, mientras el arropamiento afectivo implica el avance con respecto al sexo incomunicativo de permitirnos preguntarnos “qué pasa aquí”, el amor desarrolla una única y multiforme respuesta: El amor es así, no pasa nada.

martes, 4 de junio de 2013

sexo. ENCUENTRO DE FORMA Y FONDO. I. el sexo oscuro

            El sexo que conocemos y vivimos, el conjunto de los individuales actos sexuales que conforman la vida sexual de nuestra sociedad, son la consecuencia de perseguir los fines expuestos al principio, mediante las formas descritas después.
Para que un acto sexual desempeñe la función reproductiva, que le confiere el capitalismo patriarcal, y la de comunión matrimonial o “gamos”, que le exige el discurso del amor, dispone de las escuelas de la sexualidad genital machista tradicional, de la ocultación de su finalidad mediante el arropamiento afectivo, y del modelo instrumental de uso y consumo sadomasoquista expuesto por la pornografía.
Pero para expresar una significación compleja y contradictoria mediante una forma no concebida expresa y conscientemente para ese fin, el acto sexual debe entregarse sistemáticamente a truculentos reajustes y adaptaciones intuitivas que enturbian significado y forma hasta convertir ambas en actos comunicativos fracasados e irreconocibles que frustran la intención de los participantes, tanto como la claridad de su interpretación.
           Así, vemos que hay un desencuentro perfecto entre las funciones que nuestra sociedad confiere al sexo y las formas en que el sexo se realiza sin ser ello óbice para que la relación entre unas y otras sea inequívoca, restado el efecto difusor que la represión ejerce sobre todos los niveles de conciencia que se proyectan sobre el tema.

           Las parejas para las que la función del sexo es la reproducción lo pondrán predominantemente en práctica mediante la forma incomunicativa tradicional, reduciéndolo sustancialmente a un acto coito-orgásmico en el que el hombre satisface un impulso hedonista poco elaborado a costa del cuerpo de la mujer sierva. Quiero decir con esto que lo normal es que ninguno de los dos esté pensando en ese momento en la procreación, pero será el subsistema ideológico el que haga prevalecer la procreación por sobre los restantes intereses (y la familia patriarcal como su nodo natural) de la pareja el que legitimará la tosca satisfacción del impulso sexual, motor de cada acto, como su más fiel garante.
           El subsistema les dirá a los individuos que follar para desahogarse está bien, porque ése es el camino de la procreación. Así, quedan los individuos exonerado de la función última y pueden construir su vida sexual en torno al desahogo; buscarán perpetuamente el desahogo pero, interrogados ante un tribunal dirán, con toda seriedad, que el sexo es, por encima de todo, reproducción. Es posible que suavicen la transición mediante el concepto de necesidad: Necesitamos tener relacione sexuales de modo que, más o menos comunicativas, deben tenerse a toca costa. La prueba de que son una necesidad es que conducen a la conservación de la especie (condicionamiento biológico por predestinación), fin último de la especie humana, y no cabe, por consiguiente, sino dar por hecho que esta necesidad existe. Qué pueda ser una vida sexual responsable y conscientemente dedicada a la procreación es algo que no consideran de su incumbencia plantearse.

           El contenido represivo de este modelo forma-fondo es tan acusado que el sexo apenas es mirado sino de soslayo. Hablamos de vidas sexuales en las que el sexo no es sólo poco comunicativo, sino que apenas existe la comunicación sobre sexo. El sexo no está tematizado, si no que se construye mediante automatismos adquiridos en silenciosos pactos tácitos. Se folla, paradigmáticamente, como si no se follara, y, sobre todo, como si no se follara con nadie. Este patrón, que de tan primitivo lleva a recibir críticas desde el propio sistema, es, sin embargo, el embrión de los restantes; su alma inmortal, irresponsable y masturbatoria (el otro no es con quien cada individuo alcanza satisfacción sexual, sino a quien cada individuo utiliza para fantasear con la satisfacción sexual y alcanzar, así, el desahogo. Cada uno de ellos oculta e ignora su insatisfacción, mientras piensa que colma sobradamente la del otro).